Cuando el 2012 llevaba 10 minutos de vida, un petardo ingresó en el primer piso del inmenso monoblock “Elefante Blanco” en Ciudad Oculta, y el fuego destruyó las precarias piezas de 14 familias que perdieron todas sus pertenencias.
Entender la crudeza de lo que es la vida de las 100 familias del “Elefante Blanco”, es imposible si el lector no vio lo que este cronista observó hace unos instantes. Aquí están las fotos que no quieren ver los políticos ni los funcionarios cuando recorren la zona en búsqueda de los votos.
A comienzos del segundo gobierno de Juan Domingo Perón, el inmenso edificio se construía en el centro neurálgico de la villa 15 para que funcionase un hospital. Las camas nunca llegaron. Durante la última dictadura militar, los habitantes del barrio eran obligados a mudarse para esconder la mugre de la gran ciudad y eran mandados de regreso a sus provincias.
Muchos de sus habitantes eran hijos de padres que habían quedado desocupados al cerrarse las fábricas de la zona de Mataderos, fundamentalmente, frigoríficos. En tiempos de Aníbal Ibarra, se abrió la última calle que le daría un respiro a tanta inseguridad y permitiría a la policía ingresar a “la oculta” para atacar a los “transas”. Pero los vendedores de droga negociaron rápidamente impunidad y, en vez de acabarse la merca, nacieron las Madres contra el Paco. Esas Madres fueron testigos de muchas promesas, recibieron algunas migajas y escucharon otros nuevos anuncios de las otras Madres que llegaron con el dinero y la prepotencia del poder al barrio, acompañadas por la Presidenta que recién asumía. El calendario perdió todas sus hojas y el Elefante Blanco se mantuvo inamovible, erosionándose por el paso del tiempo, debatiéndose entre la vida y la muerte.
El escándalo Schoklender tapó todo y las Madres que habían llegado con ansias de hacer patria e historia, solo dejaron un cartel y un grupo de departamentos muy vistosos y pintorescos, algunos de ellos con familias eternamente agradecidas, otros vacíos.
Las más de 100 familias, casi 1000 personas pues, la mayoría de los grupos familiares están compuestos por madres (en minúsculas) separadas con más de nueve y hasta 14 chicos, continuaron su rutina diaria en hogar que no es una casa, una casa que no es ni siquiera un espacio. Allí la vida es aventura. Para conseguir agua, hay que meterse entre la basura y llegar al caño maestro debajo del cemento. Para tener luz, Carlos hizo unas humildes instalaciones sin seguridad alguna, 11 años atrás, pero el 1 de enero a las 00:12 minutos, la luz se apagó para siempre. Para subir al segundo piso del Elefante, hay que hacerlo en pequeños grupos pues se puede caer el piso sobre los vecinos del primero. Para comer algo, hay que darse una vuelta por el comedor de Graciela y para que Graciela tenga alimentos tiene que hacer mil y un gestiones con el funcionario de turno. Para que la escuchen tiene que tener “buena onda” con el “Pocho” o el “Pitufo”. Pocho es Brizuela, aquel hombre de rulos que cobró fama tras el escándalo Schoklender por ser el matón de Sergio y luego de “la Hebe”. Pitufo es Salvatierra, el hombre del Indoamericano.
El 1 de enero a la madrugada, los vecinos fueron corriendo hasta la comisaría, pues nadie venía a ocuparse de los heridos. Las ambulancias no entraban por temor y el SAME nunca se hizo presente. Ni el gobierno de la ciudad ni de la Nación, 48 horas después, respondió los llamados. Los medios tampoco. “Haga algo periodista, ¿le parece que podemos vivir así? Hasta las ratas se están muriendo de hambre”, me dice una mujer con un solo diente que conforma una mueca de sonrisa, como si el rol del periodismo pueda, alguna vez, ocupar el de un Estado ausente.
La basura continúa acumulándose sobre la planta baja del edificio, los vecinos rescatados entre toses e infecciones respiratorias, “aguantan” en el comedor de Gabriela, lindante al monstruo blanco. Los agujeros entre los pisos son un peligro para los chicos que caminan en la oscuridad. Los pasillos terminan en el vacío (no es un juego de palabras, es el vacío mismo, el precipicio). Las moscas vuelan de un lado al otro, las ratas deambulan entre los pies descalzos de los hombres que buscan la felicidad en una bolsa que contiene un pañal usado y un envase de yogurt que conserva la blanqueza de lo que fue. Los perros muestran sus huesos como una adolescente me señala las ronchas por “los bichos y algo más” que tiene desde que habita allí. Un caballo marrón corre en las afueras y casi se choca con un inmenso escenario montado frente al Elefante. No es un escenario, me corrige otro vecino, es el set de filmación de Pablo Trapero que viene con un actor de ojos celestes. Celestes como los ojos de Darín, le digo, recordando la canción de Los Piojos. Ese, Darín, viene a las 7 de la tarde a filmar. La película se va a llamar Elefante Blanco. Y sí. Esto es de película.
Posdata: mañana, martes 3 de enero, a las 8 de la mañana, los vecinos cortarán Eva Perón a la altura de Ciudad Oculta, entre las calles Echeandía y Piedrabuena.
Aquellos que puedan solidarizarse, están invitados a acercarse y darles una mano a sus habitantes con alimentos no perecederos, colchones, ropa y pañales.
Luis Gasulla
Twitter: @luisgasulla