Ningún ciudadano, adhiera o no al oficialismo, puede ser ajeno al grado de decadencia que tiene nuestra clase política. El problema es que esto se ha hecho pandemia global, salvo rarísimas excepciones.
Los referentes que tenemos hoy en la Argentina, en ejercicio del poder, sumando a aquella mayoría que la juega de opositora, no se diferencian en nada en cuanto al estilo sofista y parodiador, discurso falaz y desconocimiento de casi todo lo inherente al ejercicio del poder público.
Nuestros políticos generalmente carecen de grandeza, son en su gran mayoría poseedores de aptitudes por debajo de la media e ignorantes de casi todo lo que tenga que ver con el verdadero liderazgo, por eso, solo buscan satisfacer sus intereses personales.
Incapaces de pensar realmente a lo grande, en su gran mayoría roban, estafan, mienten, se rejuntan y amontonan muchas veces de manera irremediablemente incompatible para llegar sea como sea a apoderarse del cetro mediante acuerdos espurios y hasta escandalosos donde parecen estar apostando en juegos de azar en lugar de negociando posiciones en beneficio de la comunidad a la que representan.
Muchos de ellos suelen protagonizar escenas propias de conventillo, discusiones estériles por cuestiones de imagen o posicionamiento en la aceptabilidad popular, y encima tienen el desparpajo de hacer declaraciones justificantes que no se creen ni ellos mismos referidas a la ética, a la moral y a la ley.
Caraduras en extremo, nuestros políticos, suelen superar ampliamente la destreza actoral de verdaderos profesionales de las tablas, y lo que hacen o dicen, de auténtico, no tiene nada.
Siempre en pose, siempre para las cámaras, siempre especulando aún con las peores desgracias sociales y hasta personales, incompetentes para manejar su propia hipocresía suelen terminar creyéndose los personajes que componen.
En una de las geniales obras de Platón de cuatro diálogos, el Político o Politikos en griego y Politicus en Latín, era descripto como el poseedor de un conocimiento especializado para gobernar de manera justa y correcta, dotado de la gnosis.
La enciclopedia virtual Wikipedia define al político como “un individuo que se dedica a realizar actividades políticas; es decir, con todo lo que representa la adquisición, el mantenimiento y la gestión del poder en instituciones o ámbitos públicos. (..) Es un miembro formalmente reconocido y activo de un gobierno, o una persona que ejerce influencia sobre el modo en como una sociedad es regida por medio de conocimiento sobre las dinámicas sociales y el ejercicio del poder. Esto incluye a las personas que ostentan cargos con poder de decisión en el gobierno, y a aquellas que buscan obtener tales posiciones, mediante elecciones o por designación o nombramiento, o a través de una revolución, golpe de Estado o fraude electoral”.
Jacques Fresco, escritor, conferencista, inventor y pionero en la ingeniería de los factores humanos, además de ingeniero industrial y social, opina con una insoslayable genialidad que “los políticos no tienen ningún poder. Dicho poder virtual lo obtienen de la sumisión del pueblo gracias a la desinformación mediática, control monetario y otras herramientas de separación. En realidad, no tienen poder en absoluto, pues incluso para solucionar problemas (que es para lo que se les permite en último término su acceso a la gestión) son impotentes, pues no lo solucionan ellos, sino que se dejan asesorar por otros profesionales a quienes contratan (técnicos, arquitectos, ingenieros, doctores, etc.)”.
Si a esto le sumamos que los asesores de los políticos suelen ser sus cómplices amigos y parientes, muchas veces mas incompetentes que los mismos contratantes para las disciplinas sobre las cuales asesoran (con la excusa perfecta de rodearse de gente de confianza), tenemos un panorama bastante claro de por qué los problemas de la comunidad siempre se resuelven mal o directamente nunca se resuelven, quedando la mayoría de las veces en peor estado a como se encontraban antes de que los políticos se ocupen de ellos.
Sin embargo, nunca habrá victimarios si no existen las víctimas.
Un pueblo ausente, desentendido, ignorante y cómodo, dispuesto a hacer como esfuerzo máximo una marcha o protesta, es el campo más que propicio para la proliferación de esta clase de políticos.
¿Qué pasaría si en lugar de insultar en varios idiomas y solo de entre casa, entre amigos o en el barrio a los políticos, la ciudadanía en pleno decidiera seguir de cerca a los actores judiciales y legislativos permisivos y cómplices?
¿Qué pasaría si en vez de ser el poder político gobernante el que presione, amenace y persiga jueces y legisladores, fuera el propio pueblo de
¿Qué pasaría si la conciencia ciudadana dejara de ser una mera descripción de un anhelo y empezara a ejercerse de manera masiva y concreta?
“El mundo que hemos creado no podrá modificarse si seguimos pensando del mismo modo en que pensamos cuando lo creamos” (Albert Einstein, “El precio de la excelencia”).
Nidia G. Osimani