La admisión del jefe de Gabinete de
Más allá del contenido político de algunas de las consignas que se levantan desde hace más de dos semanas en las marchas y tomas de colegios secundarios públicos de
Escuelas normales centenarias de provincias y del distrito porteño, que reúnen los niveles inicial, primario, secundario, terciario y sus departamentos de aplicación (formación docente) formaron a muchas generaciones de argentinos, con los mejores profesores pero muchas, en inhumanas condiciones.
Quién no recuerda a un familiar contar que estudió en escuelas o universidades públicas argentinas con escaleras y ascensores rotos, con pisos levantados, con peligrosos techos y columnas desestabilizadas. Fue para muchas generaciones del país, casi un distintivo egresar de alguna emblemática escuela, como el Mariano Acosta, el Otto Krausse, los normales porteños, bonaerenses y de provincias como el primero que tuvo el país, el de Paraná, Entre Ríos creado por Domingo Faustino Sarmiento, y destacar que lo hizo en medio de esos flagelos.
"Así como los estudiantes evitamos con nuestra movilización la aplicación de ley Federal de Educación en los '90 en la ciudad de Buenos Aires, hoy pedimos que se destine más presupuesto y se terminen las obras de las escuelas y no sólo para las que están tomadas", sostuvo Fernando Ramal, delegado del Normal 1, respecto a la explosión estudiantil.
Ramal, quien pidió también que los plazos para la finalización de las obras escolares en Ciudad "no sean ambiguos" y se terminen "este año", no demostró una cerrazón en sus afirmaciones, al sostener que lograron "llamar la atención de los funcionarios" y que "los recibieran".
Los estudiantes se mostraron abiertos también a "continuar la lucha más allá de las tomas", por lo que se advirtió que podrán trocar la protesta en otras modalidades como sentadas, clases públicas y cortes de calles.
No importa si las escuelas rotas argentinas forman parte de subejecuciones y corrupción de otras gestiones —lo que sí vale para un buen juicio a sus responsables—, lo que hoy cuenta para estos chicos es que no quieren repetir la historia familiar.
Estudiar en cualquier punto del país con pisos rotos, con humedad, sin calefacción en invierno, sin comedores y alimentos calientes, con ratas, con ventanas y techos rotos, forma parte también de la falta de respeto a los derechos de las personas, y en esta caso al derecho a estudiar.
Si se suele decir que "los ciudadanos financian con sus impuestos a la educación pública", pues entonces que se utilicen esas recaudaciones para devolver a los hijos de esos contribuyentes, la mejor educación.
Laura Hojman
DyN