La Argentina de 2011 tiene una dependencia importante de Brasil. Las exportaciones argentinas al gigante americano ya representan el 30% de nuestras ventas y no solamente en el tradicional sector agroalimentario. En el sector automotriz, la Argentina exportó a Brasil 285.000 unidades en 2009, lo que representó el 55% de nuestra producción, cifra que trepó a alrededor de 330.000 en 2010.
Pero la dependencia no se detiene en las meras exportaciones, sino que las mejoras logradas por el tándem Cardoso - Lula han permitido que sus empresarios compraran partes sustanciales de tradicionales empresas argentinas. Quilmes, Acindar, Alpargatas, Loma Negra, Swift, y Perez Companc son algunas de las empresas nacionales ya controladas por capitales brasileños, que tributan aquí pero giran utilidades a su país.
En la Argentina por ahora se baila samba brasileña; si Dilma devalúa se bailará el pericón nacional...
Esta dependencia ubica a Brasil como una suerte de regente económico para la Argentina, pero es sabido que cualquier regencia económica implica una necesaria injerencia política.
Y entonces, del mismo modo en que Brasil marca muchas de las pautas de producción y exportación argentinas, ya el gobierno de la presidente Rousseff comienza a interesarse por aspectos de la política interna de nuestro país, mitad por ser parte claramente interesada.
Así las cosas, en la primera visita de la nueva Presidente brasileña a Buenos Aires, el ministro de Defensa brasileño Nelso Jobim se escapó de la agenda y se atrevió a sugerir que las Fuerzas Armadas argentinas deberían intervenir en la lucha contra el narcotráfico en nuestro país, tal como el Presidente Lula las utilizó en Brasil meses atrás para combatir junto a las policías a los narcotraficantes asentados en las favelas de Rio de Janeiro.
La diplomacia brasileña no es tan improvisada como para desconocer que en la Argentina las FF.AA. tienen prohibido por ley participar en cuestiones de seguridad interior. Tampoco el ministro Jobim ignora que en las visitas protocolares no se suelen tocar temas que no estén adecuadamente agendados. Lo que hizo Brasil fue lo que se llama “marcar la cancha”, saliéndose de agenda y protocolo para advertir que la Argentina no puede continuar en este contexto social de narcotráfico descontrolado que la somete y la pone en riesgo. Y no es porque Jobim pierda el sueño por los problemas argentinos, es porque lo pierde ante la posibilidad de que se les caiga lo que constituye una de las industrias más importantes para su país, es decir, la República Argentina.
En la medida en que Brasil crece y se constituye en una de las principales economías del mundo, la Argentina será cada vez más factoría brasileña, lo cual no es del todo malo, desde luego, pero es evidente que estaremos también cada vez más influidos por la política exterior brasileña y que Itamaraty pasará a ser un sucedáneo del departamento de Estado de los Estados Unidos, que durante tantos años influyó en la política local marcando pautas. Como se lee en la bandera brasileña, "Orden y progreso".
Si la Argentina tuviera conductores inteligentes no se limitaría a fabricar y producir para el mercado brasileño sentándose a contar dólares, sino que buscaría definir un rol de país que no compita con Brasil más que en las commodities que ambos países producen, y tratando de ensamblarse adecuadamente para potenciarse desde lo regional como socio genuino.
Más allá de las ventas de soja y derivados al Asia, la Argentina debería tomar posesión firme y definitiva de su litoral marítimo y monopolizar el negocio de la pesca y procesamiento de su riqueza ictícola —hoy en manos ciertamente oscuras— para abastecer de pescados, mariscos y harinas de pescados a países que lo requieren con avidez. Lo mismo potenciando e incrementando la producción y exportación vitivinícola para competir con los afamados (y a menudo sobreestimados) vinos chilenos y aprovechar para explotar lo que Brasil no tiene, como por ejemplo las bellezas naturales del sur argentino, su potencial turístico y las posibilidades de expansión cultural de todo el territorio. Turismo internacional en clima variado, infraestructura superior a la brasileña, optimización de transportes y alojamiento, y recuperar aquella tonalidad cosmopolita que nos supo caracterizar hace varias décadas, y que resulta imprescindible para el adecuado trato con el turista.
Sin dejar de producir, fabricar y vender, la Argentina debería convertirse en el centro cultural y turístico de América latina, lo que le permitiría, desarrollándose todo el territorio nacional, de sur a norte, situarse en una posición de auténtico socio complementario del Brasil y no en una mera factoría subsidiaria. Al mismo tiempo el desarrollo regional contribuiría a subsanar uno de los principales problemas argentinos, que es la centralización en Buenos Aires.
No es imposible lograrlo, ni tan siquiera es extremadamente difícil. Tan solo es necesario contar con gobiernos que no estén comprometidos con el delito, tengan auténtica vocación nacional, y que no necesiten recibir advertencias extranjeras sobre los riesgos a que se exponen, sino que los adviertan solos y actúen en consecuencia.
Fabián Ferrante