Es importante distinguir entre el feminismo extremo y el democrático. Mientras el feminismo democrático defiende causas nobles, necesarias e incluso urgentes, el feminismo extremo, como todo extremismo, destruye en vez de construir, sembrando la división social y obstruyendo el trabajo del feminismo democrático.
Si bien las feministas extremas pretenden hacerse pasar por democráticas, lo cierto es que su tendencia política autoritaria queda en evidencia sistemáticamente. Por ejemplo, en la reciente convocatoria a un “tetazo” en la ciudad de Rosario, al reclamo por su supuesto derecho a exhibir sus órganos sexuales en público, se sumó la consigna de la liberación de la pretendida “presa política” Milagro Sala.
Recordemos que hay innumerables testimonios de que Sala había montado un ilegal Estado paralelo en la provincia de Jujuy a fuerza de corrupción, subsidios millonarios, intimidación y violencia física y psicológica. Tiene ocho causas que incluyen corrupción por cientos de millones de pesos, golpiza y tentativa de homicidio. Más allá de que jurídicamente es inocente mientras no haya una condena que la declare culpable, lo cierto es que las pruebas son en principio numerosas y evidentes. Si a esto le sumamos el poder inmenso que le brindaba su Estado paralelo, incluso por sobre las instituciones oficiales, así como sus notorios antecedentes de violencia e intimidación, la prisión preventiva está más que justificada en salvaguarda del proceso y de los derechos de sus presuntas víctimas. Alguien podrá no estar de acuerdo con la institución de la prisión preventiva, y preferir que todos los acusados esperen el juicio en libertad sin importar los riesgos, pero eso en modo alguno la convierte a Sala en una “presa política”. Los motivos por los que está presa son criminales, no políticos, y su detención es absolutamente legal.
Dicho esto, focalicémonos en el reclamo disparador de esta nueva convocatoria del feminismo extremo: el supuesto derecho de la mujer a descubrirse el torso en espacios públicos. Lo que argumentan es que, si el hombre puede hacerlo (cosa que en todo caso deberían discutir si no les parece bien), la mujer debería estar en condiciones de hacerlo de igual manera, por ejemplo en una playa pública o en plena calle. No se limitan a pedir que haya playas que lo permitan, lo que podría implementarse si los transeúntes fuesen debidamente advertidos sobre las reglas imperantes. Directamente pretenden poder hacerlo en cualquier momento y lugar.
Pero la verdad es que los pechos de la mujer no son, objetivamente, iguales a los de los hombres. De hecho, no cumplen sólo una función de lactancia, sino que además ejercen una función de atracción o excitación sexual intensa. Están, de hecho, biológica y morfológicamente adaptados a ello, a diferencia de lo que ocurre con las glándulas mamarias de las hembras de otras especies.
Esto nos lleva a la cuestión de la libertad sexual. La sexualidad es uno de los impulsos más íntimos y delicados del ser humano, no sólo desde lo físico sino también desde lo psicológico. Por eso, cada persona tiene que tener plena libertad de elegir dónde, cuándo y cómo ejercer o experimentar su sexualidad. Más importante aún, los padres deben poder decidir cómo acercar o educar a sus hijos en lo que a sexualidad se refiere, más allá de la educación formal básica que pueda darse en las escuelas. Es por eso que existe en la televisión, por ejemplo, el horario de protección al menor (aunque en nuestro país muchas veces no se aplica correctamente). Por la misma razón, no podemos andar desnudos o exhibiendo nuestros órganos sexuales por la calle.
No se trata de imponer una moral sexual específica ni de ocultar o negar la sexualidad. Se trata, simplemente, de permitir que todos puedan desarrollar su propia sexualidad y educar la sexualidad de sus hijos en libertad, así como evitar verse perturbados o afectados por el exhibicionismo sexual en los espacios públicos. Adicionalmente, cabe agregar que está científicamente comprobado que el entorno influye en el ser humano. Si queremos realmente combatir y prevenir la violencia sexual o de género, sería positivo que los espacios públicos, por lo menos, no se dedicaran a exacerbar constantemente los instintos sexuales de las personas. Esto último ocurriría, sin dudas, si se reconociera el pretendido “derecho” a exhibir públicamente los órganos sexuales, lo que al parecer se ha vuelto un reclamo central del feminismo extremo.
Cuando las feministas extremas toman causas con aceptación social (como la lucha contra la violencia de género o contra el machismo) y las mezclan y vinculan, para legitimar su extremismo, con postulados ideológicos y políticos extremos (como la liberación de Milagro Sala o el pretendido derecho a exhibir los órganos sexuales en cualquier momento y lugar), le hacen un gran daño a las verdaderas causas del feminismo.