Cuando la presidenta Cristina Fernández Wilhem de Kirchner lanzó su inexorable candidatura a través de la cadena nacional, sostuvo que fue el mismo 28 de octubre pasado, mientras deambulaba una sufriente multitud frente al féretro instalado en la Caja Rosada, cuando supo que debía continuar con su sacrificada carga para profundizar el modelo al cual no le alcanzó con robar durante 8 años.
Pero lo que realmente la convenció fue la estupidez de tantos, simpatizantes y supuestos opositores, que no dijeron ni mu respecto a las muy extrañas circunstancias que rodearon el supuesto deceso como la llamativa omisión de mostrar el cuerpo del finado.
De los 45 millones de habitantes asentados en la República Argentina, nadie dijo nada sobre el hermoso cajón vacío que se exhibió durante horas.
Entonces, ¿cómo no habría de volver a escamotear el premio mayor de la reelección presidencial?
¿Cómo abandonar un cargo que le ha deparado a la familia Kirchner tanto descomunal enriquecimiento?
¿Cómo desproteger a su fiel tropa canalizadora de millonarios retornos y dádivas?
Si en definitiva ningún “juececito” tendrá el coraje suficiente como para hacerles rendir cuentas de sus actos, máxime cuando todos los organismos de control están vigilados por el kirchnerato.
Después del naufragio del 2009, el kirchnerismo supo reinstalar su mayoría en el Congreso y en el Consejo de la Magistratura, vía cooptaciones y aprietes, por lo que nada podría desvelar el sueño de otro período de saqueo impune.
Ni la inflación, ni el dibujo del Indec, ni la falta de condenas por lavado de dinero, ni la rendición de cuentas por millonarios fondos depositados en el exterior que sortearon sin hesitación el blanqueo de capitales, ni las quejas del “Jimmy Hoffa” vernáculo, titular de la CGT Hugo Moyano, ni las trapisondas de “Schoky” y Hebe, conmovieron el universo bipolar de la depositaria del legado del ausente con presunción de fallecimiento NCK, entonces, ¿por qué habría de inquietarla un escándalo más o menos?
Y si por encima de todo, elige como vicepresidente al “Coki” Kapitanich, vendedor del avión de la gobernación como simple bagatela, desviador de dinero del Fondo Sojero para manejos clientelares y súcubo de su díscola media naranja, para que eventualmente se haga cargo del desastre económico y social que se avecina, se tornará evidente que encarnó el mandato de “él”, el destructor de naciones.
Injusto que por mucho menos, otros tuvieran que pagar tanto.
Enrique Piragini