Los argentinos vivimos una especie de ensoñación en términos de pensamiento, que podría definirse como “déjá vu”, una paramnesia, una sensación de haber ya vivido algo. En el minimalismo argentino de lo público, que congloba el mundo de las relaciones reales, económicas, políticas, sociales, y que no alcanza a más de 5% de la población, se represente dicho déjá vu como algo actual, sustancial, perceptible, y que está ocurriendo.
Los argentinos somos personas que estamos acostumbradas a nadar contra la corriente, correr contra el viento y atrasar todos los relojes. Cuando el denominado “socialismo real” ya se comenzaba a morir en una especie de agonía interminable que puede situarse entre las décadas del 60 y el 70, y los comunismos europeos declinaban inmisericordiosamente en un pedaleo hacia atrás en busca de una viabilidad que
Baste la anécdota relatada por el mismo Foulcaut, quien en aquel Mayo Francés salió a la puerta de su casa y vio a jóvenes corriendo a colocarse tras una barricada, en actitud desafiante contra, quizá, casi todo, corrió y escribió: "Hoy vi a gente correr procurando su propia esclavitud".
El “socialismo” capotó
Así, la caída del Muro de Berlín y de la cortina de hierro, acompañado por la “inteligenzia” europea mayoritaria, el fracaso de Carter, el advenimiento de la extrema derecha en los EEUU y la llegada de la ultra derecha polaco-germánica a la iglesia católica, extinguen cualquier proyecto político de un país europeo y/o serio del mundo, dentro del encuadramiento relatado.
Lógicamente, era el peor momento para los países de América no anglófonos, quienes en los 80 vivían la llamada “década perdida” y no solo eso, aún en los 90 se cobrarían parte del atraso y la falta de entendimiento de los dirigentes más importantes de los países que no quisieron, no pudieron o no les importó respetar las tradiciones, siempre corriendo detrás de las ventajas y/o pseudo oportunidades que siempre, a la postre, se transformaron en desilusiones masivas.
Así, mientras los europeos comprendían su propio destino, limitaciones, necesidad de integración, y que las mismas no salían de los discursos o bibliotecas de los señores ideólogos franceses del neo marxismo, sino, que obligaban a estos a someterse a las necesidades sociales de aquellas masas a las cuales no les interesaban afiliarse a un “partido único”, ni tampoco a constituirse en “clase proletaria dictatorial” al decir de Lenin, quizá, éste, el mayor teórico (desde el gobierno) de la izquierda que gobernó.
Los europeos, desde el Mayo Francés, hasta mediados de los 70 provocaron una revolución silenciosa: transformar el marxismo duro tradicional en “neo-marxismo” o social-democracia. Ya no habría asalto a
Antes, 15 años previamente, italianos y socialistas bajaban las banderas rojas para hablar de productivismo, sinergias y bienestar, rescatando (valga que paradoja) el estado de bienestar alemán de fines del siglo XIX y la socialdemocracia de los demócratas norteamericanos. Felipe González, Berlinger, Willy Brand en Alemania Miterrand, Jospin, Schoereder y muchos otros solo conservaron la rosa roja, nada de marxismo, mucho de flexibilidad, mucho capitalismo, en definitiva. Todo un discurso que pudo escucharse de manera brutal en los “malditos 90”.
Solo basta ver el régimen de salud o laboral o el tratamiento a los especuladores económicos que se hubo de dar en Europa, por todos los dirigentes ladrisocialistas, y notar cómo en los 90 y hoy los personeros locales copias (hasta literalmente) todos los “pseudo avances” de dicha progresía, que a la postre no son otra cosa que una fuerza negadora de la voluntad de los pueblos y sus tradiciones. Solo basta ver el desastre de la droga en Europa, la destrucción de la familia y de los valores de la amistad, la virtud y el honor, las creencias, etc. para ver cuál es el “ideario” del ladriprogresismo local.
Suramérica y tercer mundo
Hoy, en la crisis global del primer mundo y en un proceso de reversión de aquellas equivocaciones, sufrimos la primavera de los emergentes, que ya comienzan a desacelerarse, pues son modelo de burbuja aún peor a la americana, y que no logra aglutinar en un pensamiento realista, un modelo realmente sustentable de desarrollo, no solo económico, sino político, social y moral. Quizá esto ocurra por la falta de libertad y garantías. Solo basta ver lo que es el pinochetismo nada comunista de China y la dictadura de Chávez Frías en Venezuela. Quizá por necesidad de auto engañarse, quizá en lo local, por haber caído el peronismo en la Argentina en manos de una banda de prestamistas. O quizá por no alcanzar ello, dentro del marco de la crisis global, como en el caso de Brasil, y dicho proceso (auto mentido) no puede lograr constituirse como proyecto, sino como simple coyuntura de una nueva mutación o regurgitación que las grandes potencias hacen de sus propias realidades.
En concreto, en la Argentina y en el tercer mundo, hay una necesidad de auto engañarnos de las realidades que vivimos. Creemos haber inventado la pólvora de un “nuevo socialismo del tercer mundo”. Algunos lo hablan sin ruborizarse, con lo cual muestran su pobre catadura moral, mientras en la realidad, el modelo sub-colonialista —o sea, ser colonia a la vez de una colonia, como Brasil o China— muestra su peor brutalidad, la economía extractivista (extraer oro, extraer soya, extraer petróleo, extraer pesca, agregue el lector o tache lo que a su país tercermundista se le aplique, o no) o contra los grupos que denuncian el envenenamiento de napas y aguas con el glifosato, gran envenenador de los campos y de los pueblos rurales asesinados a soya, o las fumigaciones de otros cultivos, igual de dañinos, o la forestación que, subrepticiamente reemplaza bosques nativos con bosques de pino o eucaliptos transgénicos, la denominada “muerte verde”, todo con la complicidad de los gobiernos locales que se reservaron este asesinato en la constitución infame de 1994, se aseguraron poder destruir la fauna, la flora, la pesca, los recursos acuíferos, plan siniestro del menemismo que hoy, en su versión “neo marxista” (para la gilada) encuentra la soja alta en precio y cantidad, por ahora.
Y toda esa engolada prosa de “nueva era” del tercer mundo ocurre mientras
Así, mientras demuelen a los ecologistas a garrotazos y gases lacrimógenos, por solo denuncian la destrucción del territorio argentino por parte de la minería —sentándose en una ruta donde pasan tres autos por semana— la Presidenta habla de “debatir entre todos la cuestión” y
Estas declaraciones hacen acordar cuando, en el 77 o en el 78, se les permitía a los periodistas amigos de la dictadura armar una rueda de prensa, tan o menos preparada que las únicas cuatro que autorizó el kirchnerismo en ocho años de poder, y en donde a alguno de estos se le escapaba una pregunta sobre los desaparecidos. Videla contestaba, muy suelto de cuerpo, que los desaparecidos no estaban, eran una entelequia, un ente que no se ve, no está.
En
Las personas reprimidas —reprimidas por gobernantes que siempre se ufanaron de jamás reprimir manifestaciones, a la vez que cuentan con más muertos que todos los anteriores gobiernos desde 1983— “no están, no las vemos, no hablamos, son una entelequia”.
Así, mientras se ve como cientos de personas hacen colas en muchos lados, como una suerte de espectros espantados por una apretada económica en ciernes, un gran camión se estaciona en
Da pena la Argentina, y dan pena los argentinos, que, como en lamento boliviano, no tienen ni siquiera la dignidad de renunciar a dos pesos por día (si es que se los dan) y a aceptar que los estén monitoreando, como supo confirmar el inefable Secretario de Trasporte Schiavi, con su triste frase: “Tedremos un control total de lo que pasa con el trasporte gracias a la tecnología de
No hay más bambalinas. Éste es el escenario.
José Terenzio