Hace pocos días, se puso en tela de juicio muy fuertemente a una academia policial del sur de nuestro país: las críticas son más que fundadas y nos remontaremos brevemente al origen y motivo de una fuerza policial. Dice por ejemplo el estatuto de creación de la Policía de la Provincia de Buenos Aires: “Es una Institución civil de carácter armado para preservar la vida y los bienes de las personas”.
Si bien no es textual, es el puro motivo de la creación de la fuerza, ahora la pregunta es cómo llegamos a humanizar una fuerza que más allá de tener una difícil labor, la de caminar en la cuerda floja entre el delito y la legalidad, ya que convive con ambos. Tiene la obligación de proteger a la ciudadanía protegiendo el bien principal tutelado por la Constitución y los Pactos Internacionales, la vida.
Se confunde muy seguido la idiosincrasia obsoleta de algunos estratos militares que han copado a nuestras fuerzas de seguridad, como verdaderas máquinas prusianas de guerra, donde no se permite pensar al subalterno, para quebrarle la voluntad y hacer sin preguntar. Esta vieja práctica de los años de dictaduras consuetudinarias que se fueron desarrollando en nuestra República, nos han hecho pensar muy equivocadamente que aquel que piensa distinto en una fuerza es un Kelper.
Países como UK han tenido que refundar sus estructuras policiales como Scotland Yard y barajar y dar de nuevo para estar cerca, si bien no de lo optimo, sí de lo correcto.
Las Instituciones policiales tienen una tarea encomiable y peligrosa, si un albañil o un pintor se equivoca en levantar una pared se tira abajo y se hace de nuevo; si un policía se apura en una decisión se termina una vida injustamente y a veces solo tiene decimas de segundo para decidir entre la vida y la muerte.
Por este motivo, hoy es imprescindible crear una policía profesional, con lugar para personas de más edad y con más responsabilidad, la capacitación juega un rol fundamental junto con el respeto por los derechos de las personas y el respeto a la libertad de prensa. Un arma no es un juguete, permite que se cometa un error en una decima de segundo y se pague el error de 8 a 25 años según el código penal articulo 79 homicidio simple. Pena esta que es exigua para aquellos casos de gatillo fácil.
Fácil es criticar sin proponer soluciones a esta endemia policial, pero hoy contamos con todos los elementos técnicos que permiten llevar una investigación metodológica, basándonos en la medicina forense, en las pericias de todo tipo la que tienen rigor científico y en todos aquellos elementos que hacen que el respeto por el ciudadano no justifique el falso concepto que el que arriesga la vida de todo el entorno ciudadano para detener a un delincuente es un héroe, ya que es un peligro. Si vemos el accionar actual de las policías, es en mucho acotado a problemas menores como desordenes familiares y de borrachos que distraen a las fuerzas de las tareas específicas.
Verdaderas fuerzas faraónicas de 50.000 hombres o más se hacen incontrolables, mientras tenemos ejemplos mundiales que las policías de condados o regiones más pequeñas como municipios, que los que peinamos canas y hemos estudiado educación democrática definían como “municipio patria menor”.
Creo y es mi sincera y desapasionada convicción, que deberíamos dejar de lado a los “James” y a los “Palacios”, para empezar a mirar a los profesionales del pensamiento para que junto con notables viejos policías de nota de los cuales hay muchos sin prontuario y con legajo, para revalorizar estas devaluadas pero muy nobles e imprescindibles Instituciones del Estado, donde no fallan ellas fallan los hombres mezquinos que a veces las dirigen.
Alberto Weckesser