Después de todo lo expuesto acerca de las pruebas antiteológicas, podemos resumir que, es la propia teología la que ha fracasado en sus ingentes esfuerzos por conciliar entre sí sus propias idealizaciones de un ser perfectísimo.
La propia mente humana en su afán por idear al ser más perfecto posible para enfrentarlo luego con el mundo (la supuesta creación por parte de semejante ente), se ha tendido una trampa a sí misma.
Todo razonamiento profundo nos induce a rechazar la existencia de tal ser absoluto.
Todo análisis minucioso nos conduce hacia aporías y antinomias irresolubles. Los mismos teólogos poseen conciencia de ello y confiesan humildemente su impotencia.
Pero si es imposible la existencia del dios de la teología, ¿lo será también la de alguna otra especie de dios?
Son muchos los pensadores que han caído en la tentación del panteísmo, porque desde esa posición “frente al mundo” se torna más fácil una teología.
Se explican mejor las cosas y no existen las dificultades que surgen cuando se quiere confrontar con el mundo a un dios perfectísimo y espiritual separado del mundo. Por el contrario, un dios identificado con los protones, neutrones, electrones neutrinos… quarks…, con las formas de energía como los fotones, rayos cósmicos, ultravioleta, infrarrojos, y con todo el espectro de la radiación electromagnética, con la gravitación universal y todas las leyes naturales, un dios consustancial al mundo; el mundo mismo un dios, parece ser más racional.
Y más racional aun se nos configurará todo esto, si añadimos a este “dios-mundo” o “mundo-dios”, el concepto de evolución.
Entonces todo parece estar explicado: el mundo-dios ¡aún no está acabado! Se está haciendo, y esto lo vemos en la naturaleza. También en el hombre que avanza científica y tecnológicamente. Se trata entonces de un dios inmanente al mundo que se está realizando, y en este detalle coincidimos en cierto aspecto con la idea hegeliana, pero con la diferencia de que para Hegel se trata de espíritu y naturaleza como modos sucesivos de lo absoluto, pues para él la naturaleza es la idea de un ser otro.
El espíritu absoluto, es la síntesis de la naturaleza y el espíritu, y se está realizando a si mismo.
En el lenguaje de Hegel: “La idea divina es justamente eso, resolverse, desentrañarse y sacar de sí ese otro y reasumirlo de nuevo en sí, y por esta vía hacerse subjetividad y espíritu”. (Obras IX, 49, Glockner, 1951).
En cambio el dios del panteísmo identificado substancialmente con el universo, es quien a sí mismo transforma creando cosas, hechos, seres… historia.
Un caso extremo lo tenemos en las hipótesis de GAIA sustentadas por J. Lovelock y K. Pedler, según quienes GAIA –que era la diosa Madre Tierra en la mitología griega- es una forma de vida comprometida a perpetuarse a sí misma.
Al respecto se llega a decir, que si el género humano insiste en agredir a la Tierra (Gaia) y la daña, como lo está haciendo mediante la contaminación y otros deterioros, la misma Tierra cual diosa con voluntad y poder sería capaz de reaccionar y aniquilar la Humanidad, pues se trata de un sistema gigantesco u organismo que puede controlar la temperatura, la composición atmosférica y de los océanos y la acidez del suelo para proporcionar condiciones óptimas para la vida.
Quizás para el autor de esta teoría y sus seguidores, no se trate de una diosa Tierra, sino de un “organismo”, producto de la combinación de los sistemas vivientes con los no vivientes, pero da lugar a una interpretación panteísta en el terreno teológico.
Pero sea como fuere, el dios spinoziano, por ejemplo, ¿concilia mejor con la realidad palpable que el dios hegeliano?
Spinoza sostiene que su dios es absolutamente infinito, es decir, sustancia que posee un número infinito de atributos infinitos. Pero, atributo para él, puede ser tanto la extensión, como el pensamiento. Las cosas creadas no son más que modos de la sustancia divina. Para Spinoza la naturaleza, la sustancia, es un dios, y ésta obra expresándose en un amplio espectro de modos creados.
También el hombre, es un modo de una única sustancia, y dios es la única sustancia, luego el hombre también ¡es dios! o más bien una parte del universo-dios, y he aquí el panteísmo spinoziano.
Pero lo cierto, es que en resumidas cuentas, ni el dios de Hegel, ni el dios de Spinoza, pueden ser éticos ni misericordiosos. Por el contrario, monstruosamente crueles al desenvolver aquello negativo que necesariamente deben encerrar en sí, esto es el odio, la vileza, la crueldad, la indolencia, el error, la injusticia, el accidente, que antes de la supuesta creación, no existían. Entonces surge el interrogante ¿de dónde salieron todas las lacras de este mundo?
Si el spinoziano universo-dios, se despliega en modos, como afecciones mediante las cuales se expresa la sustancia-dios a través de sus atributos, y muchos de estos modos son verdaderas abyecciones de la naturaleza, mal podemos estar entonces en presencia de un ente venerable.
Tan solo nos queda una posibilidad dentro del panteísmo. La de un dios-universo parcial, limitado en su accionar, quien continuamente emerge del caos y de la sinrazón, que trata esforzadamente de ordenar y mantener en orden al menos una porción de un universo encabritado, proceloso , en su mayor parte, indómito. Un ente divino también arrastrado por la vorágine de un entorno universal, presa de poderosos vórtices accidentales de los que constantemente debe emerger airoso para continuar sosteniendo a duras penas el mundo-cosmos (cosmos: orden) a su alcance y sobre todo la bondad, el amor y la justicia en la Tierra ante la ¡injusticia! como posibilidad creada por el mismo autor del mundo.
Este no sería de ninguna manera un dios absoluto, sino restricto muy alejado del ideado ser perfecto que sostienen los teólogos.
Ladislao Vadas