Durante el siglo XX la humanidad sufrió una serie de sistemas totalitarios que, más allá de sus diversas justificaciones ideológicas de derecha o de izquierda, en todos los casos reducían a la nada la libertad de decisión del ciudadano, creaban un Estado omnipresente y centralizaban al máximo la dirección de la economía. Esa concentración extrema del poder desaprovechaba el potencial creativo del ser humano y empobrecía a la sociedad, además de disparar la violencia y la fractura social.
Con la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín en 1989, la idea de remplazar la voluntad humana por la voluntad del Estado, o sea la del pueblo por la de sus gobernantes, parecía cosa del pasado. De todas formas, como sabemos, el pasado suele resistirse a ser pisoteado por el futuro. Igualmente, sigue siendo lo que es, y eso es algo que nadie podrá cambiar. La libertad sigue evidenciándose necesaria para el ser humano por doquier, por mucho que el pasado se resista.
Uno de los lugares del mundo donde la libertad sigue siendo resistida por los gobernantes es Corea del Norte. Allí persiste un sistema comunista férreo, aunque bastante oxidado. Obviamente, la población es esclava de los funcionarios, no puede protestar ni participar en el gobierno, y la información está sumamente controlada y custodiada.
El país está sumido en la miseria, propia de un sistema estático y anti-humano como el comunismo, y últimamente empezaron a aparecer angustiosos informes sobre la difusión del canibalismo en aquella sociedad como forma de supervivencia. Las autoridades han intentado controlar el fenómeno a través de ejecuciones públicas, pero sigue difundiéndose, evidenciando la forma en que el ser humano puede degradarse y desnaturalizarse cuando le falta un elemento que le es tan propio, como la libertad. Este elemento está muy presente un poco más hacia el Sur, en la otra Corea, democrática y libre, cuya creatividad y tecnología ya alcanzan renombre mundial.
En Latinoamérica tenemos un régimen de tipo estalinista en Cuba. Sigue sometiendo a su población sin dar ningún espacio para la discusión, las decisiones democráticas o la iniciativa personal. Es uno de los países más pobres con los gobernantes más ricos. Tanto es así que la población no puede decidir abandonar su territorio por el temor del gobierno de que no vuelvan. Muchos murieron intentando cruzar el mar hasta la costa estadounidense y el 20% de la población cubana mundial se encuentra exiliada en dicho país, donde, al igual que en Corea del Sur, el pueblo es dueño de su comportamiento y los gobernantes compiten por representarlo controlados por instituciones independientes.
En Latinoamérica, la corrupción y el centralismo han estado siempre a la orden del día. La falta de instituciones republicanas sólidas ha llevado incluso a que las elecciones democráticas no logren destronar a gobernantes feudales que se abusan de la dependencia y pobreza de la gran mayoría de los ciudadanos. Frente a esta dura realidad, unos países, como Chile, Uruguay o Brasil, están mejorando sus instituciones políticas y desconcentrando el poder político para someter a los gobernantes a la ley y ampliar la libertad de los ciudadanos. Otros, liderados por Venezuela, entre los que se incluyen Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Argentina, intentan reflotar la esencia del comunismo a través del llamado “socialismo del siglo XXI”, repitiendo el grave error de concentrar el poder al extremo, anular la decisión ciudadana y aniquilar el emprendimiento.
Hace tiempo que el populismo chavista ha demostrado su incapacidad para consagrar en los hechos los derechos que proclama, para perfeccionar las instituciones democráticas, controlar la corrupción y aumentar el poder adquisitivo y la calidad de vida de los más pobres. Sin embargo, Chávez no quiere dar el brazo a torcer. No contento con los 14 años que llevaba gobernando, buscó un nuevo mandato para ejercer el poder por seis años más. No dispuesto a renunciar por nada del mundo, decidió seguir gobernando desde Cuba, donde se encuentra sometido a intensos tratamiento en su lucha contra el cáncer.
Recientemente, el gobierno venezolano decretó una devaluación del 46,5% de su moneda nacional. A pesar de la ingente cantidad de divisas que recibe el Estado venezolano por su petróleo, no le alcanza el dinero porque la producción sigue deteriorándose. La medida repercutirá de inmediato en el bolsillo de los venezolanos, en especial de los más humildes, que verán cómo el salario mínimo bajará de 476 dólares a 325. Desde la llegada al poder de Chávez en 1999 hasta la fecha, Venezuela sufrió una devaluación acumulada de 992%.
Mientras Chávez agoniza en Cuba, su sociedad lo hace en Venezuela, donde sus manos siguen moviendo a discreción todos los resortes del poder y donde sus pretensiones personales se siguen imponiendo sobre la necesidad de cambio de su pueblo. Esta necesidad de cambio se expresó con contundencia en las últimas elecciones, aunque claro que esa expresión no alcanzó para derrotar al poder estatal, cuyo aparato público, al igual que en Corea del Norte o en Cuba, está en un 100% consagrado a sostener y custodiar la influencia de los gobernantes y a disminuir la del resto de los ciudadanos para evitar alteraciones inconvenientes.
Rafael Micheletti
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