Néstor Kirchner está haciendo equilibrio sobre los dos platillos de la balanza para salir del fondo del mar, donde la sociedad lo ubicó el 28 de junio del año pasado. Por un lado, juega a incrementar su imagen pública y, por otro, trata de no perder apoyos.
Pone mucho de él, su pasión por el manejo de la caja, por ejemplo, pero también tiene una virtud evidente, sabe aprovechar las debilidades de los demás y eso que tiene varios frentes abiertos: la oposición política, la confrontación con muchos empresarios de peso y la interna con su propia esposa. Al decir, entre carrero y adolescente, de la senadora formoseña, Adriana Bortolozzi, el ex presidente no es “ningún boludo”.
Las encuestas de intención de voto, ya no dicen que él no podría pasar la primera vuelta, sino que se animan a pronosticar que podría entrar en el balotaje, aunque por ahora todos los escenarios lo dan perdiendo contra cualquier otro rival en el segundo turno, en una especie de efecto similar al que sufrió Carlos Menem en 2003. Por ese motivo, Kirchner apunta todos los cañones para llegar a 40% en la primera vuelta, ya que descuenta que le sacará más de 10 puntos de ventaja al segundo. Esa es su ilusión.
En esta carrera contra el tiempo, ya que le quedan 14 meses para consolidarse y renacer de sus cenizas, el ahora diputado vuelve a contar con una gran aliada, como es la reinstalación de la bonanza económica a nivel internacional, un fenómeno de tres o cuatro situaciones de la coyuntura que están creando una contratormenta perfecta para la Argentina: tasas bajas, sobrante de fondos y precios de las materias primas agrícolas que siguen subiendo.
Este particular fenómeno global se dirige especialmente hacia los países emergentes y está derramando grandes cantidades de dólares comerciales sobre la economía argentina, dinero que el habitante de Olivos se ha encargado de redistribuir a como fuere lugar, sin importarle los efectos inflacionarios que puedan tensionar la economía, la falta de inversión, el atraso cambiario, la caída de la oferta de bienes o el fenómeno del aumento de la circulación monetaria.
Tanta es la seguridad que tiene Kirchner sobre la situación económica que, como el mejor almacenero, consigue que las sumas y las restas le cierren al final de la carrera, aunque en paralelo opera como si fuese el gerente financiero de cualquier empresa privada y, aunque por ahora no tiene financiamiento de origen externo, cruza fondos de diferente origen, sin importarle mayormente si salen de la Anses, del Banco Nación, de las seudo utilidades del Banco Central, de las Reservas Internacionales o de la Tesorería. Todo vale para mantener el superávit de la Caja, un punto al que el ex presidente le presta atención primordial, casi una rutina de todas sus mañanas.
Peligro opositor
De allí, la grave preocupación que ha sentido el Gobierno por las dos movidas más fuertes de la oposición, que esta columna definió la semana pasada como un “peligroso juego de tenazas” para restarle ingresos y sumarle egresos a tan trascendental maniobra kirchnerista: el 82% para los jubilados y la modificación de las retenciones. La propia Cristina de Kirchner lo expuso con gravedad el viernes pasado, cuando exageradamente señaló que los opositores en el Congreso la quieren llevar al default.
Ante la necesidad de fondos que tendrá el oficialismo el año próximo, algunos analistas creen que este punto no lo negociará Kirchner bajo ningún concepto e imaginan un escenario de presupuesto bianual, con un importante Decreto de reasignación de partidas antes de fin de año para reordenar la subejecución y para que durante 2011 se siga gobernando con las partidas de 2010, ya que el nuevo presupuesto podría quedar trabado en el Congreso o, de salir, vetado hasta la última coma.
En cuanto a la confrontación política, desde ese punto de vista el ex presidente también se ha sabido parar en un lugar de comodidad, sobre todo de cara a la imagen de mosaico que presentan los opositores, quienes a diario, con sus pullas interiores y vedettismos personales, se encargan de trabajar para el oficialismo. La habilidad política más notoria del kirchnerismo, que le da mucho rédito y consolida su imagen pública, es la de ser hoy por hoy el único espacio del espectro político que ha tenido la habilidad de presentarse ante la sociedad como un todo, aunque sigue siendo sólo una de las partes de los fragmentos que sucedieron a la enorme crisis de representatividad que aquejó a la Argentina en 2001.
En este punto, el problema ha pasado a ser para los opositores en general y para el resto del justicialismo en particular, quienes no logran imponer ante la opinión pública la visión que el kirchnerismo es también un pedazo del PJ. Hasta los disidentes han perdido su nombre original de justicialistas, que se los ha apropiado Kirchner, mientras que su apelativo suena como a un resabio casi peyorativo de aquella Rusia soviética que se terminó con la caída del Muro.
Por el lado de los cruces con otros factores de poder, que durante la última semana le han pegado duro a los K, también parece que Néstor Kirchner tiene más o menos clara la estrategia: mandar a confrontar a los demás y jugarla de bueno. La cena de ese grupo de peronistas que no lo pueden ni ver al ex presidente, nada menos que con Carlos Reutemann presente y junto a Mauricio Macri, en la casa del CEO de Clarín, Héctor Magnetto, combinada con un documento de la Unión Industrial (UIA) y la Asociación Empresaria Argentina (AEA), le sacó canas verdes al oficialismo.
El documento conjunto que siguió a aquellas diatribas de Hugo Biolcatti la semana pasada en La Rural, que hizo punta en los pedidos aunque con mayor pasión confrontativa, apuntó a solicitar la consolidación de “un marco institucional republicano sólido, seguridad jurídica, reglas de juegos estables y previsibles y pleno respeto por la actividad privada, como condiciones indispensables para un desarrollo sostenido y continuado que incluya a todos los argentinos”.
Estos dos episodios, que se conocieron casi de modo simultáneo, tuvieron réplicas políticas de varios miembros del Gabinete, especialmente de los ministros Aníbal Fernández y Héctor Timerman, quien en lo personal no tuvo una semana del todo feliz en cuanto a sus intervenciones públicas, sobre todo por sus peleas radiales con periodistas, su antigua profesión. Por su parte, la Presidenta habló del “miedo” que le produce la “subordinación a las corporaciones”, como si ella misma no hubiese invitado a comer más de una vez en Olivos, precisamente a Magnetto.
Desde lo técnico, los defensores fueron funcionarios del área económica, incluida la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont quien se mimetizó tan bien con la forma de refutar que tiene el kirchnerismo, que prefirió no discutir ni una sola de las ideas del documento de la UIA-AEA, sino que prefirió recordar actitudes del empresariado de otros tiempos en relación a la Convertibilidad, al Plan Bonex, al corralito, al corralón, al recorte de haberes a estatales y jubilados en tiempos de la Alianza y a la seguridad jurídica que “protegía los ahorros de los trabajadores que fueron presa de los negocios de las AFJP”. Sólo le faltó decir “hasta que este gobierno rompió todos los contratos y se apropió de todos esos ahorros”.
Si el fundamentalismo de Biolcatti jugó a favor del Gobierno casi como aquella carta pastoral que le difundieron al cardenal Jorge Bergoglio sobre el demonio, que dicen que inclinó los últimos votos favorables a la ley de matrimonio homosexual, los dichos de Horacio Lorenzetti que llegaron 24 horas después del documento empresarial no mereció ni la más mínima referencia gubernamental de modo directo y eso que fue más que fuerte: “que gobiernen las leyes, no un hombre o una mujer”, disparó. En sus declaraciones a la prensa, también por su nombre, el titular de la Corte Suprema identificó los problemas de la Argentina en la falta de “reglas previsibles y claras, respeto del derecho de propiedad y de los contratos y que las leyes no sean un simple consejo”.
El tercer frente con el que Kirchner tiene que lidiar es con una interna que, aunque quizás no tenga sus manifestaciones en la intimidad de la pareja, han hecho trascender con sus comentarios algunos de sus colaboradores, así como también quienes están más cerca de la presidenta de la República. Si bien es casi una certeza que ambos forman desde siempre una estupenda sociedad política casi indestructible, no es improbable que haya algunos cortocircuitos por el día a día.
Algunas malas lenguas del llamado cristinismo de la Casa Rosada se ocupan de ventilar que la Presidenta está más que contenta con que su propia recuperación de imagen ha superado a la de su marido, mientras que dicen en voz baja que ella le endilga ser el culpable de sus propios padeceres en materia de gestión de gobierno.
Los que juegan para Néstor, en cambio, siguen aferrados a que la peor jugada de su jefe y origen de sus males fue no ir por la reelección y permitir que su esposa se encaramara en la Presidencia.
Todo este proceso de internismo se está jugando en medio de tres casos emblemáticos para el kirchnerismo donde se presumen elementos de corrupción, como son las causas que afectan a Ricardo Jaime (que incluyen dádivas, yates y aviones), a Julio De Vido por la embajada paralela (constitución de un fondo Fiduciario con la compra de fueloil que la Argentina no necesitaba y comisiones excesivas para vender maquinaria agrícola) y ahora al titular de la Afip, Ricardo Echegaray, sospechado de tener conexiones con feed-lots que recibieron (o iban a recibir) cuantiosos subsidios.
Frente internacional
En medio de toda esta maraña de tareas del día a día para asfaltar su camino hacia la presidencia en 2011, el también secretario general de la Unasur se ha dado tiempo para ocuparse del caso de la ruptura de relaciones diplomáticas entre Venezuela y Colombia, después de haber derrapado la semana pasada, cuando no asistió a una Cumbre de cancilleres en Quito, para tratar el mismo tema. El proceso de acercamiento, donde compitió con el presidente Lula por ser quien lo iba a llevar a cabo, finalmente podría terminar en una cierta tregua, a partir de la asunción del nuevo mandatario colombiano, Juan Manuel Santos.
En todo este proceso de reinstalación de la imagen, Kirchner tiene un contrincante impredecible en la opinión pública, sobre todo si ésta recuerda que todos los procesos inflacionarios siempre terminan mal, que preferiría un gobierno que ataque las cuestiones de todos los días como la inseguridad y la pobreza estructural y que hay otro tipo de valores más allá de la zanahoria de los plasmas o de los subsidios fáciles.
Si a la hora de votar los ciudadanos piensan más en términos institucionales que en cuestiones económicas, todo el esquema kirchnerista se derrumbaría, porque está edificado bajo la lógica que el dinero todo lo puede. El tren está pasando otra vez y nadie quiere quedarse abajo. El problema es el maquinista.
Hugo E. Grimaldi
DyN