La imposibilidad de realizar una autocrítica como forma de construir poder. El juego de las lágrimas y el peligro de jugar con fuego. Crónica de dirigentes, amos del destino de la Argentina, que la manejan como si fuese una estancia.
El talibán se ríe. “¿Cómo te animás a escribir pidiendo una entrevista con las cosas que publicás?”. El talibán, joven según su documento de identidad, pero conservador en sus formas, muestra el desprecio de la ignorancia. Repite el discurso que tan bien se aprendió: despreciarás al que no se someta ante tu voluntad, que es la voluntad del Poder Supremo.
Se mueve como dueño del castillo, pero apenas es un cortesano más de los reidores y lustrabotas que la rodean. Solo pocos tienen el don de llegar a “ella”, pero muchos otros pueden conversar, sacarse una foto o compartir un trago con alguno de sus súbditos más cercanos. El relato no se cuestiona, se ejecuta. Las acciones no se preguntan, se obedecen. Defenestran los uniformes pero, internamente, se visten de la misma y prolija manera, con el saco y la corbata de la obediencia debida.
La pregunta es debilidad, y el sistema se retroalimenta hasta niveles dignos de Chaplin, en su parodia de “El Gran Dictador”.
Lorenzo y Once
En “El aceite de la vida” o “Un milagro para Lorenzo”, Susan Sarandon —ganadora de un premio Oscar por esta actuación— y Nick Nolte, interpretan a los padres del pequeño Odone, quien tiene una enfermedad que le provoca un daño cerebral progresivo y que, según la medicina, terminará matándolo.
En el film de mediados de los ochenta, una obra que merece ser visitada mil veces y releída en sus distintas acepciones, los padres del niño de seis años mantienen un duro combate contra el racionalismo extremo de los médicos, la burocracia pública y el desinterés privado que no encuentra utilidad monetaria en invertir en el desarrollo de una posible cura a ese misterioso mal, y también en las fundaciones que lucran con la desesperación. En un momento del film, la madre de Lorenzo les pregunta a otros padres que están al frente de una asociación civil sin fines de lucro que contiene a los familiares de las víctimas de esta terrible enfermedad: “Unos se preocupan por nuestros problemas matrimoniales, otros por la economía del hogar y otros por el desarrollo de la ciencia, ¿y nuestros hijos?”
Las similitudes con la tragedia de Once, asustan y no solo obedecen a la miseria humana, sino al engaño del poderoso, el “chiquitaje” y la mezquindad con que se llega a colocar a una muerte por encima del resto de las muertes.
El bonete
¿Yo señor? No señor. Digno de un monólogo de Tato Bores, la Presidenta y el Jefe de Gobierno Porteño jugaron al gran bonete con los pasajeros en el medio.
Como el tren que trae a Benzino Napoloni, dictador de Bacteria a la Tomania, de Adenoid Hynkel, adelantando y retrocediendo por la inoperancia y la falta de sincronización del visitante y de Chaplin, los dos gobernantes argentinos tiraron la pelota del subte para otro lado, como si fuese una papa caliente que ellos nunca quisieron tomar. No es la primera vez que lo hacen y “ella” ha hecho de la crítica del otro una práctica tan habitual como decir “buen día” al levantarse.
Los maestros son culpables por su vagancia de que los chicos no aprendan, los sindicalistas protestan y le ponen palos en la rueda al país, la oposición se deja llevar por ese monopolio que no le importa un cuerno la Argentina y el monopolio confunde a la gente con sus engaños y mentiras. El círculo de culpabilidades se cierra con el pueblo al que dicen amar, eso sí, solo si hace y dice lo que debe hacer y decir, o sea, lo que ellos señalen como lo correcto. El bendito relato.
Juegan con fuego. El recuerdo del 2001 aún está presente. Cuando un pueblo descubre la estafa de que no todos los castillos eran reales y el bolsillo está vacío, no habrá relato que tape la furia.
Desgraciadamente, gran parte de los gobernantes toman al país como un botín y están convencidos de que la única salida es la permanencia sin fin en el poder. Pero el poder puede ser una piedra preciosa que embellece la visión o, también, transformarse en la arcilla que se resbala de la palma de una mano en tan solo un instante.
Luis Gasulla
Twitter: @luisgasulla