Había una vez un pintoresco matrimonio que tiranizó durante veintiún años a la nación filipina. En 1965 asumió el poder Ferdinand Marcos haciéndole creer al desprevenido pueblo las falacias de sus heroicas hazañas durante la segunda guerra mundial y pretendiendo parecerse a los entonces legendarios Kennedys.

Empezaron el gobierno con legitimidad pero fueron maniobrando hasta obtener poderes extraordinarios y vocacionalmente perpetuos con increíble astucia. Llegaron a acumular todas las potestades del Estado. Lograron transformar el parlamento en una oficina notarial refrendataria. La Justicia se prosternó sumisa a la voluntad del jefe absoluto y su esposa.

Don Ferdinand se había casado con la bella Imelda en 1954 –con 25 trepadores años— quien de modelo publicitaria saltó a ministra y Gobernadora de Manila desde el inicio de la dictadura luciendo sus frescos 37 años. Se distinguió como hábil consejera de su marido dictador todo-terreno. Se hacía llamar “Madre de la Nación” doña Imelda mientras soñaba consagrarse reina, famosa por su ansiedad compulsiva de comprar ropas, zapatos, joyas, carteras, edificios, empresas, pueblos y diputados.

En 1986 cayó derrotada en elecciones aquella dictadura conyugal. Corazón Aquino, la viuda de quien fuera víctima mortal de las garras marquistas fue la protagonista del cambio. ¡Ésos eran cambios y no los gatopardismos que se ofrecen mediante reelecciones mañosas o felpúdicos sucesores…!

Durante el exilio en Hawai se le descubrió a la fastuosa pareja las farsas del heroísmo bélico del tartufo dictador y las cuentas repletas de dólares en el banco Credit Suisse de Zurich. Aparecieron por fin los 684 millones de la divisa estadounidense de los cuales se habían apropiado secretamente del tesoro de las Islas Filipinas para transferirlos al banco suizo utilizando cuentas cifradas. Menos mal para los maltrechos filipinos, en no pocos años los dólares esquilmados se lograron reintegrar a la sufrida república del archipiélago, sucedió en el 2003. La historia generalmente deja huellas esperanzadoras para nuestros países emergentes y sin justicia independiente.

Cuando el dictador Marcos detentaba el poder autoritario resultaba casi imposible hablar en Filipinas de los millones escabullidos hacia las cuentas suizas. Siempre la pareja negaba esos hechos con aire de estudiada indignación. O despachaban muy sueltos de cuerpo que los habían destinado a “obras públicas” sin admitir más repreguntas. “Gobernaron” los astutos Marcos entre lujos y despilfarros, corrupción, estatismo, economía inflamada pero disfrazada con hábil propaganda, brecha oculta y agigantada entre ricos amigotes aquiescentes del régimen y muchos menesterosos ilusionados con el circo de cada día, pobreza siniestramente simulada con cifras falsas, violencia, piquetes manipulados más patotas soliviantadas y amenazantes. Gigantescos actos públicos movilizados desde el Estado pretendían certificar la inflada popularidad de los cónyuges. Tan sólo decenas de miles de ululantes vivarían en las calles o plazas al connubio gobernante mientras millones —en sus casas de Manila o en las islas— masticaban la bilis del hartazgo ante la cínica exhibición de 29 inmuebles en la ciudad capital y cuatro edificios en New York como preludio de una colosal fortuna. Las evidencias del enriquecimiento ilícito no alcanzaban a penetrar en los estrados judiciales.

Es hoy una octogenaria sobreviviente en la ciudad de Manila la señora Imelda. Desde la muerte de su marido en 1989 –exiliado en Honolulu— intentó varias veces incursionar en candidaturas pero nunca logró triunfar, salvo una escuálida diputación sin brillo alguno.

Cierta soberbia insufrible la acompañó en sus años de hegemonismo y el pueblo filipino no la olvidó, peor aún, la ignora y resulta indiferente su presencia en las calles. Conversando con los filipinos se les observa un súbito regocijo cuando se les pregunta por el histórico rescate de los 684 millones de dólares depositados dolosamente en la banca suiza.

Imelda Romuáldez de Marcos inspiró a la comunidad filipina a recordarla mediante una caricatura despectiva: “Mariposa de Hierro” y acuñaron en su deshonor el vocablo “imeldífico” como sinónimo de extravagancia ostentosa.

Este va siendo el final de una octogenaria que nunca se cansó de abusar de los fondos públicos y participó necesariamente del asesinato de Benigno Aquino, el periodista que volvía del exilio para liderar y unificar la oposición. Casi llegan a inaugurar los esposos Marcos el sistema de la rotación matrimonial del poder. Intentaron abiertamente promover la candidatura de la “Mariposa de Hierro” pero el valeroso pueblo de su país la rechazó en pleno proceso de despotismo y trampas comiciales. Una candidatura unificada en la persona de la viuda del líder asesinado bastó para que las Filipinas se liberaran sin violencia del cepo populista, corrupto y avasallador de las instituciones públicas y privadas.

La gente del Brasil desde las calles de su inmensa geografía, sin piquetes, huelgas ni violencia echó a su presidente Collor de Mello, joven y prometedor mandatario, tan sólo porque a su jefe de campaña Paulo Farías —una especie de Albistur, Cappaciolli y Mariotto juntos— le habían descubierto manejos turbios de los dineros de la campaña electoral cuando aún no transcurrían ni tres años de mandato. Valga una receta para curar los abusos, desmanes, inseguridad física y jurídica, vocaciones de eternidad en el poder y demás atropellos a la legalidad y la paz social consumados con saña por los regímenes corruptos.

Ernesto Poblet