Sonreía el viejo ladino, cuando en camilla unos cuantos policías lo llevaban casi en vilo rumbo a la clínica Los Arcos, del barrio porteño de Palermo. Seguramente, José Alfredo Martínez de Hoz, alias Joe de Hoz, el Oreja, habrá recordado cuando en 1996 Domingo Felipe Cavallo, aquel superministro de Menem y De la Rúa, se hinchaba de orgullo al ser elogiado por el arquitecto de la entrega. También le habrá venido a la memoria que precisamente el mismo matrimonio gobernante que se congratula con su detención, formaba parte de los pocos beneficiarios de su política económica antiestatista y ladera del FMI.
Claro, este dato se les escapó como una tortuga a los rentados bombistas del oficialismo, tan ocupados en su dúctil tarea de elaborar una ideología pasteurizada y absolutamente carente de racionalidad. Pues poco importa si en esos años sangrientos los Kirchner se dedicaban a hacerse ricos gracias a la famosa 1050, por unos mangos cualquier mono puede ser más filoso que Oscar Wilde y que Borges juntos. Y si no se logra convencer, se debe vencer; mandando unos cuantos muchachos proclives al escrache para acallar al eventual díscolo.
Así, el declamado progresismo se diluye en una melange donde capea un fascismo sui generis con ribetes de autocracia, en el cual las leyes, el Congreso y la Constitución son irremediablemente convertidas en letra muerta.
‘’En abril de 1980, el Banco Central emitió la célebre circular 1050, con la manifiesta intención de fomentar los préstamos hipotecarios, reactivar la construcción y cubrir un déficit habitacional que ya entonces era estructural en la Argentina. La circular 1050 disparó las tasas de los créditos hipotecarios, indexados según un promedio de las tasas que ofrecía el mercado, y que habían llegado por entonces a un 100 por ciento anual. Fue ruinosa para millares de ahorristas, que jamás pudieron amortizar sus deudas y debieron entregar sus viviendas a los bancos.
El estudio (en el cual revistaban por entonces Néstor y Cristina Kirchner) ya tenía las cuentas de los bancos Cabildo, del financista Jorge Pirillo, y Patagónico y de las financieras Sic y Finsud, de Bahía Blanca, que terminó vaciada después de una quiebra fraudulenta. Algunos testimonios insisten en que su posición en los bancos le permitió a Kirchner comprar las hipotecas que pasaban a remate, una práctica ilegal (los abogados tienen una incapacidad de derecho para adquirir bienes en los que hubieran participado como letrados) que le habría permitido incrementar su patrimonio inmobiliario. En la declaración jurada presentada por Kirchner en 2003, aparecen 21 bienes inmuebles, entre departamentos, casas y terrenos, adquiridos entre 1977 1980, cuatro de los cuales están a nombre de Cristina’’, según el libro El último peronista, la cara oculta de Kirchner, de Walter Curia (Sudamericana, abril de 2006).
Precisamente, el autor de dicha disposición no fue otro que el citado ministro de Economía.
Cosas vederes, Sancho
Quien escribe estas líneas, recuerda haber conocido a los Kirchner en distintas circunstancias. A la actual Presidenta, cuando aún preconizaba la pista siria en 1997, al frente de la Comisión bicameral que se encargaba de la investigación de los atentados de 1992-94. A Néstor de vista, cuando tuvo lugar la presentación del libro Diario de un clandestino, de Miguel Bonasso, en 2000 en el coqueto Palais de Glace. En ese entonces, Kirchner era gobernador de Santa Cruz y cada tanto recalaba en esta ciudad, como en esa ocasión. Exhibía un discurso progresista en serio, y se plantaba como superador de la década menemista y su correlato de la Alianza. Pero según sus coterráneos, esto era una maniobra destinada a tapar lo bien que le había ido en ese momento, fondos fiduciarios mediante.
Al asumir en 2003, Tribuna de Periodistas intentó en varias ocasiones sentarse a dialogar con él, pero siempre a cada requisitoria le sobrevenía la negativa del silencio. Es que este hombre venido del frío Sur había decidido poner a nuestro sitio en su ya larga lista de enemigos a derrotar. Una verdadera lástima.
Dicha lógica continuó, y aún perdura, en el gobierno de su sucesora, pero en grado sumo hasta alcanzar cotas nunca imaginadas antes en una administración civil.
Lamentablemente ahora parece muy tarde como para requerir un poco de raciocinio lógico que cese tanta histeria conspirativa, donde la sospecha permanente de los unos con los otros parece el menú de cada día.
Fernando Paolella