“Aquí, son grises los pastos y los pájaros, y gris es el cielo que los cubre. Grises son las calles y los campos yertos donde solo algunas vacas se animan a sentarse bajo la lluvia gris de todo el año”. S.C.
Los libros y la literatura tienen tantas interpretaciones como lectores. Cada lectura se puede mirar a sí misma, frente a la realidad o ficción. No es un espejo, diría más bien una recreación de lo que el autor o autora nos retrata con sus palabras: vivencias, observaciones, descripciones, personajes, la revisión de su pasado, la angustia de su presente o la (in) felicidad de su futuro. Cada camino tiene sus propios agujeros negros, destellos que a veces la misma luz niega, sombras que se revitalizan como si la memoria absorbiera el fondo de una mina de carbón. Se puede ser más o menos objetivo o subjetivo, la literatura no garantiza nada, ni siquiera lo que relata o cuenta un autor, (a) a sus propios riesgos. La palabra siempre está a la intemperie, cuando es verdadera, audaz, asume riesgos, refleja sus grietas, enseña sus vísceras y entrega las entrañas al lector. Un abismo nos puede enseñar los primeros pasos y una planicie fría, ciega en sus infinitos caminos, cortar el futuro.
Nublado de Silvia Campazzo, argentina residenciada en Estados Unidos, nos cuenta la historia de una mujer abrazada a su existencia en un paisaje inhóspito que la devora, anula, deprime y reduce su vida presente a un presente perpetuo, a unas cuantas paredes de una casa y le nubla un futuro inexistente. Esta es una primera impresión de un libro biográfico, escrito desde el dolor, que contiene ocho relatos y una visita a la infancia, recuerdos de la edad dorada, donde la nostalgia recupera su tiempo cada vez que puede en un presente que nunca olvida el pasado.
¿Por qué Nublado?, se pregunta la autora y responde desde su presentación: “Porque fue lo primero que vi ese día que levanté el teléfono medio dormida y me preguntaron cuál era el nombre del próximo cuento”. El tiempo puede llegar a ser un desencadenante de frustración, paralización y asfixia, lo que en buenas cuentas refleja su autora en no pocas líneas.
Estos relatos nacen de una experiencia vivida, experimentada por una mujer sumida en su propio olvido, atrapada en el espacio de la infelicidad vivencial, exacerbada por una geografía que congela el espíritu, ciega el alma y envilece la propia existencia. Siempre sospeché que la geografía marca a las personas, les imprime un sello indeleble de agua, nieve, frío y calor intenso que de alguna manera les determina. Se entrevé, sin embargo, una lucha soterrada de esta mujer ante la adversidad y otras veces de manera abierta ante su propio espejo y sólo desfallece para renacer, como un Ave Fénix con sus alas congeladas, pero no vencidas. El deseo marca un rumbo hacia otras necesidades, trasciende este mundo enrarecido por la opacidad. A pesar del gran telón borroso de un paisaje que se instala en la memoria del diario vivir, la autora y sus personajes emplean recursos para evadir el propio entorno que les sume en una burbuja de soledad.
El gran techo nublado aplasta a nuestro personaje, congela sus sentidos, paraliza su cuerpo, posterga, aniquila sus sueños. Aún así, cuando la autora señala que sigue viviendo en esas tierras inhóspitas que producen ceguera, aprendió a no mirar por las ventanas y a no desesperar por un rayo de sol.
A los relatos les une una cronología advertida por el tiempo en una pirámide invertida contra el pasado.
El lector debe preguntarse si Silvia Campazzo se reescribe así misma, indaga desde el proyecto femenino a sus personajes y desde luego a ella, que está presente sin entrar en la lectura de los textos, porque desde su presentación nos cuenta su autora que no existen recetas para vivir y que ella no ha elaborado una con su propia vida y menos la ha impreso para nuestra disposición.
La extensión de un relato no garantiza su excelencia o la inclusión de numerosos elementos su complejidad. Llamo la atención para cualquier lector de este compendio de vidas asociadas fundamentalmente a un personaje femenino, donde es notoria la ausencia paterna, expresada desde la masculinidad como el rol del abuelo y en mucho menor grado el padre. No es mi intención hablar sólo desde el punto de vista de la mujer, aunque está clara la opción femenina y biográfica de la autora, lo que de ninguna manera le resta vitalidad y pone en riesgo su condición de texto literario. Es una percepción tan válida y contundente como cualquier otra.
¿Y las flores? es el relato que abre el libro, con una historia que ficciona una realidad abominable, una existencia inútil. ¿La mujer de las nieves? ¿Titulo para otra obra? El personaje es una especie de moderna Cenicienta encantada, que se llama Josefina, y para poder desanudar su pobre vida, reinventa su realidad a partir del nacimiento de flores en su cabeza, las que le vitalizan, producen felicidad y le dan color y luz a su opaca vida. Las brujas hostiles son el medio ambiente moribundo de la tundra que le envejecen, sus jefes en la universidad que no admiten un cambio, su esposo que se niega a vivir y no acepta hacerlo fuera del escenario gris, diario, opaco, y los propios hijos que tampoco valorizan a alguien diferente, atípico. Josefina ama las flores, -la historia puede llegar a ser una metáfora cruel- pero sobre todo, ella tiene un sentido distinto de cómo vivir y sentir la vida, y en el lugar que le tocó hacerlo, esa actitud vital, cálida, espontánea, alegre, divertida, no encaja. Josefina termina por seguir las reglas que le imponen la familia y la sociedad para "ser normal" y un día se corta las flores que ya conformaban un hermoso y variado jardín. (La normalidad consiste en tener la cena servida en tiempo, atender al marido y los hijos.) Ella se amputa finalmente la energía que emanaba de su nueva condición. La escena es hermosa y trágica, es un suicidio que la naturaleza y el cuerpo comparten resignados. La muerte por resignación. Me parece conocer a esta Josefina que se inmola por la felicidad de su familia. Así ocurre en el cuento. Ella se desangra hasta la muerte, creman su cuerpo y le acompañan numerosas mujeres desconocidas vestidas de distintos colores y con una coronilla de flores sobre su cabeza. Sus cenizas son esparcidas sobre el hielo que sus pies caminaron algún día. El sacrificio cambia un poco el panorama del lugar, porque se escucha música en las casas, las cenas no están listas a tiempo y las ventanas "están llenas de macetas rebosantes de flores". El clima no ha cambiado, pero un viudo con sus dos hijos han abierto una florería en la calle principal del pueblo. Es una moraleja, la que cierra finalmente la historia y sutilmente Silvia Campazzo utiliza un lenguaje austero, no personalizado, al que le impone una cierta solemnidad ritual dentro de una absoluta coloquialidad.
El país sin sol, es el país de la tristeza, de la ausencia de esperanza. La autora le da voz a un muchacho, que le obsesiona encontrar su sombra en un país donde no existe, ni para los árboles detenidos en los caminos. La razón es simple, no hay sol, el vehiculo que la produce. Un cielo brillante, despejado, soleado, no solo produce alegría, reanima el cuerpo. Un tiempo despejado anuncia viajes, situaciones agradables, es aventura y placer. Un cielo nublado o gris, es el retrato de la desesperanza. El cielo también es símbolo de autoridad. Joaquín, el muchacho del cuento, después de esforzarse de una y mil maneras, con ingenio y tenacidad, por encontrar su sombra, la luna y el sol, decidió emprender un viaje al cielo, sobrepasar las nubes que no le dejaban verlos. Se asomó a la ventana, después de varios intentos, voló. Durmió en esas alturas colgado de una estrella, relata Silvia Campazzo, y cuando amaneció y salió el sol, pudo ver atrás de él, agazapada y sonriente a su sombra. Nunca más dejo de disfrutar de su sombra, Sol y Luna, pero su familia no aprendió a volar. La familia disfuncional, carece de comunicación, no tiene proyectos comunes.
En Caminaremos al sur, la autora retoma el camino de la búsqueda de la felicidad, a través de la voz de un niño que es el eco de muchos otros niños, que ha dejado sonreír por el egoísmo y la ambición de sus padres de hacer más dinero para tener más cosas. Es un breve texto que privilegia la naturaleza en un trasfondo ecológico, la campiña silvestre, natural, por el frío e impersonal mundo de las finanzas. Es una crítica al sistema, a la visión neoliberal salvaje, que apuesta al dinero, a las cosas y pone por encima esos valores materiales per se, por sobre la vida común y corriente. Una vida sin poesía, por decirlo de alguna manera. El símbolo de la trama es un viaje hacia el sur, un viaje iniciático, verdadera alegoría, el lugar amado, donde se vive y sonríe. Un retorno al lar, al lugar que es posible para que los hijos crezcan como si fueran frutos: al sol, culmina la escritora el relato, con una visión poética del asunto principal.
Releyendo estos textos, poniendo atención en su trasfondo, en lo que se vislumbra detrás del telón de las palabras, pienso que brillan no con toda la luz e intensidad que nos dejan ver en sus momentos más altos. Esta afirmación es una invitación a la autora, quizás a ponerla a prueba para que continúe buscando su tono, profundizando en estas ideas, porque después de todo, la literatura es una búsqueda constante de uno mismo en relación al otro y los demás, que no se ven, pero no sobran. Un comienzo permanente.
A partir del relato El Loco hasta Esperando los jueves, es otro el circulo que se cierra y desde adentro se manifiesta el dolor, el sentimiento de pérdida, la absoluta impotencia y la maravilla de la juventud que no se resigna, cree, a pesar que el espejo del amor se quebró.
El sufriente personaje femenino, lastimado, objeto de uso y abuso, lucha en medio de su juventud e inexperiencia por superar lo insuperable, el abandono. Se siente en las palabras una suerte de orfandad. Se vive la peripecia, el trasvasije de lugares físicos, la fragilidad que produce la irresponsabilidad de la pareja, de la madre y el padrastro con su conducta aberrante, cargada, trascendida de miseria humana. La autora, fiel a su cuidado lenguaje, describe los movimientos del padrastro como una “víbora, sigiloso se arrodillaba al lado de la cama y metía sus manos entre las sabanas para alcanzar su piel”. La adolescente se crece en su lucha vital por la supervivencia, esa que dura para toda la vida.
La violación es un acto que atenta contra la dignidad humana. Humilla al cuerpo físicamente y ultraja el alma. Como a mi propia hija, se titula la narración y el personaje agredido de 13 años, una inocente colegiala, se defiende de los recuerdos desde las primeras tres líneas del relato: “¡Cerdo apestoso! ¡Asqueroso milico de mierda! Las lágrimas caían como en aquellos días. El fantasma de la pérdida con violencia puede ser guardada en una caja de los secretos, una pequeña Pandora que puede abrirse en cualquier instante, como le ocurre a la adolescente del relato.
Nublado es una pequeña antología de cuentos cortos y no tan cortos, anuncian desde un inicio los editores Xlibris Corporation, que parodiando un libro de Ricardo Piglia, podríamos decir que estamos ante unas Formas Breves. Textos con un lenguaje transparente, coloquial, abierto, en la miniatura profunda de los acontecimientos cotidianos, por donde camina la vida, aunque sea a contra mano. Historias que tienen su luz propia y sombras, aunque el paisaje externo permanezca nublado.
La Justificación, una vuelta a la infancia no es del todo cierta, porque mezcla la vida en varias vías, donde los caminos se bifurcan, todo va y viene, es moneda de dos caras. Es, a no dudarlo, el mejor de los mundos, ese imborrable. De alguna manera todos queremos volver a la infancia, y si bien es lo mejor de nuestro pasado, también puede resultar una pesadilla. La gran metáfora de la vida, de los tiempos perdidos, vividos, el padre disfrutado a sorbos, instantes, los abuelos, la bicicleta, los amigos, los colegios, barrios, eso que es tan del Sur. Los olores y el tacto de las cosas, los espacios habitados, las vivencias juveniles. Los monólogos sin explicaciones, la pérdida del hogar materno/paterno, todo deriva en tiempos buenos, tiempos malos.
En el centro de la historia está la higuera que crece junto con la jovencita y en cuyos rodrigones ella reúne sus fuerzas y se planta ante su propia existencia. Un nuevo símbolo, La Higuera que crece en la casa de los abuelos y comparte el crecimiento con ella, su “hermana gemela”. La compañía de la soledad, es compañera que nunca falla. Nublado son vivencias que hablan por sí solas. 65 páginas con diversas historias, el paisaje desolador de la convivencia humana, uno de los hilos conductores, que se entrelaza al paisaje yerto como leit motiv.
Mi invitación con estas líneas es al público lector, que ningún comentario reemplaza una espaciosa lectura personal.
Rolando Gabrielli