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JAAR: DE NUEVA YORK A CHILE

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    Después de 22 años y exposiciones en Francia, Italia y N.Y., Alfredo Jaar, un provocador de la imagen regresa a Chile, el país que protege la autoridad. Viajó con el mito de haber escandalizado a la Gran Manzana, terreno fértil para toda suerte de pastiche, denuncias, quejas, homenajes, desahogo y arte de todo tipo. A Pablo Picasso le bastó  el Guernica y su famosa Paloma, para inmortalizar la guerra y la paz. Ambos productos hoy se subastan públicamente en los mercados de la guerra, en los altares de la divinidad alquilada. La realidad imita a la muerte con impresionante exactitud  y patético realismo. Saltamos del primer al cuarto mundo, sin sonrojarnos, sin apiadarnos, de nuestro propio sufrimiento, del inevitable caos que la estupidez comanda con su chaleco contra balas perforado. Asistimos a este devastador espectáculo.
    De Jaar Se elogia la denuncia contextualizada, con ética, porque en el campo de los artistas visuales hay un mar indefinido, monstruoso d e propuestas. Jaar es calificado de neo conceptualista, en medio de esa marejada que tapiza Nueva York y otras capitales el primer mundo, e inclusive el segundo, tercer y cuarto subterránea d de nuestra civilización. Los únicos que no protestan y dicen su última palabra, son los muertos. Es un hombre de vanguardia, comando en esta guerra por al vida. El Che pertenecía ala vanguardia. Es que se trata de un término militar. La vanguardia es la actualización de su propio espacio, de manera permanente, un asalto del futuro. Dinamita, decapita, desactualiza y reactualiza todo lo que alcanza a vislumbrar su ojo y sentidos. La misma institucionalidad del arte.
    Jaar es un hombre de límites y Nueva York no espera menos, las vanguardias tampoco.  El Amazona y Ruanda, son dos viajes que ha hecho, experiencias que ha traspasado a su arte y público. La de Ruanda, desde luego, se cimenta en un millón de muertos, el espectáculo más pavoroso de los últimos tiempos. El pavor es un arte en si, la miseria humana una obra divina, la crueldad,  un óleo imborrable,  y la tragedia un subproducto griego, puesto ad valoren, masificado, como si fuera la orquesta del Titanic, surgiendo del fondo del mar.
    Jaar se defiende con  su crítica ética, un valor agregado, algo más que un simple espectador. No es poco decir, en un universo tan alienado, escalofriantemente banal, sutilmente estúpido.
    Ahí está su obra en el   MoMA de Nueva York, el Centro Pompidou de París, la Bienal de Venecia, entre otras  capitales del mundo artístico.

 

Rolando Gabrielli

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