El jueves 20 de diciembre amaneció soleado. Y la Plaza de Mayo no era ajena a este estado, salvo que estaba cercada de vallas y policías. Por órdenes superiores y verticales, se iba a impedir a cualquier manifestante pisar su empedrado, a cualquier costo y precio. El secretario de Seguridad Interna, Enrique Mathov, había dado instrucciones precisas al jefe de Policía, Comisario Rubén Santos, la noche anterior que hiciera uso de la fuerza represiva puesto que tenía información de que “los manifestantes iban a tomar la Casa de Gobierno”. Esto le pareció ridículo, dado que conocía a estos dos funcionarios, con motivo de haber dado charlas sobre seguridad en una escuela de San Telmo, y confundir deliberadamente a ciudadanos manifestantes con hordas desatadas, era demasiado. Mientras oleadas de saqueos sacudían la Nación a lo largo y a lo ancho, Antonito De la Rúa intentaba disuadir a las FFAA para que acudieran a poner orden y defender a su padre. Haciendo las veces de consejero presidencial, el inefable vástago presidencial intentaba convencerlos de sacar los tanques a la calle.
Tamaño dislate dejó boquiabiertos a sus titulares, que con buen tino sugirieron que no confiaban en la lealtad de las tropas a su cargo. De haberle dado crédito, se habría asistido a una versión argenta de los sucesos de Rumania, cuando el malogrado dictador Ceausescu ordenó a las tropas tirar contra la gente levantisca, estos se dieron vuelta y terminaron arrasando primero a su leal Securitate, su horrenda policía secreta, y luego se lo cargaron a él mismo. Obviamente, los tres altos mandos pensaron en este eventual desenlace, y no se dejaron enredar por la locura del entorno.
Pensando en esto, fuiste de nuevo luego de almorzar. Y estaba lleno de policías, de la montada, de la guardia de infantería, con camiones hidrantes y motoqueros azules cabezas de tortuga con Itakas. Todo un amplio muestrario del trinomio represivo compuesto por Antonito-Mathov-Santos, destinado a que ningún alma penetrada en el anillo de hierro que se había tornado el histórico paseo porteño.
Pronto se daría cuenta de la eficacia del operativo, cuando vislumbró que las calles aledañas estaban atiborradas de gente que por más que presionara, se veía impedida de llegar al objetivo, dada la furibunda represión policial. En la Diagonal Julio Roca, en la Roque Sáenz Peña, en Hipólito Irigoyen, en Bolívar y en la Avenida de Mayo, nutridos grupos de manifestantes no podían ni acercarse dada las cargas sostenidas de la Federal. No obstante, cantando “el pueblo no se va”, lejos estaban de amilanarse y emprender la retirada, fluían y refluían chocando una y otra vez contra el cerco de acero. Desplazado hacia la Diagonal Sur, veía como las granadas de gas lacrimógeno ondulaban por sobre las ramas de los árboles para caer en medio de la marejada iracunda, soltando nubes de humo, pero eran devueltas a patadas prontamente. Cerca del monumento a Roca, vio como Vilma Ripoll repartía pedazos de limones para que obturaran la horrible picazón de los ojos causada por los gases. Le pareció buena idea, metió la mano en el bolsillo y se calzó en la boca un pañuelo limpio. A su alrededor, la zarabanda iba y venía, frente a las balas de goma (por ahora), los manifestantes tiraban piedras y cascotes de la obra de la prolongación de la peatonal Perú. Pero luego empezarían a replicar con balas de plomo. En la esquina de Av. De Mayo y Chacabuco, en la entonces sede del banco HSBC, caía víctima de las balas el joven Gustavo Benedetto. Creyendo erróneamente que iban a ser blanco de un ataque, el ex mayor Jorge Varando, jefe de seguridad, instaba a que hicieran fuego a través del ventanal de la entrada como si estuvieran en guerra. “¡Tiren, no sean cagones!”, les gritaba Varando a los guardias privados y policías, que efectuaron 50 disparos en menos de 5 minutos. Uno de ellos perforó la vida de Gustavo, cayendo enfrente en Avenida de Mayo al 600. A unas cuadras de allí, en Avenida Nueve de Julio y Avenida de Mayo, caía con un balazo en el pecho Carlos Almirón, cuando intentaba volver con una columna a la histórica Plaza. Cerca de allí, un grupo de motoqueros la emprendía en oleadas contra las columnas policiales. En este grupo, estaba Gastón Riva, quien también recibió en el tórax un disparo mortal, proveniente de unos policías de civil que se desplazaban un automóvil Polo. Un rato después, unos policías de civil que se bajaron de un Fiat Palio y de una camioneta, provenientes de la zona de Constitución, mataron a balazos a Alberto Márquez y a Diego Lamagna, en las proximidades de la Plaza de la República.
Estas cinco muertes inútiles, sellarían a fuego el destino de Fernando De la Rúa. Pues ya no habría retorno ni vuelta atrás, ni el burdo intento de negocia con el peronismo era viable luego de que las balas de plomo hicieran blanco en personas armadas con puteadas, palos, piedras y cacerolas.
¿Qué estaban defendiendo los Federales que salieron a matar? Eso siempre se lo preguntó, cuando se fue enterando de las 5 muertes a su alrededor. ¿Las instituciones, a Cavallo, a un gobierno ausente de criterio, timorato y alejado de la realidad? ¿Qué papel les cabe a los responsables de haber iniciado la cruenta represión, los mismos que hasta el día de hoy, siguen esquivando el vuelto? De la Rúa, Mathov, Antonito, Santos, dijeron que no tenían conocimiento de estas 5 muertes cuando se produjeron, no creyéndolas posibles cuando les comunicaron que efectivamente, a cuadras de la Rosada, estaban matando gente.
A las 18.30 De la Rúa presentó su renuncia y se fue en helicóptero. Debajo, a pesar de las muertes, seguía el festival del disenso, mientras que en Santa Cruz, el entonces gobernador Néstor Kirchner mandaba a su amigo Rudy Ulloa a que convocara a unos tipejos muy feos y malos para garrotear a unos caceroleros… El mismo que, en mayo de 2003, asumiera la presidencia luego de haber alcanzado el 22,24% de los votos frente al 24, 45% de Carlos Menem, después de que Adolfo Rodríguez Saá saliera eyectado del sillón presidencial, siendo sucedido por Eduardo Duhalde, quien finalmente luego de la matanza del 26 de junio de 2002 en Puente Pueyrredón, convocara a elecciones con el resultado antes mencionado.
Le vino a la mente todo esto, cuando hace un rato vio desde su balcón los fuegos artificiales provenientes de los festejos en Plaza de Mayo, con motivo de la reasunción de Cristina Kirchner… 10 de diciembre, otra vuelta, tan distinta de aquellos 19 y 20 de diciembre de 2001. Tan distantes, ¿o no…?
Fernando Paolella