El laberinto stevensoniano de la ‘novela’ ‘Rayuela’, o el ajedrez infinito es, como se sabe, un experimento lúdico y lúcido al enmudecimiento de ‘un muerto que habla’. Morelli, el autor dentro del libro, se esmera en desarmar o en armar ‘el Libro’ desarmable de Mallarmé, aquel sin límites, virtual, no euclidiano, taoísta-budista, un irse a perder para encontrarse en el juego de la denuncia de lo falso, de lo ‘armado’, de lo que los hombres occidentales hemos construido para entendernos y sucede, - esta es la paradoja- que no nos comprendemos de modo alguno. Todos estamos aislados, en soledad eterna, en la trampa. Hay que volver a soñar el mundo. Esto no está terminado. Hay que tirar la casa por la ventana y la ventana misma. Pascal y un Nuevo Organum, verdaderamente Nuevo, podrá rescatarnos del paraíso perdido, que sin embargo estuvo bien perderlo, porque vamos a hallar uno hecho por nosotros. Ese Cielo que está en meter la piedrita en el Alma de Dios, he ahí la Llave.
Cortázar ha sido un vidente ‘cotidiano’, utilizando el mundo ‘real’ para mostrarnos desde allí mismo lo irreal. Supo adelantarse al planeta, incluso a la cibernética, y prevenirnos de lo que estamos viviendo ahora, en el año 2004, con una sapiencia y humanidad así, que no podemos sino acoger su llamado a Inventar el mundo. Otro mundo. La ficción no es tal. Literatura para ‘lectores-hembra’, no. No lo pasivo, lo autoentendido, lo satisfecho, lo que rellena, lo que decora el paisaje. La naturaleza imita al arte, como recuerda de Wilde.
Esta búsqueda de lo trascendente, se inicia no sólo con él, sino con Mann, Hesse, Rolland y otros muchos más. Como se han mostrado los narradores porteños, Borges, Sabato, Mallea, Filloy, Marechal, siempre a la vanguardia junto a los cubanos, Carpentier, Lezama Lima, Cabrera (los de dentro y de fuera, la isla en su tinta), que no dejan de ser frescos e interesantes, aunque los años pasen. Quizá no podríamos afirmarlo de nosotros los chilenos. En otro momento nos referiremos a nuestras ventajas poéticas. En el país de la nostalgia y la abulia, hemos ido cimentando unos de los mejores versos no sólo castellanos, sino mundiales.
Mauricio Otero