Uno de los más grandes logros del kirchnerismo -para mal, por supuesto- fue el haber instalado un sistema de lavado de cerebros que se inició desde sus primeras horas en el gobierno hasta el día de hoy en que siguen ejerciéndolo desde cualquier lugar al que hayan llegado sus tentáculos.
Ese entramado gramsciano debe ser, no solo combatido, sino completamente revertido por un proceso igual pero de sentido opuesto que todos los integrantes del gobierno deberían hacer todo el tiempo, todos los días.
Como fue instalado un mantra colectivista debe ser instalado un mantra de la libertad.
Ese proceso implica una dedicación constante y un esfuerzo docente incesante para explicar, dar ejemplos y, sobre todo, demostrar la inviabilidad contranatura del populismo, del estatismo y del intervencionismo autoritario.
El proceso debe ser hecho al mismo tiempo que se llevan adelante las reformas y, no solo eso, sino que lo inteligente sería usar, justamente, la comunicación de las reformas para explicar y profundizar la docencia sobre el cambio de paradigma.
Me animaría a decir, incluso, que esta tarea es tan o más importante que las reformas en sí porque es el éxito que se tenga en ese terreno el que marcará el destino de las reformas y, sobre todo, su duración y su eventual instalación definitiva.
En una palabra: hacer lo que el kirchnerismo hizo para instalar el mal socialista, pero al revés, para instalar el bien de la libertad.
En efecto, el kirchnerismo, al mismo tiempo que robaba e instalaba una matriz de corrupción que operaría en su propio beneficio instaló -usando todos los medios a su alcance- una mentalidad y con ello hizo que termine siendo poco menos que obvio el tener que pensar la vida desde una concepción socialista de la existencia.
Cada miembro del gobierno, desde el vocero hasta el Presidente, pasando por el más empinado de los ministros, debería proponerse -como deber adyacente a su metier principal- esta otra tarea cotidiana, incesante, rítmica, constante e incansable que, como una gota china, ponga libertad donde antes había yugo, ponga responsabilidad individual donde antes había reclamo para que otro se hiciera cargo de las cosas, ponga inventiva donde antes había relajo y ponga bravura donde antes había bravuconada.
Este último punto es muy interesante. Si el gobierno pudiera transformar las dificultades en una épica sanmartiniana de desafío que apele al tan promocionado “espíritu argentino” para llevar a la mente de cada uno esa idea de bravura frente a las problemas, podría lograr reemplazar el otro costado tanguero y llorón (también, desgraciadamente, muy típicamente argentino) y con ello instalar lo que podríamos llamar “El Espíritu de Los Andes” que un día llevó a un grupo de audaces al mando de un visionario a cruzar la cordillera a lomo de mula para liberar, no solo al país, sino al continente.
Dicen que cuando San Martín le contó el plan a Pueyrredón para pedirle ayuda y pertrechos, el Director Supremo le dijo “General, eso es imposible”. San Martín le respondió: “Sí, es imposible, pero es imprescindible”.
Si el gobierno pudiera tocar esa fibra íntima de los argentinos y, con su docencia, hacer entender que estamos ante un cambio que puede parecer imposible, pero que es imprescindible, podría haber puesto por primera vez en un siglo esa fuerza indómita que surge de la adversidad en el carril correcto y transformar la furia destructiva en un motor imparable del cambio.
Podemos estar ante una gesta o ante hechos violentos que, paradojicamente, esconden una mezcla de pusilanimidad y de convenientes intereses. Y el problema es que quizas solo presidente comprende el componente épico que debería guiar esta epopeya.
Las huestes del desánimo y de la resistencia kirchnerista-marxista-peronista tienen todo a su favor para explotar las dificultades (que ellos mismos crearon) a su favor e incentivar la furia de aquellos que sigan privilegiando el tango llorón por encima de la bravura sanmartiniana.
Si el gobierno es inteligente debería utilizar hasta el último de sus agentes para encender el bravo espíritu argentino que es exactamente contrario a la violencia con la que seguramente están especulando los gurúes de la servidumbre.
En ese terreno se juega gran parte, no solo del éxito de las medidas para salir del marasmo heredado de la noche populista, sino de la posibilidad de que ese cambio de paradigma sea definitivo.
Solo a título de ejemplo voy tarnscribir partes del discurso inaugural de Ronald Reagan el 20 de enero de 1981 para dar una idea rápida de los parámetros en los que, para mí, debería apoyarse la comunicación del gobierno de ahora en mas:
“En esta crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema”,
“Así que, al empezar, hagamos inventario. Somos una nación que tiene un gobierno, no al revés. Y esto nos hace especiales entre las naciones de la Tierra. Nuestro gobierno no tiene poder, salvo el que le otorga el pueblo. Es hora de frenar y revertir el crecimiento del gobierno, que muestra signos de haber crecido más allá del consentimiento de los gobernados”
“Si buscamos la respuesta a por qué durante tantos años hemos conseguido tanto, hemos prosperado como ningún otro pueblo de la Tierra, es porque aquí, en esta tierra, liberamos la energía y el genio individual del hombre en mayor medida que en cualquier otro lugar. La libertad y la dignidad del individuo han estado más disponibles y aseguradas aquí que en ningún otro lugar de la Tierra. El precio por esta libertad a veces ha sido alto, pero siempre hemos estado dispuestos a pagar ese precio”
“En cuanto a los enemigos de la libertad, aquellos que son adversarios potenciales, se les recordará que la paz es la máxima aspiración del pueblo americano. Negociaremos por ella, nos sacrificaremos por ella; no nos rendiremos por ella, ni ahora ni nunca”
“Por encima de todo, debemos darnos cuenta de que ningún arsenal ni ninguna arma de los arsenales del mundo es tan formidable como la voluntad y el valor moral de los hombres y mujeres libres. Es un arma que nuestros adversarios en el mundo de hoy no tienen. Es un arma que nosotros, como americanos, sí tenemos”
“Creer en nosotros mismos y en nuestra capacidad de realizar grandes obras, de creer que juntos, con la ayuda de Dios, podemos resolver y resolveremos los problemas a los que ahora nos enfrentamos. Y después de todo, ¿por qué no habríamos de creerlo? Somos americanos”.