El hombre, curioso por excelencia, cuando en los tiempos primitivos adquirió ciertas luces intelectuales, se abocó a escudriñar la naturaleza. Observó con expectación tanto los fenómenos telúricos como los astros del cielo, para sacar conclusiones sobre su sentido, dentro del alcance de su entendimiento.
Al no hallar explicaciones racionales sobre el polifacético y misterioso mundo que lo rodeaba, echó mano de un recurso propio (y quizás único entre los demás animales que le acompañaban en la existencia). Este procedimiento consistió en apelar a la fantasía, don natural (elemento de supervivencia para el ser humano) del clasificado a sí mismo (según la nomenclatura inventada por los biólogos de: género y especie), como Homo sapiens sapiens.
De las lucubraciones de este homínido primitivo, llamémosle ahora Cromañón con el fin de distinguirlo del lateral Neandertal (según los antropólogos), ha aflorado toda una constelación de explicaciones referentes a la naturaleza del mundo y sus manifestaciones.
Interpretaciones por supuesto infundadas, frutos de la fantasía antrópica que puede llenar miríadas de tomos conteniendo leyendas, sagas, dioses, seres fabulosos tanto de la tierra, de los mares, como del cielo.
Recordando que, de lo que tratamos en el presente es del “cielo”, sabemos a través de los documentos del tiempo, que el hombre ha dado explicaciones mil sobre los astros, cuya presencia nocturna (y también diurna como el Sol, la Luna, a veces el planeta Venus y en ocasiones el planeta Mercurio, visibles a simple vista a la luz del día), lo han inquietado a lo largo de su existencia.
Tanto en los tiempos primitivos como en la actualidad, el “mundo” antes, hoy el Universo, ha sido tema de curiosidad y de investigación permanente.
Hoy día, gracias a la moderna y asombrosa tecnología, la astronomía heredada de la antigua y miope astrología (supuesta ciencia de los astros cultivada por los sumerios de la Mesopotamia, hoy una mera pseudociencia) poseemos un panorama sobremanera más amplio y preciso que antaño. En especial, gracias al invento del telescopio espacial, todo ha cambiado. La astronomía ha experimentado un avance tan espectacular, que el panorama del Universo sufrió una transformación radical.
Hoy se habla de materia oscura que impregna el espacio intergaláctico que antaño se tenía por un vacío, mientras que las galaxias espirales giran cual descomunales ruedas, es decir, cuyo centro se desplaza al mismo tiempo que la periferia, como un disco.
También es posible observar el nacimiento de muchos de estos denominados, tiempos ha, como “universos islas”. (Fue el alemán Humboldt, quien inventó este sugestivo nombre).
Hoy se especula que la materia común del universo representa tan sólo un 10 %; el resto es materia oscura.
Según los últimos adelantos de la ciencia astronómica, la materia oscura, es conocida sólo por su fuerza gravitacional, que atrae material común y acumula gas suficiente para formar galaxias. Esto nos da una idea de lo equivocados que estaban los astrónomos de antaño que concebían un vacío absoluto (o semiabsoluto) intergaláctico e intragaláctico, es decir: esa nada.
Este detalle, nos trae una curiosa sugerencia: ¿Retornamos entonces al antiguo concepto de éter, como fluido sutil e invisible que, se suponía, llena el espacio y sirve de soporte a las ondas electromagnéticas? ¡Paradojas del destino!: La teoría del éter, sepultada hace mucho, parece resucitar en nuestros días como una flagrante pseudociencia.
Recordemos que esta teoría del éter, ha sido abandonada tiempo ha, por la ciencia experimental, ante el advenimiento del concepto de “vacío absoluto” dentro de cuyo ámbito se desplazaba la luz, los rayos cósmicos y toda partícula del espacio extraterrestre.
Sabemos, a través de las ciencias física y química, que existen dos formas de entes que componen el universo, la vida y a nosotros mismos con nuestro psiquismo. Estos entes son denominados materia y energía. La materia, desde el elemento número uno: el hidrógeno, hasta el noventa y dos que es el uranio (más los transuránicos creados por los físicos de partículas). La energía, en sus diversas formas conocidas como la eléctrica, química, nuclear o atómica, solar de combustión, etc.
La materia-energía, para mí –según mis conocimientos- es esencia; es decir, algo oculto al entendimiento humano, que se manifiesta dualmente, aunque totalmente alejado de ocultismo alguno; idea fantasiosa que cultivan los pseudosabios ocultistas que creen o hacen creer en la magia, la astrología, la parapsicología, la teosofía y otras invenciones infundadas; meros frutos de la más neta fantasía de mentalidades nescientes o interesadas en obtener ganancias monetarias.
Es decir que, mi concepto se halla absolutamente distanciado de estas, para mí, falsas ciencias, cuyos adeptos, que pretenden estudiarlas y desarrollarlas, sólo van a la caza de fantasmas.
Tampoco acepto el espíritu, como referido a un supuesto ente separado de la materia-energía. A mi entender, sólo se trata de una invención espuria para explicar lo que no se comprende por ignorancia: el proceso del pensamiento.
Tampoco acepto esa primera sustancia cartesiana, representada por un cierto ser inmaterial separado de la materia-energía como supuesto creador y gobernador del mundo. (Recordemos que para Descartes existen tres sustancias, a saber: Dios, espíritu y materia, y por ende: Dios, alma y cuerpo).
Aparte, en aquella mi obra citada, reemplazo al concepto de ser, por el de suceso. El denominado ser es un proceso y no algo fijo, tanto se trate de una galaxia, una estrella, un planeta, una planta, un animal o del hombre. Son todos procesos en marcha obrados por algo subyacente a las apariencias, que no es ni espíritu ni materia. En todo caso una forma subyacente de energía esencial que se manifiesta polifacéticamente en forma de átomos (electrones, protones, neutrones) y en el fondo, neutrinos, fotones, rayos cósmicos, y todo el espectro electromagnético, amén de los teóricos quarks y sus antipartículas. Todo esto son manifestaciones de lo que denomino esencia del Universo, incluso nosotros mismos como procesos psicosomáticos que somos.
Luego no existen entes, sino procesos, esencia universal que “dibuja” (por decir así) cuerpos que cambian constantemente. Incluso un trozo de cristal es un proceso atómico compuesto de elementos que vibran: los electrones, protones, neutrones y todas las subpartículas, influenciados por las radiaciones exteriores y la gravitación universal.
Un trozo de hierro, por ejemplo, incitado por un proceso nuclear, desencadenado, puede viajar como un tren de ondas en el espacio.
Luego las nociones contrapuestas de materia-energía, no sólo son falsas, sino también ridículas En todo caso podemos afirmar que la materia es energía “empaquetada”.
También la supuesta dualidad materia-espíritu es un mito.
Aquí, en este punto, me siento tentado a unir jocosamente (tal como lo hice en uno de mis libros titulado La esencia del universo), a materialistas con espiritualistas, para denominarlos a ambos, más profunda y acertadamente como energialistas o esencialistas (valga el neologismo). Esto porque, según mi teoría, no existe ni la materia tal como se la concibe, como un cascote; ni el espíritu como algo imponderable.
Luego, la doctrina filosófica que concibe la existencia de otros seres, además de los materiales, que presupone la esencia espiritual y la inmortalidad del alma, y se contrapone al materialismo, es trasnochada. Se halla totalmente desactualizada.
Estos conceptos los considero fundamentales para mi teoría sobre el Universo, la vida y conciencia en el hombre. (Véase al respecto mi obra: La esencia del universo. (Editorial Reflexión, Buenos Aires, 1991).
Ladislao Vadas