“El Presidente levanta la voz, y le bajan la caña”, dijo muy molesto el inefable Aníbal Fernández a Luis Majul en la noche del domingo 11 de julio. Al borde de la irritación, como es habitual cada vez que algo escuchado no es de su agrado, endilgó a su entrevistador la intención manifiesta de poseedor de “la verdad revelada e inapelable”. El ministro del Interior, panegirista a ultranza de las políticas oficiales, es otro tramoyista de la palabra que desdeñosamente mutila parte de la realidad. Poniéndose permanentemente en víctima, omite cuidadosamente la responsabilidad de su cartera en la sucia tarea de apretar a aquellos escasos medios de prensa que aún no se plegaron al “país de Mary Poppins”, según la acertada apreciación de Elisa Carrió.
La semana pasada, las huestes del Pingüino Neki saltaron como un solo hombre ante las supuestas amenazas recibidas vía mail a Miguel Bonasso, por parte de Gonzalo Alsogaray y de un capitán del Ejército. Cubriéndose con el sayo de la indignación, el oficialismo salió a manifestar su mejor cara de afectación ante un nuevo caso de intolerancia antidemocrática. Todo es muy lindo, pero una denuncia vertida por quienes cotidianamente usan la extorsión, la amenaza, el apriete y el tráfico de influencias como norma de negociación con los medios, es muy poco seria. Sobre todo, cuando es vertida casualmente coincidiendo con un informe lapidario de Amnesty International sobre las reiteradas violaciones a la libertad de prensa y expresión.
Los autores de este sitio dan cuenta de esto con creces, ya que en forma habitual reciben mail con virus, sufren hackeos y llamados telefónicos intimidatorios. Por supuesto que no es muy difícil inferir de donde proceden, puesto se suceden luego de manifestar abiertamente disidencias con determinadas posturas pingüineras. También es el caso del programa radial El Traductor, conducido por Adrián Salbuchi y Enrique Romero, quienes en su momento fueron radiados del aire a causa de una investigación sobre los fondos voladores de Santa Cruz.
Entonces, la ecuación es muy sencilla. O se pliegan abiertamente a los dictados del primer mandatario, vía el Komisario Fernández o su colega Albistur, o en su defecto sufren toda clase de plagas. Sí, efectivamente el oficialismo se comporta como un colérico dios menor, que premia y castiga según su cortedad de criterio. Palos, rayos y centellas para los díscolos, mientras que los genuflexos reciben valijas con dinero.
Durante 20 años se ejerció en el país una democracia declamatoria, aquella que pretendía curar todo con palabras. Muy cuidadosa de las formas en el exterior, pero ocultando en sus adentros formas autoritarias que evidenciaban la contaminación fascista de épocas pasadas.
Un gobierno que se precie de maduro y sensato, no le teme a la prensa libre. No recurre constantemente a la mordaza, ni apela a fondos públicos para que el periodismo se torne mera propaganda. En cambio, las administraciones que emplean esos métodos oscuros son aquellas débiles y timoratas que no confían en sus auténticas capacidades.
El miedo paraliza y mata, así como la tendencia a encontrar enemigos detrás de cada esquina es un signo viviente de estupidez. Y ésta, como se sabe, suele ser infinita.
No va más
Preocupa —nos preocupa— realmente que un Gobierno sea tan intolerante frente a las criticas del periodismo, incluso al extremo de responder amenazantemente ante cada señalamiento de posibles políticas desacertadas.
¿Sabrá este gobierno que el periodismo tiene la obligación de poner la lupa sobre sus posibles errores y no debe ser propagandista sólo de sus acciones acertadas? ¿Para qué existe acaso la secretaría de Prensa de la Nación?
Encima, a la falta de paciencia por parte del gobierno, se suma el karma del desastroso periodismo vernáculo que sólo sirve para ser servil a cambio de unas monedas encarnadas en la inmoral propaganda oficial.
¿No es acaso Aníbal Fernández —quien se enoja severamente con la prensa— el mismo que tuvo que escapar en el baúl de su auto cuando era intendente de Quilmes para que no lo lincharan por los desfalcos que había provocado en su propio municipio?
¿No es acaso el mismo que protege a una banda de narcotraficantes que solía hacer trabajos sucios para él en la zona sur del conurbano?
¿Con qué criterio puede este impresentable enojarse con la prensa?
Y por otro lado nos preguntamos: ¿Adónde está el periodismo argentino a la hora de pedir explicaciones por todo lo antedicho?
¿Hay periodismo argentino?
Concluyendo
No es sano en ningún lugar del mundo que un mandatario sea tan sensible a las criticas o cuestionamientos de su gestión por parte del periodismo. A menos que creamos que Kirchner es una especie de elegido del cielo que no se equivoca nunca en su tarea.
Aunque debemos admitir que, de acuerdo a su comportamiento diario, el que parece estar convencido de ello es el propio Presidente.
Para colmo y, potenciando lo dicho, Kirchner está rodeado por un grupo de ministros chupamedias que no se animan a contradecirlo en la medida en que él no se meta en sus "negocios" personales. Y eso no ayuda a la hora de intentar lograr que el mandatario sea objetivamente critico.
Pero a no desesperar, aún estamos a tiempo de cambiar las cosas, y esperamos que el gobierno recapacite en ello.
De lo contrario, estaremos alimentando a un futuro tirano que no se diferenciará demasiado de lo que fueron los peores líderes extremistas de la historia.
Fernando Paolella y Christian Sanz
¿Que se puede decir a todo esto? ..Solo fuerza a todos los periodistas que nos hacen ver la verdad día a día. ¿Que sería de nuestra Argentina sin Ustedes? Imaginemos un poco. imaginemos solo información oficial. Solo les quiero decir. Graciasss y nostros también vamos por más!