Había una vez, un país de África muy pero muy rico, donde vivían muchos pobres, mucha gente que vivía sin trabajar y cuya única obligación era ir a aplaudir a la Reina, que cuando los reunía, les contaba muchos, muchos cuentos.
También estaban los que trabajaban y no iban a esas reuniones y se lo pasaban hablando y escribiendo en lugares y que los leían aquellos que no hacían nada por el cambio, aquel que criticaban, pero eran bueno necesarios para que las cosas pudieran seguir como estaban.
La Reina tenía un muy buen discurso, era convincente y siempre prometía un mundo mejor y que venía, venía, pero tardaba en venir, ya que uno de los trenes, único tren que quería hacer muy veloz, no lo construyeron, ya que antes tenía que pagar la primera cuota a la constructora, que era una deuda que tenían con la torre de París; no me pregunte quién había contraído la deuda, porque no lo sé, decían que venía desde la época de un gobernante que había sido uno de los primeros en gobernar a ese rico país y que nunca se habían preocupado por pagarla.
Una vez hubo, mejor dicho dos veces hubo, dos gobernantes que quisieron pagar la deuda y los sacaron a los dos a patadas, por lo que nadie en los gobiernos que los sucedieron pagaron nada, no sea cosa que les pasara lo mismo a todos.
Bueno, los gastos que la Reina tenía para mantener a ese séquito de seguidores pagos eran muy grandes y ya no alcanzaba con lo producido por un yuyito, que crecía en los campos, que se fumigaban con veneno, pero bueno, eso era secundario; lo importante es que los productores, pagaran sus gabelas a la Reina y esta pudiese seguir logrando los innumerables aplausos que le suministraban esos aplaudidores.
También había mucho dinero en las calles porque la Reina tenía una maquinita, que imprimía billetes que no eran cambiables por otras monedas de otros países, porque estaba prohibido, solamente los amigos de la Reina, podían entrar y sacar monedas como dólares, libras, euros y guaraníes, hasta tenían perros entrenados para que detectaran a los turistas que no iban a los hoteles de la Reina y llevaban dólares para sus gastos.
También tenían un señor muy malhumorado y que inspiraba mucho miedo a quienes no hablaban bien de la Reina, mostraba siempre una pistola, que decía “la muestro porque me molesta en la cintura y si la tengo que usar, tardo en sacarla, bueno decía siempre la verdad”.
Este hombre era el que dictaba las leyes y te decía con cuánta plata tenías que vivir y te tenía que alcanzar y si no te daba un lugar donde los precios eran los que el ponía y la gente tenía que caminar kilómetros y kilómetros para llegar, pero bueno eran los valores que el te decía, nunca mentía, salvo cuando daba unos números que los inventaba en su casa del INSET, donde había echado a todos los sirvientes que sabían de matemáticas.
No lo sé, nunca lo entendí, pero él decía los números son los que yo digo y basta, si hasta habían pensado en ponerlo en los libros escritos por los pibes filósofos de “La Camperita”, así la llamaban a esa empresa de jóvenes a los que se le pagaba muy, pero muy bien, por encima de Einstein.
En sus ecuaciones lo superaba, no se como hacía pero transformaba 28 en 8 y desde un lugar que daban los datos, los habladores, que eran no me acuerdo si seis, siete, u ocho, siempre lo daban como ciertos.
Bueno, continúo, por problemas que había con las lluvias, una época de sequía, la Reina pensó ¿y ahora de dónde saco la plata para los aplaudidores y los jueces que se compraban collares de un cuarto de millón de dólares? No se tampoco cómo lo hacían pero los dólares para los collares los encontraban a su paso, se ve que siempre miraban al piso, yo que no veo bien, tengo que mirar cuando camino, para no llevarme a la gente por delante, así que nunca voy a encontrar nada y bueno… “es lo que hay” decía un periodista que se llamaba Manteca.
Sigo: había problemas de plata y entonces la Reina, pensó y dijo “¿De dónde voy a sacar lo que necesito, a ver si no me aplauden más, que voy a hacer de mi vida? es verdad que tengo muchísimos lugares para ir a vivir que supe conseguir gracias al esfuerzo realizado en los años 1050, bueno no se si eran los años o la ley, tampoco puedo tener tanta memoria, para acordarme de todo.”
El que sí tenía una memoria excelente y que se la perdió, pobre, era ese sabio que estaba los domingos en TV… cómo se hubiera divertido con la Reina y su séquito, pero se murió antes de lo debido mi amigo del peluquín.
¿Cómo lo resuelvo?, pensó la Reina y ahí se acordó de una empresa que quería sacar y lavar una joyas que estaban enterradas en la montaña, pero que pasaba, necesitaba usar el agua de la región que requerían los productores de comestibles de la zona, ya que las joyas las tenían que lavar con un ácido que envenenaba el agua y convertía en desierto el lugar.
Pero bueno, ¿a ver qué hago para que este señor lavador, me de los fondos para seguir en el centra del escenario y dijo, si yo voy a pedirle, me va a ofrecer dos mangos, ya se le hago sacar una ley a los asesores y después el solo va a venir para que la derogue?
Muy inteligentemente, la Reina logró que le pusieran la plata para continuar con su actuación y seguir llenando la sala, el señor lavador, empezó a poner la plata necesaria, o el oro, no me acuerdo bien.
Bueno era todo fiesta, la Reina estaba contenta seguiría con su relato en escena, pero ocurrió algo inesperado, los habitantes que querían trabajar, no eran los aplaudidores, se empezaron a quejar y como se quejaban y lo peor del caso que no querían plata u oro, no me acuerdo bien y ese fue el dolor de cabeza, que empezó a sufrir la Reina y que pasó……….uhhhhhh que no me acuerdo.
Bueno hasta aquí llegue, que cada uno le ponga el final que mas le guste y serán todos individualmente, cada uno con su final felices y contentos.
Walter Gazza
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