El acto en la Casa de Gobierno para contar "la verdadera historia de Papel Prensa" mostró a la presidenta de la Nación en actitud de ataque hacia los medios, aunque buscó aparecer alejada del show y con un manejo de la situación alejado de lo espasmódico, más allá de que quizás se salía de la vaina.

La actitud y el tono de Cristina Fernández ayudaron a controlar eventuales explosiones del auditorio, proclive a desbordes, sobre todo cuando se tocan temas de derechos humanos con tan poca profundidad y al borde de la manipulación.

Probablemente, las acusaciones de la Presidenta, encapsuladas en el marcado tono didáctico que tanto le gusta utilizar, resultaron en primera instancia muy políticas y hubiesen tenido un efecto mucho más devaluado, si las explosiones del auditorio hubiesen sido fruto de una arenga.

La verdadera profundización de un eventual ataque a los medios se verá cuando se hagan las presentaciones judiciales para investigar la compra de Papel Prensa, que se prometieron en nombre de la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad.

El relato oficial, lleno de imprecisiones sobre la venta de las acciones de la empresa, fue construido sobre el prejuicio de que sus anteriores dueños sólo tenían "libertad ambulatoria", conseguida únicamente, según Cristina, para que puedan cerrar el negocio del traspaso de las acciones.

Igualmente, la presentación sobre la historia de la compañía tuvo momentos efectistas, como el hecho de presentar las tapas de Clarín y La Nación un día después del golpe de 1976, como si algún diario del mundo se pudiera privar de poner una noticia de ese calibre en su portada. Faltó el ejemplo del diario La Tarde que, por entonces, dirigía el actual canciller, Héctor Timerman.

Tras las "certezas" presidenciales, que no son para nada pruebas y menos para la Justicia, la Presidenta le endulzó los oídos a los legisladores que aman el poder del Estado y le volvió a primerear al Congreso para que acompañen la sanción de un marco regulatorio que asegure que el papel para diarios llegue a todos los medios, en cantidad, precio y condiciones y para que la provisión de papel para diarios sea declarada de "interés público".

Se cuidó Cristina Fernández de aparecer como desbocada, quizás para diferenciarse del ala más radicalizada de su gobierno, probablemente deseosa de que fluyera la sangre. Toda una lección para la iracundia de Guillermo Moreno o aun para su propio esposo, el ex presidente Kirchner.

Hugo E. Grimaldi
DyN