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Ya estás en Macondo, abrazame

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GARCIA MARQUEZ, EN EL OJO DE LA LENGUA ESPAÑOLA
GARCIA MARQUEZ, EN EL OJO DE LA LENGUA ESPAÑOLA

    Macondo es un camino mágico en la literatura del idioma castellano. Patria mítica, origen, fuente, narración vivida, corazón del realismo mágico del  autor colombiano de Cien Años de Soledad. La fábrica de un sueño real, se instaló en esas pocas calles, de un pueblito centrifugado por las bananeras, polvoriento, olvidado en su rutina fantasiosa, dormido en la siesta costeña colombiana. Ya es historia referencial en la gran literatura universal, un molino de viento que arrastra sus propias aguas y aspas soleadas.

 

    Ese era Aracataca, transformado en Macondo por García Márquez, nombre que tomó de una finca bananera ubicada a orillas del río Sevilla, y es la prolongación familiar de  su infancia feliz, de la Colombia  profunda, agotada en sus muertes sucesivas, a las que asiste la historia como un mero accidente. “MACONDO era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".

    El mito nació con Cien años de Soledad y fue la Editorial Sudamericana  de Argentina, quien lo puso a rodar con su olfato, cuando el ilustre colombiano era un ilustre desconocido. Un desesperado y feliz indocumentado de la fama que estaba por llegar, vivía su historia circular, como todo escritor, desprendido de la contingencia, atado al árbol genealógico de su escritura. Por sus orejas y sobre el cuerpo salían y crecían al mismo tiempo que la piel, las historias que la realidad le copiaba al realismo mágico y viceversa. ¿Un fabulador inagotable o un copista de la realidad colombiana? Ambas cosas, porque Colombia es un cuento de nunca acabar.

     La historia editorial está plagada de anécdotas, la mayoría no tan felices, más bien infelices, inenarrables, que darían para mil años de soledad. Una edición que ahora es de colección, ya que nació con una falla de portada además, para hacer crecer el mito en el hallazgo de lo curioso.
   García Márquez es el autor más vendido actualmente y desde hace  décadas en idioma castellano, recitado por Bill Clinton, amado y odiado en partes iguales como suele ocurrir con un escritor de excepción, además periodista de religión.
    Cuando los escritores están vivos y coleando forman parte de sus libros y se les ubica en cuerpo y alma, para defenestrarlos hasta de sus antepasados, de la propia piel, de los huesos que calzan su humanidad.
    Gabo, como le llaman sus amigos, es un mito, el único capaz de poner a divariar a la Real Academia Española y de Argentina. Su sólo nombre llama a capítulo a los hijos del Quijote y motiva discusiones, un revuelo de la a hasta la z, como en efecto ocurrió recientemente.
    Un vendaval de opiniones, acusaciones, recriminaciones, ajustes de cuentas, dichos, dimes y diretes, alejados de lo académico, más próximo de lo anecdótico y totalmente kafkiano y macondiano, que es mucho decir, soplaron los cuatro vientos sobre García Márquez, que dijo lo que no dijo, y que nunca iría a la Argentina. Mis dudas más que razonables, el Nobel no es novel en materia política, ni es largo de lengua, porque no se va de lengua fácilmente en público, ni con la ilustrada Academia.
    Su único intento fue: que se escriba como se pueda en materia de ortografía, una especie de sublevación gramatical, que no agradó a la Academia, saltaron las ilustradas señorías y el idioma castellano volvió por sus viejos fueros, acomodó sus pesadas tildes, las z, la mudez exagerada de la h y la s que silba de risa en la selva suave, sutil, hembra de silueta perfecta.
   Y me supongo, que entre sus nostalgias, guarda un pedazo de Buenos Aires, como efectivamente contó hace unos días. A la Reina del Plata, no se le puede dejar de querer fácilmente y menos olvidarla, y si se le odia, es con placer como a una mina amada hasta los tuétanos por sus calles, anchas avenidas e infinitos parques. Pero siempre arrastra  nostalgia la City porteña.
    Se desataron todas las lenguas con sus fuegos y artificiales lenguajes de pompas fúnebres. Y se le negó una entrada de una invitación que nunca existió al parecer y de un viaje que el macondiano personaje no pensaba realizar. Es imposible desligar al escritor con sus afanes políticos, su amistad con Fidel Castro, con el desaparecido General Omar Torrijos, los sandinistas y las alas volátiles del poder izquierdista que alguna vez existió en el planeta tierra.
    Lo ocurrido en torno a la Academia,  ya es archivo de la historia, del folletín del disparate verbal. La Casa Rosada tuvo el tino de manejar los hilos macondianos, para terminar con el enredo kafkiano y logró que el autor del Coronel no tiene quien le escriba, viaje en marzo a Buenos Aires, a dictar unos cursos de periodismo, su máxima pasión.
    García Márquez ha combatido con firmeza un cáncer algo reciente, de unos años a esta parte. No viaja mucho. No asiste a condecoraciones desde que obtuvo el premio Nobel. Se le ha visto en actos ocasionales en México, donde reside. El hombre sigue viviendo para contarla. Estaba en los preparativos de lanzamiento de una nueva novela: Memoria de mis putas tristes".
   Se adelantó una semana y será el 20 de octubre. Esta nota volandera en la víspera, recoge un poco la atmósfera latinoamericana de un escritor esencial de este subcontinente.
    Fue un periodista compulsivo, lleno de historias y magia en su prima juventud, y todo le revoloteaba como mariposas en su estómago. Recalentaba su vieja Royal en un traqueteo que le decía como una metralla A-r-a-c-a-t-a-c-a, y zumbaba el pueblito que le vio nacer sin mayores intenciones que  (ha) ser otro colombiano. Leía a Kafka, Joyce,  Borges, y escribía una literatura quizás ya escrita, y que estaba en otro subconsciente. El aguzado costeño contaba con su propia lámpara de Aladino. Sé auto expulsó de la muy leal Santa Fe de Bogotá, tierra de rolos y cachacos, que nunca le asentaron bien del todo. Una intelectualidad de leva y sombrero y corbata, almidonada hasta en sus esmaltadas uñas de porcelana provincial, y partió con su imaginación a  tierra caliente. Le rondaba un dragón con poderosas lenguas de fuego, que le crecían tres cuartas por noche. Cartagena de Indias, asolada por el coloniaje español y acosada por corsarios ingleses y holandeses, sobrevivió a la pachanga de la muerte, de las fiestas, y dejó crecer en sus calles la melancolía del Caribe imaginario que anidaba en la coraza de Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas, Virginia Wolf, Faulkner, Capote, clásicos griegos, Dos Passos, Vallejo, Neruda, Kierkegaard, Claudel, los clásicos españoles, y esos libros humanos que pululan por Colombia llenos de historias vividas, inventadas, remendadas, recicladas, soñadas, infectadas de realismo visceral, y que el futuro novelista absorbía como un papel secante. Son sujetos encuadernados por la vida. Dasso Saldívar, da cuenta de todo esto y más, en su notable biografía: El Viaje a la semilla. En la costa colombiana, García Márquez se hizo escritor esencial y originalmente latinoamericano. Revisó al revés de Borges, las piezas del reloj  y armó el suyo  con su propia cuerda. Su Big Ben siempre estuvo  en Aracataca, reloj de viejo campanario visitado por los ángeles azules que llegaron a la costa macondiana de la mano del viento.
    El libro será un éxito. Nació bajo el signo fraudulento de la piratería. Ya las calles de Bogotá conocieron de su distribución al margen de la ley. El pueblo quiere leer a Gabo a bajos precios. Las cifras de las ventas piratas son multimillonarias, pero no tanto como la pobreza franciscana de los latinoamericanos. Es difícil ver a un haitiano con un libro de García Márquez en Puerto Príncipe. Y a millones más de Norte a Sur, por Comayaguela, La Pincoya, Arraiján, Chiapas o cualquier barrio insomne de latinoamérica.
  
Memoria de mis putas tristes, tiene 114 páginas y su autor demoró poco más de tres años en escribirla. Gabriel García Márquez no ha tenido necesidad de hablar de la novela, ya pirateada, y porque su amigo Álvaro Mutis, su viejo corrector y lector, echó el cuento. Barranquilla, Caribe colombiano es el escenario y  la historia trata de "un viejo de 90 años que cuenta sus experiencias amorosas presentes", dijo Mutis
    Vuelve al amor el Gabo, pasión de palomas en jaula con arrullo del Cantar de los Cantares, la otra cara, dicen, del Amor en tiempos de cólera, una extraordinaria novela del buen amor. Es la última cana al aire de un nonagenario, en el sublime relato psicológico del relato garcíamanezco. La cópula feliz del Edén. “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo...”
  
El relojero de Aracataca sigue afinando sus piezas en la silenciosa página en blanco que abre, cuando la lluvia en Macondo aprieta el cielo con sus grandes suspensores negros de lágrimas tropicales  y se siente bramar la estirpe leoparda, agrietada de los Buendía, en el infranqueable muro de Colombia. Siempre  habrá un rincón, una esquina en Macondo que espera una mejor suerte.
   El idioma castellano y la Real Academia Española, son los que menos pueden desentenderse de Gabriel García Márquez. El público común y corriente, no lo hace, lo sigue leyendo. No es santo él y su obra de la devoción de algunos. Normal en un mito viviente. Le ha pasado a otros: Pablo Neruda, sin ir más lejos. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar. Personajes que rebasan su propia obra. Cervantes y Shakespeare fueron calumniados durante siglos. Kafka pasó literalmente desapercibido en su tiempo y nos  kafkió el futuro en su inmortal prosa.
    Los envidiosos vuelan en sus propias alfombras, sin magia, intentan tapar con sus dedos aceitosos, mugrientos, el radiante sol del amanecer. Yo los siento como hieden a pescados muertos. Son resistentes como las cucarachas, con su camuflaje  perfecto  traspasan las puertas, no usan ascensores, ni escaleras, porque siempre están en la cumbre violeta de su mundo cortesano. Dejan entrever en el cortinaje espeso de sus miradas, a una tía solterona con sus trancadas paredes vaginales.
    La polémica, en medio del absurdo, favoreció a las tres partes: Gabriel García Márquez, que editará por estos días una novela, a la Argentina que la puso en el centro de la cultura mundial y a la Academia de la Lengua Española con su anfitriona sureña, porque fueron oxigenadas para  una mejor batalla de la lengua.
    Las  lenguas desatadas de los mil demonios cruzaron el Atlántico una y otra vez, de Norte a Sur en las Américas, el horror de la Academia, era que el caldo gallego se le enfriara con el informal niño  terrible de Macondo, que indudablemente no viajaría a la eclesial cita del idioma, porque no viaja con frecuencia a ninguna parte. La Academia se reunirá en su III Congreso Internacional de La Lengua, en Rosario, del 17 al 20 de noviembre próximo, con el abecedario real, y entre cientos de invitados, debatirán cosas de la lengua que interesan a 400 millones de hispanohablantes en el mundo.
    El castellano nació hace 1027 años y es una lengua que está viva y coleando. Con garcía Márquez nos nació el Cervantes latinoamericano. Está detenido en el DF. como si lo estuviera en Macondo. Las cuatro calles de polvo, húmedas, sin nombre, atascadas en el caribe colombiano y que un día conocí, cuando la gloria las había rebasado en  el tiempo. Patriarca de nieves blancas, sigue pariendo sus libros, como el día  que vio a Isabel viendo llover en Macondo. Ese pequeño relato en el 68, me llenó de fantasía, sueños, rutas imposibles, paisajes macondianos inexplicables, que el destino me llevaría a vivir uno y otro día en el trópico.
    Divisé Errante, muchas veces, en mis viajes la finca Macondo, cruce por el bananal con la sangre obrera, el machete filoso de los sueños, entré también en la violenta Apartadó, en Colombia, cuando silbaban los primeros casquillos del Oeste colombiano, cuando las hembras humedecidas bajaban de la montaña a entrar al golpe de los dados de cuerpos. Vi caer atardeceres y cuerpos como moscas, sucumbir a un pueblo de unas cuantas calles armadas con sigilo en la noche, en sus brillantes mañanas, ese olor inconfundible de la guayaba mezclada de la tan violentamente dulce Colombia. De un bar salía la muerte a cualquier hora con su tufo de adolescente irresponsable, la vaga mirada del deber cumplido, esa satisfacción nunca satisfecha, y ya sale para algún otro lugar. La clientela espera. Ahora, a dormir la siesta, aquí no ha pasado nada, la muerte descansa en paz.
   La lluvia hoy es parte de mis ojos. Siempre está ahí o en el peor de sus casos, su recuerdo. Siento que mide  fuerzas con el tiempo. Es parte de mis venas, de mis huesos, de la planta de mis pies. Las paredes se inundan de su vapor. Todos sudamos con la lluvia y vemos borrarse la selva, el paisaje, el verde hacerse más verde, oscuro, como un lagarto que afina su violín en el bosque. Nadie ríe, pero se siente el crujir del agua, y el tiempo carece de importancia, todo se mueve en una sola dirección, la mirada y los cuerpos flotan. El tiempo es una jaula rota. Alas prisioneras del tiempo. El paisaje es un mar que vuela. Todos somos peces y lo fuimos alguna vez. Te veo desnuda sobre la Eva que sigues siendo. Ya estás en Macondo. Abrázame.

 

Rolando Gabrielli
A SC. , a quien le prometí hacerla  feliz

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