El germen dictatorial aflora cada tanto en Sudamérica, como ahora en Ecuador, y significa un desafío fundacional para una región que se juramentó cerrar filas contra nuevas interrupciones del orden democrático.
Es cierto que el antecedente hondureño del año pasado es preocupante y que Ecuador es un país con una historia de inestabilidad institucional y tradición golpista, pero un volantazo de ese tipo pondría a Ecuador a contramano del resto.
Precisamente la cohesión que muestra el bloque de gobiernos sudamericanos a través de la Unasur es el carácter distintivo que tiene el abordaje de esta crisis con respecto a otras que se sucedieron en Ecuador en los 70 y también en los 90.
Quito estuvo bajo régimen militar entre 1972 y 1978, mientras que entre 1996 y 2007, cuando asumió Rafael Correa, se sucedieron siete presidentes con varias interrupciones de mandatos.
La Unión de Naciones Sudamericanas ya había reaccionado rápidamente ante una rebelión sufrida por Evo Morales en 2008 y también fue eficaz en la crisis colombo-venezolana, en episodios ocurridos antes y después de la asunción de Néstor Kirchner.
La Unasur también buscó cerrar filas ante el golpe cívico militar que derrocó a Manuel Zelaya en Honduras, aunque ese no era el ámbito natural de intervención del principal foro político sudamericano, que no pudo torcer el ambiguo juego estadounidense en ese país a través de la OEA.
Además, a Zelaya le quedaban pocas semanas de mandato y tenía una popularidad en baja, mientras que Correa sigue teniendo niveles respetables de respaldo popular y cuerda hasta 2013.
"Honduras es el límite", garantizó Héctor Timerman antes de recibir a los presidentes convocados en Buenos Aires para analizar la crisis.
Gabriel Profiti
NA