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La apropiación indebida de la verdad (Parte I)

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CONFLICTOS ENTRE EL CLERO CATÓLICO Y EL PODER POLÍTICO EN LA ARGENTINA PERONISTA 1945-1955
CONFLICTOS ENTRE EL CLERO CATÓLICO Y EL PODER POLÍTICO EN LA ARGENTINA PERONISTA 1945-1955

“Cuanto más confuso es un concepto, más dócil se muestra a la apropiación oportunista”. Jacques Derrida. 

 

La armonía primigenia en las relaciones de la Iglesia Católica Institucional y el Movimiento Peronista estuvo signada por objetivos e intereses comunes acordados entre gobierno y clero, a partir del golpe de Estado de 1943.[1] En palabras familiares al lenguaje del justicialismo se puede expresar que esta comunión solo respondía a fines tácticos con metas estratégicas disímiles, y con pretensiones tanto peronistas como clericales teñidas de particularismos.

En primer lugar y para una mejor comprensión del presente trabajo es menester clarificar el significado de los conceptos que han de utilizarse. Cuando se hace mención de la Iglesia Católica, generalmente la referencia se orienta a la Institución clerical con claros objetivos de control social y no al sentido teológico del término Ekklesía. En tanto al concepto “Movimiento Peronista”, éste no siempre encerraba o se conjugaba con los intereses personales de Perón. En todo caso ambas frases conceptuales representan creencias y voluntades colectivas que muchas veces no encontraron identificación plena con las intenciones de sus conductores. Por esta razón se hace necesario que en el desarrollo de esta tarea las expresiones utilizadas queden debidamente aclaradas respecto al sentido y significado que se pretende dar al texto escrito.

La relación que se establece entre la religión y la política fue, es y será inherente a la condición social de la vida humana. Ahora bien, para definir con mayor precisión la tarea que nos ocupa, el objetivo de esta labor está orientado al análisis del comportamiento público de los jerarcas de la Iglesia Católica Argentina durante la hegemonía peronista, las respuestas de Perón ante las pretensiones clericales, y la pugna entre ambos actores por el control del imaginario social y la monopolización de la palabra. Una lucha que atraviesa diversos estadios hasta concluir en la batalla frontal de los años 1954-55.

Si bien existen interrogantes sobre algunos hechos que caracterizaron el período cuyas causas permanecen en la oscuridad, la temática no es novedosa para la investigación historiográfica.[2] En esta tarea solo se trata de volver a observar el contexto histórico en cuestión, e indagar en la confrontación de autores sobre algunos problemas poco considerados en estudios anteriores.

Si Perón fue el candidato más cercano a las pretensiones del clero católico para las elecciones de 1946, ¿qué objetivos fueron comunes en un principio y cuales presentaron tanta diferencia como para enfriar una relación que aparentaba calidez e identificación en sus propuestas? ¿Qué razones motivaron el proceso paulatino de alejamiento entre el nuevo presidente y el catolicismo institucional? Además, considerando estos problemas es bueno volver sobre viejos interrogantes tales como, ¿cuáles fueron las razones que motivaron el choque violento entre ambos actores durante los últimos años de Perón en el poder?, o ¿qué responsabilidades les cupieron al Estado y a la Institución Eclesiástica en los sucesos de los años 1954 1955?

 

Afinidad ideológica y mutua conveniencia

 

Mucho antes de aparecer la figura de Perón en el escenario político nacional, el “campo religioso” había iniciado su proceso de expansión por los espacios del Foro. Esta forma específica de poder que le otorgaba legitimidad al clero sobre los laicos como intermediarios entre lo natural y lo sobrenatural, daba la posibilidad de que la Iglesia Católica Institucional dominara un amplio espectro del imaginario religioso y a su vez ejerciera un poder de control sobre la sociedad argentina de la década del cuarenta.[3]

Más allá de que exista algún trabajo con pretensión historiográfica como la apología de la superestructura clerical que ensayó Roberto Bosca, los hechos analizados en otros estudios demuestran claramente la influencia de la poderosa institución católica en el marco político local. [4] Esforzarse en creer en la inocencia de los que portaban investiduras respecto de su participación en el ámbito político y social argentino a partir de 1930, es conducir el intento a una pronta y asegurada decepción. El clero argentino se destacó por haber “enunciado” y “actuado” en el campo social y político antes y después de la aparición del fenómeno peronista.[5]

La crisis de las democracias liberales del contexto occidental a partir del crack de 1929, fomentaba el desarrollo de regímenes autoritarios que se presentaban como únicos con posibilidad de solucionar los problemas políticos y económicos derivados de la debacle capitalista. Estas propuestas, lejos de ser cuestionadas por la Curia Romana, fueron vistas por algunos de sus miembros como la “milagrosa” fórmula para enfrentar la difusión de las ideas socialistas en el mundo de las libertades individuales.

Estas visiones integristas y corporativas de la sociedad, no muy alejadas de la interpretación católica tradicionalista, fueron recepcionadas calurosamente por los sectores nacionalistas y la mayoría de las figuras eclesiásticas de la República Argentina. Luego del Congreso Eucarístico Internacional de 1934, cual si fuera un émulo reducido del Concilio de Trento, el clero argentino se propuso catolizar a todos los estratos de la sociedad.[6] Este proyecto llevaba implícito un replanteo en las relaciones de Iglesia y Gobierno, y una reformulación de las actividades de las agrupaciones conformadas por laicos que respondían a la conducción del clero.

¿Cómo lograr una injerencia adecuada en el campo social para que los “gentiles” vivieran acorde a la verdad?

He aquí el planteo que se hizo el clero con la intención de consolidar su dominio sobre la conducta humana en sociedad. La respuesta no se hizo esperar. La acción estuvo orientada a que la institución eclesiástica se convirtiera en actor principal del escenario educativo nacional. En realidad, los objetivos que se proponían los obispos iban mucho más allá de lo aceptable para cualquier comunidad pluricultural, deseaban que la “obra educativa” fuera una “puesta unipersonal” escrita, dirigida e interpretada por un solo actor, el clero católico. Los enemigos estaban claramente identificados, el liberalismo expresado en el laicismo educativo, y su lógica consecuencia, el peligro inminente de la difusión de ideas comunistas que atentaran contra la tradición nacional.[7]

Como bien señala Loris Zanatta, contrariamente a lo sostenido por algunos autores, la Argentina de la “Concordancia” no siempre fue armónica en lo que se refiere a las relaciones entre la Iglesia y el Estado.[8] De hecho, la lucha por la conquista del campo de la enseñanza comenzó poco tiempo después del gobierno del general Justo, y durante los primeros años del gobierno de Ortiz el Estado enfrentó duros planteos de la corporación clerical.

La educación se convirtió en una meta estratégica y clave para los representantes del catolicismo argentino. Por su intermedio éstos harían factible el control de la sociedad que tanto deseaban, y el disciplinamiento de los colectivos humanos tan necesario para producir el milagro de constituir una Nación Católica. El ataque a la escuela laica, a su posible permisividad de avalar una escuela mixta, encerraba intenciones solapadas de manejar la conducta humana mediante supuestos principios morales que solo apuntaban a defender un poder autoritario por medio de la vigilancia y el castigo.[9]

Si bien la Iglesia intentó difundir sus enseñanzas a todos los ámbitos de la estructura social, estableció en su organización interna un orden de prioridades para la acción. Los primeros beneficiados en recibir la formación católica no fueron los sectores subalternos de la comunidad, muy por el contrario, la mira apuntó a los integrantes de instituciones ligadas a las esferas de poder. Una visión casi lógica para el verticalismo clerical que buscaba su analogía en el campo político.[10] Una clara demostración de la expresión más acabada de lo que Rubén Dri denominó en su obra “Iglesia de la Cristiandad” o “Iglesia de la Dominación”, muy cercana al enfoque interpretativo del clero pero muy alejado de la esencia evangélica.[11]

La tarea conducida y desarrollada por los pastores de la Iglesia Católica a través de sus organizaciones religiosas y laicas generó una simbiosis fundamental par el devenir de los acontecimientos políticos y sociales de la Argentina: el proceso de identificación entre la Iglesia Institucional y el Ejército, entre lo que era considerado cristiano y lo militar. Con discursos que expresaban contenidos sólo comparables a la “Devotio Moderna Ignaciana”, el clero difundía los postulados básicos de la única “verdad” política que conduciría a la Nación por el sendero de la perfección.[12] Esta interrelación entre lo católico y lo militar, que se profundizaba durante los primeros años de la década del cuarenta, comenzó a ejercer una poderosa influencia en el imaginario social. La palabra de la Iglesia, que muy pocos sectores se atrevían a desafiar sin temor a quedar descolocados frente a la mayoría de la población, empezaba a ser un factor de importancia capital en la construcción social de la argentinidad.

El nacionalismo se fortaleció, cierto liberalismo planteaba una retirada táctica intentando reposicionarse respecto al catolicismo, el clero creyó monopolizar la verdad de la palabra, y por último, el aparato militar entendió que era el único responsable de los destinos de la Nación.[13]

En este marco social y político en el que el clero católico estaba logrando sus objetivos de imposición y control, fue en donde se establecieron los antecedentes de las primeras relaciones entre la Iglesia y el peronismo. El golpe militar de 1943 marcó un punto de inflexión en la expansión del clericalismo. De la mano de nacionalistas y católicos autoritarios laicos y religiosos, el gobierno de facto dispuso una serie de decretos que coartaron la libertad de prensa y de expresión radial (decreto 18498), promovieron la educación religiosa y establecieron una clara represión a comunistas y socialistas.[14] Todo hacía pensar, para los componentes de ciertas elites, que el “ordenamiento necesario” comenzaba su cauce. Visión parcializada de una realidad que sobrepasaba las capacidades de militares y religiosos que seguían empeñados en subestimar el accionar de otros sectores supuestamente pasivos de la sociedad.

El proceso de industrialización que venía transformando la región desde la segunda mitad de la década del treinta, se profundizó aún más luego de 1940. Las migraciones internas de las que tanto nos habló Gino Germani[15], habían incrementado la población trabajadora de Buenos Aires y reforzado el accionar sindical de vieja tradición militante con ideas de izquierda. Si bien en este ámbito también trabajaba la Iglesia, lo hacía en menor medida que la ocupación demandada por la institución militar y por los integrantes de las clases acomodadas siempre preparadas para ejercer el poder político.

Ahora bien, como estructura institucional milenaria la Iglesia Católica sabía que debía impregnar con su doctrina a todos los estamentos de la sociedad si pretendía lograr su meta final. La clase trabajadora, después de los sectores mencionados, representaba un “destacado” segundo lugar en las prioridades del clero, pero debía ser atendida y educada para formar parte del “nuevo orden cristiano”.[16] Esto fue lo que hizo factible la aparición del denominado “catolicismo social”, que sin proponer una confrontación dialéctica en el problema de la distribución capitalista, aspiraba a solucionar el conflicto entre el capital y el trabajo. Discurso este que gozaba de la ambigüedad necesaria para que cada actor social que lo asimilara, interpretara lo que quería escuchar. De todos modos, el problema obrero era una asignatura pendiente que la Iglesia Católica no podía obviar. Más allá de la creación de la juventud obrera católica o de algún discurso de cierto contenido anticapitalista, el asunto demandaba una solución política que evitara la posible seducción a los trabajadores por parte de la ideología marxista. Esto hizo que la división entre los católicos fuese inevitable. En todas las organizaciones internas de la Iglesia nacía una corriente populista que intentaba una alternativa frente a los lineamientos conservadores. En esencia estas visiones presentaban diversidades mínimas, pero su repercusión pública agudizó las diferencias en el campo social y político.[17]

Los predicamentos de la vertiente populista del mundo católico que intentaban conjugar un nacionalismo cultural con una fuerte sensibilidad social impactaron profundamente en la mayoría de los militares que formaron parte del gobierno de ipso de 1943-46. Algunos obispos y sacerdotes vislumbraron la posibilidad mediante una alianza con algunos componentes del sector militar, de llevar adelante la construcción de un Estado corporativo identificado con el modelo católico. Un modelo que, si bien estaba salpicado de algunas gotas de progresismo social en los católicos que se planteaban el problema obrero, nunca pudo despegarse de la “concepción jerárquico-orgánica de la sociedad”.[18]

La complejización del campo social de la época delineaba las diferencias entre los militantes del catolicismo. Convivían los sacerdotes y laicos de un nacionalismo católico que se acercaba peligrosamente al fascismo, algunos católicos más liberales, otros más interesados en el problema social y el tradicionalismo más conservador. Todos invocaban el fundamento de una doctrina social de la Iglesia nacida en la encíclica de León XIII en 1891 que gozaba de la misma ambigüedad que la que puede observarse en los discursos y posturas tomadas por los religiosos argentinos de la década del cuarenta.[19] De lo que no queda ninguna duda es que las principales autoridades del clero argentino y una mayoría apreciable de sus colaboradores consagrados adherían al tradicionalismo más conservador y nunca dejaron de conciliar sus intereses con los de la tradicional clase dominante.[20]

Durante el primer año del gobierno militar, mientras Iglesia y Estado se preocupaban mediante decretos de convertir a la sociedad en una comunidad identificada con la doctrina católica, un funcionario de segunda línea poco conocido en el espacio público pero claramente posicionado con el sector militar ascendido el 4 de Junio, se encargó de presentarse en sociedad con una concreta llegada al mundo de los trabajadores de una forma más práctica que las prejuiciosas maneras eclesiásticas. Cuando el coronel Juan Domingo Perón se hizo cargo del Departamento de Trabajo prontamente se encargó de diferenciarse del resto de los componentes del gobierno que representaba. En primer lugar comenzó por escuchar los reclamos obreros y tratar de solucionarlos. En segundo término fue tejiendo un entramado político y discursivo que iría construyendo su personalidad pública, su carisma.[21]

Perón logró convertir el Departamento de Trabajo en Secretaría de Estado. Complicado en los avatares políticos de la coyuntura pudo acceder a los resortes del poder acumulando cargos y funciones que lo convirtieron en el principal referente de los destinos del Estado Nacional.

La política social de la “revolución” comenzaba a ser el fruto de un particular sincretismo político. Figuras del catolicismo social conjugado con algunos componentes de las Fuerzas Armadas y sumado a una dirigencia sindical con mayor presencia pública fueron los precursores, quizás sin saberlo, de un nuevo fenómeno social cuyo eje conductor se centraba cada vez más en la figura de Perón.

La intervención militar en la política fue motivada por la “sensibilidad ante el dolor de los trabajadores por el compromiso cristiano que le imponía a las Fuerzas Armadas el sagrado deber de defender los intereses de la Nación”.[22] Estos eran los argumentos que esgrimía Perón en sus primeros discursos intentando identificar la tradición católico-militar y el colectivo de la clase trabajadora con la argentinidad. Análogamente a lo que expresaba la Iglesia respecto de la sinonimia “ser católico-ser argentino”, el coronel incorporaba al soldado y al trabajador concreto a esta identificación.

El pragmatismo de Perón generaba controversias en el seno del clero católico. Los nacionalistas y los demócratas liberales miraban con desconfianza a este militar que mostraba intenciones de prácticas católicas en la política. Los primeros lo veían demasiado obrerista con peligro de acercarse demasiado a ideas de inspiración comunista, y los católicos liberales observaban en el secretario de trabajo una línea similar al fascismo de Mussolini o Franco. Los religiosos ligados al “catolicismo social” confiaban en que este hombre del ejército era la persona necesaria en el momento oportuno. Más allá de las opiniones encontradas de algunas individualidades del clero, la que se pronunciaba a favor o en contra de una personalidad política o con futuro político, era la Institución como corporación. La que legitimaba un accionar social y político era la jerarquía clerical. La coyuntura de 1945 haría conveniente a los intereses de esta jerarquía apoyar a la persona pública que decía actuar políticamente fundada en la Doctrina Social de la Iglesia. A pesar de la desconfianza que podía generar Perón en el alto clero, éste reunía las condiciones para mantener los logros y garantizar los beneficios obtenidos desde 1943. Después de todo, Juan Perón era un oficial del Ejército Argentino y como tal había sido formado en una disciplina y unos principios similares a los recibidos por la casta sacerdotal. Podía demostrar ambición personal pero nada que no sea controlable por la corporación eclesiástica.

Perón, por su parte, confiaba en sus dotes de persuasión pero además sumaba gestos claros para lograr la bendición de la Iglesia Institucional. Las diferencias entre estos actores no se mostraron en la etapa de formación del peronismo. Las ideas que volcaba el “coronel de los trabajadores” en sus discursos no contradecían en nada a las expresiones de la institución católica en sus intentos de control social. La “unidad espiritual” tomada del pensamiento militar y llevada al terreno político en lo que más tarde se conocería como “unidad de concepción” para la acción, o doctrina única que fijara objetivos nacionales, no solo no difería de los objetivos que se había propuesto la Iglesia institucional para “convertir” a la sociedad, sino que alimentaba la esperanza del clero por utilizar la nueva figura política en su provecho.[23]

La afinidad en las ideas y la mutua conveniencia funcionó como aval tácito del clero al nuevo conductor político y a la vez sirvió de apoyo a éste en la Iglesia (Continuará).

 

Claudio Esteban Ponce



[1] El gobierno que irrumpe en 1943 fue conformado con una mayoría de integrantes del nacionalismo católico con un proyecto político integrista que el clero venía impulsando desde el Congreso Eucarístico Internacional de 1934, y que parecía conjugarse con la continuidad peronista. Ver en...Caimari, Lila. El peronismo y la Iglesia Católica en Torre, Juan Carlos comp. Los Años Peronistas 1943-1955 . Nueva Historia Argentina, Sudamericana, Buenos Aires. 2002. Pág. 453. Cfr. Zanatta, Loris. Perón y el Mito de la Nación Católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo 1943-1946. Sudamericana, Buenos Aires. 1999. Cap. I.

 

[2] Ver por ejemplo los trabajos de Lila Caimari sobre la relación entre Perón y la Iglesia, o de Susana Bianchi de Catolicismo y Peronismo, a los que se pueden agregar los estudios de Loris Zanatta e inclusive el de Roberto Bosca sobre la Iglesia Peronista entre otros.

[3] Caimari, Lila M. Perón y la Iglesia Católica. Religión, Estado y Sociedad en la Argentina, 1943-1955. Buenos Aires, Ariel. 1995. Págs. 14 y 15.

[4] Ver en... Bosca, Roberto. La Iglesia Nacional Peronista. Factor religioso y poder político. Buenos Aires, Sudamericana, 1997. Págs. 62-63. El autor intenta revalorizar el accionar de la jerarquía clerical como si ésta no actuara movida por intereses políticos y terrenales. Cfr. Caimari, Lila (1995), Pág. 59. Cfr. Zanatta, Loris (1999), págs. 17 a 22.

[5] Ver en... Zanatta, Loris. (1996). Págs. 311 a 321.

[6] La comparación se toma acorde a la tesis de Jean Delumeau, quién sostiene que la verdadera influencia de la Iglesia Católica en Europa occidental no fue en la Edad Media sino a posteriori de la planificación pastoral surgida del Concilio de Trento. Ver en... Delumeau, Jean. El Catolicismo de Lutero a Voltaire. Ed. Labor, Nueva Clio. Barcelona, 1973. Caps. I y II.

[7] Zanatta, Loris. (1996). Pág. 314.

[8] Zanatta, Loris. (1996). Pág. 308.

[9] Para poder analizar la cuestión de la educación y la sexualidad como instrumento de sometimiento, ver en...Foucault, Michel. Vigilar y Castigar. Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1989. Págs. 143 y ss. Cfr... Zanatta, Loris. (1996). Pág. 313.

[10] Caimari, Lila. (1995). Pág. 65.

[11] El proceso histórico de confrontación entre la Iglesia de la Cristiandad vs. Iglesia Profética está desarrollado en... Dri, Rubén. Teología y Dominación. Buenos Aires. Roblanco. 1987. Págs. 91 a 109.

[12] Cfr. Zanatta, Loris. (1996). Págs. 318-319. Cfr. Caimari, Lila. (1995). Págs. 65-66.

[13] Este contexto político dejaba al margen de la posibilidad de participación de los sectores populares. La clase dirigente de los sectores en pugna concebía una relación política autoritaria con la masa trabajadora a la cual consideraban como un niño ignorante al que había que educar y ordenar. Ver en ...Caimari, Lila (1995), pág. 67, y en Meinville, Julio. Revista de Estudios Políticos, Nº 22 y 23, Madrid. 1945. Pág. 225.

[14] Caimari. L. (1995). Pág. 71. Cfr. Zanatta, Loris (1999). Págs. 15 y ss.

[15] Germani, Gino. Política y Sociedad en una Etapa de Transición. Buenos Aires, Paidós. 1965. Pág.336. Cfr. De Ipola, Emilio. Rupturas y Continuidades. Claves parciales para un balance de las interpretaciones del peronismo. En... Desarrollo Económico, Nº 115. 1989. Pág. 338.

[16] Zanatta, Loris. (1996). Págs. 322 a 325. El autor destaca el poder de penetración social que tenía la Iglesia pero aclara que esta llegada se profundizaba en las Fuerzas Armadas. Es preciso que por “Nuevo Orden Cristiano” el autor entiende una sociedad corporativa y conservadora según la concebía la Iglesia de la época.

[17] Ibíd. Pág. 331.

[18] Ibíd. Pág. 334.

[19] La encíclica Rerum Novarum generó una preocupación por el problema obrero producido por los efectos de la segunda fase de la industrialización capitalista. Ahora bien, en la misma, no solo no se encuentra una posible solución al conflicto de clase, sino que al atacar toda forma de socialismo termina justificando el accionar del sistema que pretende reformar. Ver... Rerum Novarum, Ediciones Paulinas, 1982.

[20] Cfr. Zanatta, Loris. (1996). Pág. 343.

[21] Aquí coincidimos con lo expresado por Mariano Plotkin, que fundado en la visión antropológica de Clifford Geertz, demostró que el carisma no es una característica inherente al líder sino una construcción cultural que puede generarse a través de la difusión de rituales simbólicos que se internalizan en el medio social. Ver en... Plotkin, Mariano Ben. Rituales Políticos, Imágenes y Carisma: la celebración del 17 de Octubre y el imaginario peronista 1945-1950. Anuario del IEHS, Tandil. 1993. Pág. 155. Cfr. Sigal, Silvia- Verón, Eliseo. Perón o Muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista. Buenos Aires, Eudeba. 2003. Pág. 52.

[22] Estos fueron los argumentos de Perón expresados en la redacción de la proclama del 4 de Junio de 1943 y en su discurso del 1 de Mayo de 1944. Ambos citados por Sigal, Silvia y Verón, Eliseo. (2003). Págs. 39-40.

[23] Sobre la idea de “unidad espiritual” ver el trabajo de Mariano Plotkin, La ideología de Perón: continuidades y rupturas. En... Amaral, Samuel y Plotkin, Mariano. Comp. Perón del exilio al poder. Buenos Aires, Cántaro Editores. 1993. Pág. 47.

 

5 comentarios Dejá tu comentario

  1. Gran artículo pero le falto decir que Perón usaba los conceptos eclesiasticos por miedo a una revolución socialista . De hecho el quería una sociedad organizada y por eso de a poco convirtió a la CGT Socialista en una Peronista, Igual el artículo esta muy interesante

  2. Vas bien, Ponce, no te desbarranqués ni goriliés en el capítulo II... Damián... ¿una revolución QUÉ?? Estas en la Argentina, querido...

  3. “Cuanto más confuso es un concepto, más dócil se muestra a la apropiación oportunista”. Jacques Derrida. Lo que dice el sanatero ilegible de derrida se aplica perfectamente a su propia y mediocre frase. ¿Cómo lograr una injerencia adecuada en el campo social para que los “gentiles” vivieran acorde a la verdad? "Gentiles" es una calificación mas apta y utilizada por los judíos, no por la Iglesia, que no discrimina entre gentiles y judíos.

  4. Este artículo es una soberana expresión del sanateo. Perón y el peronismo son un producto del acuerdo deseperado que urdieron la oligarquía terrateniente en sociedad con la Iglesia gobernada por Pio XII... Había que frenar como sea al "trapo rojo" que venía arrasando en Europa y Asia luego del final de la 2a. guerra mundial en Agosto de 1945.... El "ganador" nato había sido ¡ nada menos que Stalin !.... Perón, un fascista de pura cepa, era el mal menor para nuestra oligarquía retardataria y la Iglesia... Durante todo su mandato, Perón no le sacó u

  5. Sanz. Felicitaciones por incorporar a un nuevo ensayista. Esto es investigación. Fachosos, profachosos, anarcos, peruks, radichetas, macrosos, liliosos: ninguno puede negar el trabajo académico. Bien por tribuna. soy tribunero y qué! porsupu que estoy a favor de la independencia de prensa.

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