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Kirchnerismo: un fenómeno que se creó por necesidad

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LA CULTURA K Y SUS EFEMÉRIDES
LA CULTURA K Y SUS EFEMÉRIDES

En el incipiente debate planteado en estos días respecto a la capacidad o incapacidad del actual gobierno para crear sentido común con sus preferencias y valores hay quienes ponen el acento en los “contenidos”. Y discuten entonces si el kirchnerismo es de izquierda e innovador o es apenas el viejo peronismo travestido, y si es bueno o malo que sea una cosa o la otra, si su tendencia a radicalizar la tradición populista de la que abreva le permitirá profundizar la democracia y, como decía Alfonsín “cargarla de valores” o, al contrario, le puede servir más bien para disolver en nombre del pueblo el pluralismo y el estado de derecho.

 

Y hay quienes discuten no tanto los contenidos como las formas, los instrumentos: se preguntan si el kirchnerismo es irremediablemente faccioso y por tanto demasiado sectario como para “convencer” más allá de poder “obligar” o “comprar”, o a su manera, a veces ciertamente brutal, busca articular distintas tradiciones de pensamiento en nuevas síntesis y consensos. Y también si se trata de un fenómeno esencialmente estatal, que depende por tanto para sobrevivir de su control de los recursos del estado central, control que puede haber logrado fortalecer hasta volver cuasi monopólico, y recursos que tanto en el terreno fiscal como en el comunicacional pueden haberse incrementado hasta volverse imbatibles, pero que de todos modos tienen fecha de vencimiento pues, como sostiene Eduardo Fidanza, el oficialismo posee respecto a ellos apenas un “contrato de alquiler”; o bien se trata de un fenómeno también social, y que está logrando además socializarse cada vez más, por lo que va a poder prolongarse en el tiempo y sobrevivir en actores e instituciones aún cuando no ejerza directamente el poder.

Junto a estas discusiones, y atravesándolas, se plantea otra de orden temporal: ¿dónde ubicar y cómo entender el momento fundacional del kirchnerismo?, ¿ya ha pasado su “período clásico” y asistimos a su más o menos lento pero de todos modos irreversible declive, o recién ahora estamos ingresando en su momento de gloria, y por decir así, lo mejor para él está aún por venir?

Tengo una opinión al respecto que tal vez apunte a definir un término medio entre esas dos opciones, aunque puede que sea apenas una visión difusa y parcial, sobre un problema todavía irresuelto. Creo que el kirchnerismo fue en un comienzo y por necesidad, por conciencia de su propia precariedad política, más atento a la articulación de tradiciones. Lo fue por ejemplo cuando promovió una nueva Corte Suprema, cuando se propuso como punto de equilibrio entre Chávez y Lagos, cuando buscó interpelar a los trabajadores más que a los caciques sindicales, y propuso, sino políticas, al menos temas y argumentos de lo que llamó “neodesarrollismo”; pero a medida que enfrentó dificultades se volvió más y más sectario y faccioso, fue dejando por el camino el liberalismo político de la Corte, los superávits gemelos y la alianza estratégica con la “burguesía nacional”, la aspiración de un nuevo sindicalismo y el equilibrio entre EE.UU. y el nacional-populismo regional; y lo peor para él es que es esta involución hacia el sectarismo populista está por ser premiada en las urnas, o al menos podrá interpretar que así ha sido, por lo que se habrá creado el escenario adecuado para que instaure una “ortodoxia oficial” cuya defensa y promoción será el grito de batalla de una multitud de soldados que están ya suficientemente entrenados en los menesteres de la “guerra ideológica” como para ser impermeables a cualquier consideración práctica, no digamos a las críticas.

Una de las más interesantes intelectuales de Carta Abierta, María Pía López ha advertido en estos días al respecto a sus conmilitones, con palabras creo muy elocuentes: “el gobierno necesita más intérpretes y menos soldados” afirmó. Aunque a continuación, la propia López se ocupó de promover la nueva “ortodoxia”, celebrando la estrategia comunicacional oficialista, denunciando la perversidad de Clarín y repitiendo el latiguillo de que todo lo que está fuera del oficialismo es hueco o nefasto. López celebra además el énfasis que se está poniendo en hacer de la muerte de Néstor Kirchner, y de la eventual reelección de Cristina Kirchner, los momentos fundacionales de un “kirchnerismo recargado”, purificado de elementos conservadores que atribuye a la tradición peronista, y por tanto a la vez innovador y hegemónico.

¿Puede esta tarea de creación de “efemérides”, de la cual tuvimos ya muestras con algunos de los nuevos feriados dispuestos a fines de 2010, y que vemos en acción cada vez que se cumple un mes de la muerte de Néstor Kirchner, ayudar a nacionalizar y socializar al kirchnerismo? ¿No hay en ella demasiado de ingeniería política, demasiado sectarismo, y encima demasiada inconsistencia al apelarse a figuras, temas y valores  a todas luces contradictorios y polémicos, polémicas de las que para colmo no se acepta dar cuenta sino que se busca acallar con más y más propaganda?

Una comparación con el peronismo clásico puede ser útil para echar luz sobre estos problemas. También él tuvo varias partidas de nacimiento, contradictorias entre sí: la “revolución” de junio de 1943, el 17 de octubre de 1945, el 24 de febrero de 1946, cada una remitía a una de sus específicas y disonantes fuentes de legitimidad. Así que no habría que asombrarse demasiado de que suceda algo parecido con el kirchnerismo.

Lo realmente significativo no es esa similitud, sino las diferencias. De las fechas fundacionales del experimento k, hasta hace poco ninguna era verdaderamente propia, ni verdaderamente reivindicable: el 20 de diciembre de 2001, cuando se derrumbó el “antiguo orden” que los Kirchner vinieron a “sustituir definitivamente”, el 27 de abril de 2003, cuando a duras penas lograron entrar a una segunda vuelta contra Menem, el 25 de mayo de ese mismo año cuando heredaron un gobierno llave en mano de manos de Duhalde, que tardarían más de dos años en reemplazar por uno suyo.

Recién con la muerte de Néstor Kirchner, el 27 de octubre de 2010 esta carencia de efemérides propias, auténticas y potentes parecería poder restañarse. El episodio tuvo los suficientes elementos dramáticos en sí mismo, que el gobierno supo combinar con los recursos del fasto y el arte de la propaganda, como para conmover. Y el desierto en que habían ido internándose los adversarios hizo el resto para que sólo una voz se escuchara: lo que en otras circunstancias podría haber significado el fin de una era pareció poder significar en cambio su recomienzo, o tal vez, su verdadera y original partida de nacimiento.

El kirchnerismo militante ya existía, pero nació en ese momento a la luz pública como actor “popular”, legítimo y orgánico, es decir, sin tener que dar ya mayores explicaciones sobre el abuso de los recursos y poderes del estado. El gobierno que le daba cobijo languidecía, y de no haber sido por ese hecho fortuito, muy probablemente hubiera terminado negociando su salida con un reemplazante peronista poco o nada amistoso. Pero esa circunstancia bien podría quedar en el olvido. Su “relato” de la historia y de su historia ya había sido ensayado. Pero recién ahora logró sensibilizar a una opinión hasta entonces bastante renuente, sino francamente reactiva, a sus llamados a encarar problemas prácticos como si fueran “batallas culturales”. El asunto a desentrañar, con todo, es si realmente ello alcanza para hacer de este un nuevo comienzo. ¿Cuán profundamente caló o puede llegar a calar este acto de fundación o de reinvención en la sociedad, y cuán estable puede considerarse entonces su nuevo humor?

Un aspecto fundamental de este asunto depende de si el “kirchnerismo recargado” logra en mayor medida que el primer kirchnerismo conmover el sentido común peronista, e ingresar definitivamente en su panteón. Al respecto, un dato: hasta ahora muy pocos en la sociedad, y también en la dirigencia política, habían hecho lugar a las imágenes de la pareja gobernante en sus hogares, sus lugares de trabajo, incluso en sus despachos; seguramente muchos menos de los que en su momento le hicieron un lugar a Menem entre Perón y Evita. Puede que eso esté cambiando.

La insistencia con que desde el oficialismo se propone un pacto afectivo entre pueblo y gobierno a partir de las exequias y la “memoria” de NK, para la consagración subsecuente de Cristina como “líder espiritual de la nación”, tiende un evidente puente simbólico con la muerte de Perón en 1974 y la “orfandad política” consecuente, y con la muerte de Eva en 1952, y la orfandad afectiva de ello resultante, y el extravío que ambas muertes significaron para el pacto peronista entre pueblo y líder. Desde esa perspectiva, la efemérides del 2010 debe poder repetir pero también corregir: debe poder inaugurar una nueva historia de entendimiento entre actores, entre pueblo y gobierno peronista, abrirse a nuevas misiones y proyectos, a más potentes realizaciones.

La mesa está tendida para que el oficialismo lo intente, para que teja su red usando los enormes recursos en manos del estado para moldear creencias, expectativas, consolidar en suma su dominio. Un primer problema es en manos de quiénes está esta tarea, y con qué ideas, instrumentos y urgencias están trabajando. Otro no menos importante es el tipo de sociedad que décadas de frustraciones políticas, muchas de ellas con el sello del propio peronismo, han producido.

Si algo caracteriza la conciencia política de los argentinos de nuestro tiempo es el cinismo apolítico: él está en el origen de la labilidad de las opiniones y del pacto perverso que recurrentemente ellos establecen con los gobiernos de turno, por el cual los ciudadanos toman todo lo que los gobiernos ofrecen y a la vez les reclaman todo lo demás que no les brindan ni pueden brindarles. Ello actuará seguramente como una barrera difícil de remover para que el enamoramiento con Cristina vaya más allá de una moda pasajera.

Pero lo que seguramente resultará decisivo será lo que suceda con el peronismo: el llamado “disco rígido” de esta fuerza política será el hueso más duro de roer en un eventual tercer mandato del kirchnerismo, porque ya lo fue en cada una de las batallas ideológicas encaradas por él en el pasado. No dejará de ser aleccionador sobre los problemas históricos del liberalismo político en nuestro país si su futuro y el del pluralismo y el estado de derecho terminan dependiendo de la capacidad de resistencia de una tradición y poderes locales que dedicaron décadas a sustraerse de su influencia.

 

Marcos Novaro
TN

 
 

7 comentarios Dejá tu comentario

  1. Esta Patricia hace rato que me preocupa...no se si lo que escribe lo hace desde el convencimiento...lo cual me genera lástima...o si lo hace a sueldo...lo cual me indigna...Y volviendo al artículo...Los KK son de derecha facciosa...pero disfrazados de un discurso...que solo ellos se compran...de izquierda...jajaja...Dios y el Diablo...jajaja...

  2. Sí, Patricia Placidi Sí, los poderosos del mundo tienen miedo del efecto Kirchner. Sí, hay muchos estúpidos que no comprenden la etapa superadora que es el kirchnerismo. Sí, el peor castigo es que Kate se escribe con K. Sí, no hubo forma de esconder a los cientos de miles que fueron a la 9 de Julio. Sí, gracias por alumbrarnos el camino y esclarecer los puntos oscuros, Patricia.

  3. Gracias Pedro por tu comentario. A pesar que se intenta restringir mi voz desde el amedrentamiento desde esta linea editorial, mi intensión es brindar una humilde opinión, y que esta no sea confrontativa y desde el respeto.

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