La opinión pública observa estupefacta que los precios de los artículos que consume, de los servicios que requiere y de los salarios que recibe o que se les pagan a los trabajadores con representación gremial, no tienen nada que ver con la inflación que mes por mes difunde el Gobierno según el índice de precios que confecciona. Algunas provincias que siguen conservando sus direcciones de estadística y sus centros de investigación económica informan mes a mes que en el ámbito de esos estados los niveles de precios, dicho esto en términos generales, triplican los del organismo de estadística que depende del Ministerio de Economía del Gobierno Nacional. Los gremios en sus disputas con las organizaciones patronales no aceptan las cifras oficiales y hacen sus planteos guiándose por su necesidad de mantener su nivel de vida y acrecentarlo si fuera posible. La población se da cuenta de la realidad de la generalizada suba de precios pero aunque sabe que no son ciertas, no se ha percatado que al mismo tiempo es blanco de una segunda falta a la verdad que es consecuencia de la primera.
En tanto, el Fondo Monetario Internacional, organismo trasnacional del cual nuestra Patria es miembro, en sus informes deja constancia que no presta conformidad con las cifras proporcionadas por nuestras autoridades. La Argentina, dado que es miembro del Fondo debería permitir el escrutinio anual de sus cuentas nacionales al que se someten todos los estados socios pero no lo hace. Se trata de una decisión inaceptable porque nos instala fuera del orden mundial que está basado en tratados que hay que acatar. La razón de no permitir este examen es que quedaría puesta en evidencia ante la faz de la comunidad internacional la realidad de las cifras que se le brindan a nuestra población. De todas maneras en el mundo global de hoy nadie se llama a engaño sobre la inflación argentina y todos los países, especialmente los más ligados a nuestros intereses, saben la conflictiva verdad y la toleran.
No se utiliza el “deflactor” correcto y por eso se brinda un indice de aumento de la producción que no condice con la realidad: el “deflactor” es un valiosísimo recurso para estimar con precisión la riqueza que se produce en un país en un año calendario. Para calcular esa riqueza- denominada también “producto bruto” por los economistas- los estadísticos suman los gastos del Estado, lo que se haya invertido y consumido en el país y lo exportado deduciendo lo importado. A ese total es preciso restarle el porcentaje del aumento que haya habido en los precios internos en ese año. Si no se procediera así, estadísticamente habría más producción pero no sería “gordura” sino “hinchazón” porque el aumento de los precios de las cosas “inflaría” el resultado y haría creer a la gente que el “producto bruto” es mayor que el real. Ese porcentaje que es imprescindible restar del nivel de precios para saber la cantidad de la riqueza efectivamente generada, se llama “deflactor”.
Lo “malo” del deflactor es que su origen es el índice de crecimiento de los precios: si este último es artificialmente disminuido como ocurre en nuestro medio y la población no lo ignora, con idéntica magnitud se aumenta estadística y no menos artificialmente la riqueza creada en la Nación, de manera que la cifra del “producto bruto” que consecuentemente aparece es superior al real.
Actualmente tenemos dos índices de precios: el que confecciona la Dirección de Estadísticas que dice que la inflación de este año habría alcanzado el 8% y el que informan sectores bien informados que dicen que la inflación alcanza al 24% o sea el triple. Si se restan las cifras del “producto bruto” con el deflactor correcto confeccionado con el aumento del índice de precios del 24% que es el real, el crecimiento verdadero de la Argentina es apenas un tercio del que informa la Dirección de Estadísticas que utiliza el “deflactor” originado en el 8% de inflación. Esta desinformación explica la fuga de capitales que se advierte, las dificultades que tiene el sistema previsional y déficits fiscales notorios. La “guerra” contra la pobreza es “inganable” mientras no se generen empleos dignos, hijos de inversiones legítimas que pretenden utilidades lógicas.
El capital tiene aversión al riesgo que genera la falta de respeto a la seguridad jurídica. Necesitamos capital de inversión y no puede haber inversión, desde luego, si un ahorrista tiene miedo de dejar su dinero en un banco porque puede no poder retirarlo en su totalidad a la fecha de su vencimiento o se tienen impuestos a la producción como las denominadas “retenciones” que son verdaderas exacciones y no tributos.
El cálculo del producto bruto en la Argentina tiene otra anomalía:
El gasto público aumenta también artificialmente el “Producto Bruto” por el acrecentamiento de la cantidad de empleados del Estado y obras públicas de precios abultados más allá de su valor real de mercado. Estos hechos agrandan artificialmente la riqueza nacional. Debería incrementarse el “producto inteligente”.
Es increíble que una nación tan afortunada como la nuestra no movilice las riquezas de toda índole que encierra la utilización de nuestros grandes ríos y no modifique su geografía con canales navegables que son el medio más barato de transporte y el menos contaminante. Es increíble que se haya permitido que también 45.000 km. de vías férreas hayan sido virtualmente abandonadas en los últimos 65 años cuando canales y ferrocarriles abaratarían sustancialmente los costos y terminarían con la pobreza. No se hablaría más de ella porque no existiría. Entre tanto, por lo menos concluyamos con las dos cifras incorrectas aludidas más arriba.
Juan José Guaresti (nieto)