Voy a contar este recuerdo en primera persona —algo que no acostumbro hacer—, por haber sido parte de un incidente político-gremial que alguna vez me pareció trivial y hoy me suena, al menos, llamativo.
1974 fue un año muy convulsionado en el gremio de prensa. En junio (36 años exactos) ya se sabía que la vida de Perón tenía fecha de vencimiento inminente (falleció el 1 de julio), las bandas policiales y sindicales de ultraderecha ya acechaban a los verdaderos luchadores sociales y no había tiempo de indecisos ni de blanduras.
Yo era delegado de personal en el diario “La Opinión”. Fui elegido en una elección en la cual no me postulé, pero los trabajadores del diario sabían algo de mi movilización sindical y mi ligazón con el PRT-ERP era difícil de ocultar en un medio tan politizado. El gremio de prensa de aquellos tiempos tuvo una virtud que se oxidó con el tiempo. Nadie era estigmatizado por su ideología ni su pensamiento político. Ser liberal o de izquierda no era motivo de ahorcamiento, aunque ciertas ideologías corrían más riesgo de caer bajo la guillotina fascista que otras.
No existía el canibalismo que reina ahora entre periodistas que se acusan unos a otros de cualquier sinrazón. Como siempre, también existían “cagatintas” que juntaban los nombres de los hombres de prensa comprometidos con las luchas populares y confeccionaban las listas negras que las patronales empresarias después utilizaban para no darles trabajo ¿Orlando Barone fue uno de esos delatores, como se dijo recientemente en radio?” Como respondía Jesús: “Tu lo has dicho”.
Del 31 de mayo a mediados de junio los trabajadores de La Opinión ocupamos en una medida de fuerza las oficinas del diario, en Reconquista 585. Pedíamos reivindicaciones como aumentos de salarios y mejores condiciones de trabajo. Algo común, nada de extraterrestre ni entonces ni ahora.
Jacobo Timerman tenía un sello clasista y divisorio del personal. Con algunos era condescendiente y magnánimo, con otros era directamente un explotador y negrero. Su hijo Héctor lo visitaba en su oficina de tanto en tanto y siempre mostraba desprecio por los delegados de personal, y por los militantes de izquierda. Tenía una facción muy especial para reflejar cierto rictus de rechazo y desprecio.
Poco después de finalizado el conflicto en La Opinión, Héctor Timerman y yo nos cruzamos en un pasillo de entrada al edificio del diario. El hijo del director mirando al piso balbuceó a media voz: “Zurdos de mierda...”. Le contesté mal, quise agredirlo físicamente pero se escapó en un ascensor que justo cerraba sus puertas (impulso juvenil mas predisposición a las soluciones violentas no son la mejor fórmula para solucionar conflictos, pero en esa época la violencia era la estrella top en gran parte de la mentalidad militante y yo abrevaba en esas fuentes de todo o nada).
Días después me habló Jacobo Timerman pidiéndome que no metiera a su hijo en los conflictos sindicales del diario. Le conté que me había dicho “zurdo de mierda” y Jacobo, en forma paternal (algo desacostumbrado en él) me pidió que terminara con ese litigio. Así lo hice.
Un año después Héctor Timerman estaba dirigiendo el diario que le puso “su papá”, en el que haría la apología de la dictadura militar hasta que Jacobo entró en crisis con sus mandantes militares y todo se les fue de bruces.
El caso de Héctor es similar al de otros personajes públicos, hijos de hombres importantes en lo suyo, que intentaron seguir la misma ruta que sus padres y terminaron cayendo en lo que algún psicólogo avezado denominó “el síndrome del hijo bobo”.
Ramoncito Saadi (hijo de Vicente, el creador del “Menem Presidente”) solía ser sacado del bar del Bauen Hotel en estado calamitoso, y hoy el pueblo le paga el sueldo de Senador Nacional por Catamarca. Típico ejemplo del primer “hijo bobo” en esta etapa de la Cámara Alta.
Ricardito Alfonsín no era nadie hasta que se le notó en su sonrisa el día de la muerte de su padre, que presentía le estaba llegando la hora de asumir la coronación sindrómica. Hoy Ricardito ya se perfila a una candidatura presidencial que tiempo atrás le hubiera parecido tan lejanaza como el planeta mas cercano a la Tierra.
Y Héctor Timerman, otra heredero del mismo síntoma, ya es Canciller de la Argentina. De un país donde, a quienes gobiernan, les hubiera dicho —como me dijo a mí hace 36 años— zurdos de mierda.
“¿No es fino?”, como decía Jorge Porcel.
Jorge D. Boimvaser