¿Qué puede esperarse de un país en donde la impulsora más escalofriante de la más profunda división nacional que el país recuerde desde los años 40 convoca a un acuerdo?
Naturalmente las respuestas difieren según sea la naturaleza del acuerdo. Si la gestora del odio de clases más repugnante de la historia de la moderna democracia argentina ha decidido, de pronto, deponer todo su veneno y realmente renunciar al rencor que propició entre los argentinos, estaremos sin dudas ante una especie de milagro.
Pero si en realidad el acuerdo al que convoca la comandante de El Calafate es a un acuerdo para estar de acuerdo con ella, no puede esperarse nada.
Como hemos repetido aquí algunas veces, la inteligencia tiene un ángel caído; una condición que se le asemeja bastante, aunque no es de su misma entidad moral. El ángel caído de la inteligencia es la malicia. Cristina Elisabet Ferrnández ha estado operando en las sombras desde que el gobierno asumió. Operando solo para su beneficio personal. Como siempre hizo, por otra parte.
La comandante nunca tuvo otro interés que no fuera el propio. En los primeros kirchneratos ese interés se materializó en el robo de metálico, contante y sonante. En esta restauración su primer interés (aunque estoy seguro que no ha perdido un ápice del anterior) es la impunidad.
Como siempre la Argentina y los argentinos (empezando por los pobres que le dan de comer) le importan un bledo. Se caga en ellos.
Fiel a su interés propio salió ayer con una carta pública que derrocha cinismo por donde se la quiera ver. En primer lugar, deja a Fernández colgado de una brocha. Al mismo fantoche al que puso en el lugar para ganar el poder y a quien le cortó las piernas con la designación de toda la segunda línea operativa de su gobierno (puesta allí justamente como quinta columna para respaldar solo su plan de impunidad y venganza) ahora los sale a “respaldar” diciendo que “en la Argentina las decisiones las toma el presidente”.
Que le pregunten a Juan Carlos Mena, Horacio Pietragalla Corti, Horacio Verbitzky, Pablo Tettamanti, María del Carmen Squeff u a otros personajes similares, quién toma las decisiones.
La comandante se queja por el freno de la economía y por la incertidumbre, sin darse por aludida de que el freno a la economía y la incertidumbre son causadas, antes que por ninguna otra causa, por su mismísima persona y por su constante embate contra la seguridad jurídica, el poder judicial y el funcionamiento constitucional de las instituciones.
Todo el sector político que depende de ella en el FDT es el que alienta (y protagoniza en muchos casos) las tomas de propiedad privada, el ataque a silobolsas, la embestida contra los propietarios en countries que encabeza su delfín Axel Kicillof, la salida de presos y la comunión con el régimen venezolano.
Esto tiene una íntima vinculación con la cuestión del dólar. La señora dice que la Argentina tiene una economía bimonetaria, como si esa fuera otra culpa más de los que ella encasilla como sus enemigos.
Sin embargo, el precio astronómico del dólar se relaciona con la pérdida de valor del peso, a su vez provocada por la falta de un plan económico, la emisión completamente descontrolada, la negativa a bajar el gasto público y, al contrario, a ensañarse solamente con el sector productivo a impuestazo limpio.
Esa cuestión con el dólar también aparece motivada por lo que tantas veces hemos explicado aquí: el orden legal peronista (y el kirchnerista lo profundizó más aún) ha prohibido trabajar en la Argentina. Y no solo eso: a quienes son testarudos y pretenden seguir trabajando igual se los persigue con confiscaciones, amenazas, suspensión de la ley de economía del conocimiento, congelamiento de precios de tecnología (que paralizará toda inversión [si es que fuera a haber alguna] en ese sector), ataques al derecho de propiedad y el desaliento del clima de negocios.
La comandante debería intuir también que el precio del dólar se halla altamente impactado por la existencia del plan de impunidad que aludimos antes, la liberación de presos peligrosos que algunos conectan con la futura formación de fuerzas de choque violentas, el desmantelamiento de todos los organismos de control, el retiro de la Oficina Anticorrupción de todos los procesos contra funcionarios kirchneristas (incluida, claro está y empezando por, ella misma), los ataques a la Justicia independiente, las operaciones para hacer caer expedientes y causas, la persecución a la prensa independiente, el ninguneo del Congreso y de la oposición a la que se busca ahora poner en el banquillo convocando a un acuerdo imposible.
Cristina Elisabet Fernández es quien capitanea el sector que fuerza la alianza con Maduro y con regímenes autoritarios que violan los derechos humanos, que roban los recursos del pueblo y forman asociaciones con narcos y terroristas que buscan la constitución de una alianza narco-comunista en la región.
Si la comandante está preocupada por la “economía bimonetaria” debería preguntarse por lo que su preferido Axel Kicillof confesó odiar: la “seguridad jurídica” y el “clima de negocios”, por el deterioro del Estado de Derecho y la caída de la República. Todo ser humano, siguiendo el instinto animal de preservación, cuidado y protección de lo suyo y lo de su familia, se volcará a una reserva de valor que le permita conservar al menos algo del fruto de su trabajo lícito ante la amenaza real de que todo se le escurra entre las manos.
Quien maneja en realidad el gobierno, más allá de sus claras intenciones de ayer de lavarse las manos del aluvión que se ve venir, debería analizar su propia conducta, la misma que aniquiló la confianza y la credibilidad de la sociedad en que el mérito sirve, el esfuerzo vale y que la ley está hecha para garantizar los derechos de los honrados y de los inocentes.