Al final, Mario Vargas Llosa pasó por estas tierras con toda su estridencia intelectual, pero sin dejar una huella indeleble sobre la política doméstica, ni para el repudio del Gobierno ni para que la oposición la siguiera a pie firme.

 El escritor trasuntó por encima de las mezquindades ideológicas de uno y otro signo para dejar en claro que su concepto de libertad se ubica por encima de otros.

 Claro que el diccionario de Vargas Llosa no necesariamente imprime significados que puedan ser coincidentes con el de la gran mayoría, tanto en nuestro país como en el resto del continente, incluso en su Perú natal.  Por caso, él extiende, precisamente, la preciada palabra libertad a lo que puede debe hacer el hombre sin injerencia estatal. En forma puntual, argumenta que "la intervención de los Estados es generador de injusticias".

 Justamente, la intervención de los Estados —entiéndase bien intervención, no omnipresencia— ha sido el garante de las libertades en las democracias y de cierta justicia social.

 Vale mencionar aquí que las inequidades siempre han sido fuente de violencia en cualquiera de sus formas.

 El término "populismo" también rondó la escena dialéctica de los últimos días y realmente su sola mención genera rechazo. El problema es que populismo es muchas veces utilizado como eufemismo de “popular” y suena demasiado a la glorificación de la meritocracia.

 Ahora, popular podría ser la Asignación por Hijo como contenedor de necesidades sociales y de freno a la inseguridad urbana.

 Populismo, en cambio, será la eternización de estos planes como prebenda electoral, sin que sean eliminados en forma paulatina en la medida en que se vayan creado puestos de trabajo genuinos.

 Basta con recurrir a los archivos para ver que en los ’40, también fueron tildadas de populistas medidas como las vacaciones pagas, el aguinaldo para los trabajadores y la posibilidad de contar con una obra social, entre otras medidas aceptadas hoy por todos.

 Ingresar en el análisis de la palabra "liberal" es una tarea más compleja, porque su mención conlleva significados que van desde estilos de vida hasta ideologías políticas.

 En la Argentina, se devaluó por los planes económicos que se implementaron, que siempre trajeron aparejados ajustes, cierre de fábricas, pérdidas de empleos o privatizaciones mal concebidas.

 Pero, una cosa es un economista liberal ortodoxo que generalmente no tiene muy en cuenta las reacciones sociales de sus planes, y otra muy distinta que alguien pretenda la libertad empresarial, en convivencia con un Estado fuerte que asigne en forma correcta los fondos públicos en pos de un bienestar general.

 Además, el término traspasa la frontera de lo económico, cuando se aboga por la libertad cultural y de credos.

 Liberales eran aquellos iluministas a los que dio luz la Revolución Francesa en contra de la cerrazón del conocimiento que imperó durante tantos siglos. Ideas que hicieron eclosionar la política nativa en buena parte del siglo XIX y de una forma u otra sigue en pleno debate.

 El problema aquí es que la palabra “liberal” fue apropiada por economistas como Álvaro Alsogaray o Martínez de Hoz hasta llevarla hasta su degradación.

 Pero, Vargas Llosa es tan brillante que sabe bien a que se refiere y el mensaje implícito que deja su fino vocabulario.

 Más allá de esto la visita del Premio Nobel de Literatura permitió observar, si se quiere, un cuadro de madurez política.

 No se privó de hablar de política y a su vez tuvo palabras de elogio para con la presidenta Cristina Kirchner por haber desactivado las protestas en su contra.

 El Gobierno entendió que cuanto más se levantaran olas contra el escritor más aguas se transportaban para el molino de la oposición. De hecho, buena parte del arco de centroderecha fue a su encuentro en una reunión cerrada que se realizó en un hotel céntrico. Arco opositor que sigue en busca de su destino y de a poco, en la medida que se acerca el tiempo de definiciones, toman cuerpo las propuestas.

 Descartado ya ese canto a la antipolítica que hubiera resultado un frente que agrupara a todos, sin tener en cuenta las ideologías, asoman ahora alternativas más vivificantes para la democracia.

 La UCR, por caso, parece marchar ahora hacia la unidad del partido, aunque a los tumbos por algunas heridas que dejó la frustrada interna, para avanzar luego en un frente con el Socialismo y el GEN.

 Por otro lado, Eduardo Duhalde y su gente ya comenzó a transitar el camino común con el PRO; a pesar de que Mauricio Macri aún no lanzó su candidatura presidencial.

 El deseo de Duhalde es que Macri pelee por la reelección porteña, aunque el jefe de Gobierno está cada día más convencido que su ganancia, ya sea para el presente como por el futuro, está en la disputa por la nacional.

 Y también que Francisco de Narváez se encolumne detrás de su proyecto como gobernador de la provincia de Buenos Aires.

 Tal como se perfilan las cosas competirían tres grandes bloques en octubre: El Frente para la Victoria, una coalición de centroizquierda —Ricardo Alfonsín-Hermes Binner y Margarita Stolbizer— y otra de centroderecha —Macri-Duhalde-De Narváez—.

 Antes, claro, Macri y De Narváez deberían limar asperezas, ya que la relación entre ambos pasa por un mal momento y que los radicales dejen de coquetear con el empresario, porque los socialistas aclararon que no están dispuestos a ampliar tanto los límites de la cancha electoral.

 Quedaría por ver el camino que siguen Elisa Carrió, el Proyecto Sur de Pino Solanas y el peronista federal Alberto Rodríguez Saa.

 Mientras tanto algunas de las usinas más opositoras que no ven las "uñas de guitarrero" a ningún opositor ya comenzaron a levantar el fantasma del "fraude", con el conocido objetivo de esmerilar temprano al próximo gobierno.

 Las mismas usinas que no se cansaron de repetir que Vargas Llosa iba a padecer los más crueles actos de censura durante su paso por Buenos Aires.

Daniel Casal
NA