"Ella engañó con el llanto, y con el vestido negro y no era así. A lo mejor no lloró tanto. El duelo terminó. Empieza la batalla", dijo anoche la candidata a ocupar la Casa Rosada por la Coalición Cívica, Elisa Carrió, tras escuchar a la Presidenta en su virtual lanzamiento a la reelección. Se nota que Lilita conoce poco sobre las historias del pago chico de los Kirchner.
Cuenta el ex diputado nacional Rafael Flores —aquel abogado que tildó como Shylock, el villano de la obra shakespereana El mercader de Venecia, al joven abogado Néstor Kirchner, ya que el Lupín le cobraba dos veces los pagarés a sus propios clientes— una vieja anécdota interesantísima.
Recordemos que su relación con los K tuvo idas y vueltas, no todas fueron peleas.
Basta recordar que estuvieron Rafa y Néstor presos una noche juntos en los años setenta y hasta llegó a compartir una campaña electoral en tierras santacruceñas con el matrimonio presidencial en los ochenta.
Narra Flores que, en una gira proselitista para lograr la gobernación provincial, Cristina lloraba cuando llegaba al punto de su discurso cuando recordaba cómo en la intendencia de Río Gallegos habían tenido que bajarle el sueldo a los empleados municipales por cuestiones de austeridad.
"Lo raro era que, tanto en Caleta Olivia, Pico Truncado, Las heras, Puerto Deseado o Puerto San Julián, ella lloraba siempre en el mismo párrafo, de manera casi calcada", recuerda.
Se trataba de situaciones idénticas y repetidas: la voz que empezaba a quebrarse de a poco, hasta transformarse en un gemido inentendible que motivaba el aplauso espontáneo de una concurrencia que se condolía hasta las lágrimas sin saber que se trataba de un "show" que se representaba a razón de dos o tres funciones diarias.
"Cristina es un verdadero lorito, el mejor de todos. Repite todo lo que le digan", narran los que compartieron con ella las largas distancias patagónicas, cuando la campaña se hacía por tierra, en autos y buses.
Nunca pude verla personalmente pero una situación que me tocó padecer me hizo conocerla de a poco, allá por el año 2003.
Cuando ya Carlos Menem había desertado del ballotage y Kirchner era virtual presidente, Mirta Legrand invitó a ambos a su almuerzo.
Al estilo de la diva, mientras estaban tragando y con la guardia baja, les disparó: "¿Por qué le pegaron a ese chico de canal 9 la semana pasada?", refiriéndose a los forcejos que habíamos tenido junto a un camarógrafo de la emisora con la patota de los K en La Horqueta, cerca de Gallegos.
Antes que el flamante primer mandatario conteste, Cristina se adelantó diciendo casi a los gritos: "Por favor, señora, ese periodista se metía en el baño de las mujeres".
Como dicen los adolescentes actuales, nunca pude entender qué tenía que ver "un culo con la autopista" o "los fondos robados de Santa Cruz con un supuesto servicio sanitario para damas" pero la actual jefa de gobierno lució tan contundente que obligó a la conductora televisiva a cambiar de tema.
Al instante, me llamó mi madre desde Rosario para preguntarme por qué había hecho yo semejante cosa. Me llevó bastante tiempo convencerla de que no tenía la menor idea sobre lo expresado por Cristina.
Con el tiempo, comprendí que esta señora tenía una capacidad remarcable para mentir, emocionarse y llorar de forma convincente.
Lilita debería saberlo: la función acaba de comenzar. Esto va a ser largo y melodramático.
¿El electorado se dará cuenta? Disculpen si tengo enormes dudas.
Marcelo López Masia