Montevideo, se sabe, es una ciudad gris con un promedio de edad muy elevado. Entre tanto cabello cano, resalta la vestimenta colorida de Jorge Lanata. Por si fuera poco, es alto y grandote. Por si fuera poco, está casi siempre con un cigarrillo entre los dedos. En medio de la sabia mansedumbre charrúa, Lanata destaca. En especial cuando el equipo de rodaje de Veintiséis personas para salvar al mundo –el documental por el que recorre el planeta y que prepara para la señal Infinito, que se estrenará en octubre (ver recuadro)– le indica que lo tomarán ingresando al edificio del proyecto Ceibal –el mismo con el que el Estado uruguayo brindó a cada niño de una netbook, por primera vez en el mundo–, y Lanata obedece. Pero, claro, cigarrillo en mano. Nadie se atreve a decirle nada, ni siquiera cuando está por trasponer las puertas automáticas y una chica que trabaja en el proyecto se lleva una mano al pecho y suelta un “va a activar todos los detectores de humo”.
—Con “Bric” y con este proyecto mirás más al mundo que a la Argentina. ¿Es porque estás desencantado del país?
—Si todavía estuviera en la televisión abierta, no habría hecho estos programas, y me hubiera perdido un montón de cosas. Los últimos años volví a estudiar, conocí un montón de países. Empezó por un desencanto. El debate político en la Argentina es cada vez más mediocre, y viéndolo desde la India o China, es todavía peor. No podés creer que haya un Aníbal Fernández.
—¿No hubo siempre algún Aníbal Fernández? Porque antes estaban Corach, Jorge Yoma...
—Sí, claro, pero cuando vivís adentro no te das cuenta, te “anibalfernandizás”. Es agobiante.
—¿Qué sentís en relación con los ataques de colegas?
—Con los años me fui curtiendo. Una vez inventan una cosa, otra vez otra... Lo que pasa en los últimos años es que el estilo de este peronismo kirchnerista es muy autoritario y no acepta ninguna disidencia, y tienen un aparato de propaganda bastante fuerte para lo que son, que se va a terminar cuando termine el gobierno, pero mientras tanto persiste.
—¿Sería como que en vez de transformar la realidad se intenta redefinirla, reinventarla?
—Sí, claro. En efecto, se está tratando. La escritura del prólogo del Nunca más es una barbaridad, y la dejamos pasar. Reescribir el prólogo del Nunca más es como reescribir el prólogo de la Constitución. Es muy difícil discutir contra un ignorante.
—¿Y cuando la crítica te llega desde gente que respetás, como Estela de Carlotto o Hebe de Bonafini?
—En el caso de los organismos de derechos humanos, hubo un laburo de cooptación que empezó en el menemismo con las famosas indemnizaciones y ahora les dieron una coima política. Antes les dieron doscientas lucas, hoy les dan un cargo. Yo los sigo respetando por lo que fueron, aunque me da mucha tristeza que me ataquen ellas. Me parece que los demás que critican no tienen entidad.
—¿Sentís que te envidian el currículum?
—Yo me di cuenta de eso cuando tenía 26 años y había hecho un diario. Ahora ya se pasó porque soy viejo, pero toda mi vida yo fui el joven y polémico periodista. Cuando yo empecé a trabajar tenía 14 años y mentía diciendo que tenía 18. Los únicos que sabían la verdad eran los de contrataciones, porque tenía que ir mi papá y firmar mi contrato.
—Lo que llama la atención en tu trayectoria es que un día fundás un diario y modificás la forma de hacer periodismo gráfico, otro día te ponés a hacer radio y cambiás la forma en que se analiza la política en radio, otro día empezás a hacer televisión y modificás el estilo del periodismo político... ¿Creés que te pasan factura por todas esas disrupciones?
—Es muy difícil estar a la altura de lo que los demás imaginan de mí. Trato de no ayudar a que se forme un error, que es pensar que me va bien siempre. Me ha ido mal, soy una persona. Hay cosas que hice bien y otras que hice mal. Con el microclima periodístico-político hay una exhibición de amor y odio, porque el tipo está en su casa y ve que estoy haciendo algo que él dijo que no se podía. Sin saberlo, yo lo estoy dejando en falta, entonces te odia. Pero en el fondo te quiere. Eso me pasa mucho con los políticos, vos y yo somos lo que los políticos siempre quisieron ser y no pudieron.
—¿En qué sentido lo decís?
—En que decimos las cosas con libertad. Esa libertad ellos no la tienen. Cuando ellos ven tu libertad en el fondo te respetan.
—Entre tus traspiés estuvo “Crítica”. ¿Por qué creés que los empleados te siguen responsabilizando de que no cobraron sus indemnizaciones?
—Primero, me parece injusto. Hay una lógica medio rara. Yo no estuve en el cierre de Crítica, me fui medio año antes. Y me fui porque no podía seguir poniendo guita. No es que me fugué con dinero, fue al revés: antes de irme perdí mucho. Después hay quienes tienen una lógica de “si Lanata me contrató me tiene que dar trabajo por 25 años”. Y no es así: yo los contraté, no los adopté. ¿Cuál era mi obligación? Respetarlos y pagarles el máximo posible. Y eso lo hice. Ahora, yo no puedo responder por los tipos que se quedaron. Yo no tengo sesenta hijos adoptivos. Me hacen cargo a mí de la fantasía de ellos. Que se hagan adultos.
Diego Grillo Trubba
Perfil, desde Montevideo