Como si huyera de la peste, la clase política le esquiva el bulto al inevitable "sinceramiento tarifario" que exige el sistema de servicios del país para seguir funcionando, y que involucra subtes, trenes, colectivos, electricidad, gas, agua, peajes y otros. Nadie quiere convertirse en el villano de esta historia y así se avanza hacia un callejón sin salida, donde usuarios y consumidores —rehenes por ejemplo de un sistema de transporte que los maltrata a diario— sólo esperan el momento en que la espada de Damócles caerá sobre sus extenuados bolsillos.
La pelea entre Cristina Fernández y Mauricio Macri de los últimos días —Congreso mediante— es un buen ejemplo de este momento clave que atraviesa un modelo económico necesitado de correcciones que ahora parece nadie animarse a tomar. Cristina intentó recorrer el camino de la eliminación de subsidios distorsivos aprovechando el empuje político del 54 por ciento de los votos.
Pero lo desandó rápido en cuanto le pusieron sobre su escritorio encuestas alarmantes: la sola insinuación de sus intenciones le había hecho perder entre 10 y 14 puntos de imagen positiva, según la consultora que la midiera. Cruzando la Plaza de Mayo la lectura es similar: Macri aceptó el traspaso de la administración del subterráneo, y lo primero que hizo fue aumentar la tarifa de 1,10 a 2,50 pesos.
A los pocos días se arrepintió de tomar esa "papa caliente" y así se ingresó en una escalada política que obligó a la Casa Rosada a hacer intervenir al Congreso para que le votara una ley tratando de obligar al líder de PRO a hacerse cargo del subte. "Me quieren incendiar la Ciudad", pataleó el jefe de Gobierno, al que el gobierno nacional acusa de tener "caprichos de nene bien".
En el camino, Cristina —única voz con poder en el kirchnerismo— hizo que el Congreso le agregara un plus de presión al jefe de Gobierno: ya no sólo quiere que se haga cargo del subte, sino también de administrar 33 líneas de colectivos que circulan por la Ciudad a puro subsidio. Para Macri, la decisión apunta claramente a obligarlo a ser quien deba tomar la medida de aumentar un boleto que ya no resiste la menor ecuación de negocios y que sólo se mantiene porque el Estado destina miles de millones de pesos anuales a subsidiar el combustible, lo cual no quiere hacer más.
En la provincia, Daniel Scioli juega su partido, y en ese escenario decidió aumentar desde el 9 de abril un 25 por ciento las tarifas de peaje. Eso sí, dispuso que se aplique después de los feriados, para que la gente no se pusiera demasiado de mal humor en las rutas. A esta altura de los acontecimientos, sólo el amianto que parece rodear a algunos funcionarios parece sostener estadísticas del INDEC que son el hazmerreír del mundo, y que hablan de una inflación de un dígito cuando todas las variables se ajustan entre 25 y 30 por ciento.
Desde el punto de vista económico, la Argentina vive una ilusión óptica a la que ahora se pretende hacer sobrevivir echando mano de las reservas del Banco Central y tratando de captar más fondos de los jubilados vía organismos como la ANSeS, mientras los precios sostenidos del complejo sojero continúan siendo el principal sostén.
El problema de la economía ya no pasa sólo por la posible pérdida de imagen presidencial. Un escenario complicado y la desconfianza cada vez más pronunciada del mundo de los negocios hacia la administración kirchnerista empiezan a impactar con fuerza en el nivel de actividad. La industria de la construcción —la más dinámica junto con la automotriz— registró en febrero una caída del 4,5 por ciento.
El cepo a las importaciones está provocando, como ya ocurrió con el dólar, dolores de cabeza en muchos sectores fabriles. Los permisos de construcción cayeron 30 por ciento en la Ciudad de Buenos Aires, el nivel de escrituraciones dejó de crecer y la gente, que gastó a manos llenas el último verano, toma más precauciones a la hora de consumir. Buena parte de los aumentos que registran las estadísticas, como los que muestra la recaudación, están más vinculados al efecto inflacionario que a una mejora en los niveles de actividad.
El mundo enojado con la Argentina
La Argentina debió adoptar medidas para cerrar aún más su economía en los últimos meses, preocupada por la fuga de divisas y una reducción acelerada de su superávit comercial. Lo hizo en momentos en que el hemisferio norte atraviesa una severa crisis y necesita colocar sus productos en las naciones emergentes del sur. Tal vez por ello, Estados Unidos, los países de la Unión Europea y algunas naciones latinoamericanas y asiáticas reaccionaron y criticaron con dureza el modelo económico que aplica el país, que va a contramano de lo que le exige la OMC. Un grupo de 40 países presentó una dura declaración contra la política comercial que aplica la Argentina.
La crítica ya se había insinuado con una medida concreta por parte de los Estados Unidos, que sacó al país de un régimen de preferencias arancelarias por no pagar deudas a dos compañías norteamericanas tras un fallo del tribunal CIADI del Banco Mundial. Pero ahora subió de tono y apuntó a la columna vertebral del plan de hierro que tiene al secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, como cabeza de playa.
Una nota presentada por un conjunto de países ante la OMC en Ginebra castigó las "medidas restrictivas" aplicadas por la Argentina. La queja también fue firmada por México, Costa Rica y Panamá, que coincidieron en que la Argentina atraviesa un proceso de "falta de transparencia". También cuestiona la "profunda incertidumbre" que genera el país con sus políticas. En la misma línea, los industriales de San Pablo montaron en cólera contra la Argentina.
Para ellos, el método Moreno para las importaciones es tan "indescifrable" como el sistema cambiario argentino lo es para el BID y otros organismos, los cuales ya advirtieron que el sistema argentino, donde conviven tres valores para la divisa estadounidense, no tiene cabida en variable alguna. El dólar "oficial", que casi nadie ya puede comprar, cotiza a 4,40 pesos, el paralelo, que se adquiere en las cuevas a escondidas de los inspectores, vale 4,90 y el más sofisticado "contado con liqui", a través de la triangulación de bonos en dólares, vale, 5,20.
Semejante ´esquizofrenia cambiaria´ parece empezar a darle la razón a quienes sostienen que la Argentina va camino de ser indescifrable.
José Calero
NA