Esta afección, tan llamativa y recurrente en nuestros gobernantes, define más o menos la errática política Argentina. Un día hay quien piensa que privatizar en lo mejor y vende todo a precio de liquidación (Menem lo hizo: Entel, Aerolíneas, Correo, YPF, ferrocarriles, etc), al poco tiempo vienen otros (en el mejor de los casos, porque siempre son los mismos) y estatiza todo o parte. Hoy Cristina Kirchner deshizo lo que ayudó a hacer en el `92 y si gana Mauricio Macri en el 2015, volverá a privatizar lo que hoy estos nacionalizaron y así seguiremos indefinidamente sufriendo esta actitud bipolar de nuestros gobernantes.
La improvisación, la falta de un plan y de políticas de Estado, son el común denominador de nuestra clase dirigente bipolar. La sociedad todavía no digirió que la clase política argentina no goza de vocación. Es una clase política laxa, personalista, interesada, pasatista, con mirada corta y ceguera, oportunista, egoísta, corrupta y elucubradora de conspiraciones para alentar fantasmas que justifiquen la aplicación de medidas extraordinarias. Son continuos buscadores de culpas ajenas y no tienen la mínima autocrítica. En forma monocorde y sistemática, buscan en la prensa el enemigo, porque es la prensa crítica, la que descubre su corrupción y expone las malas gestiones. Pero ningún gobierno democrático probó en combatir la corrupción sistémica, para hacer desaparecer el objetivo de las críticas, porque es más fácil atacar al mensajero.
De esto no se salvan ni peronistas ni radicales, ni la derecha ni la izquierda. Todos están cruzados por la misma falta de vocación y absoluto desinterés por la cosa pública. Los cargos enriquecen a quienes lo ejercen y la corporación judicial abdica sus valores éticos ante el supremo de turno. Fuera de excepciones rarísimas, los presidentes se retiran de la función pública llenos de oro. Sombríos funcionarios de tercer y cuarto orden, que llegaron por un sueldo, dejan el gobierno enriquecidos o multimillonarios; pero pareciera que nadie, o muy pocos, lo ven.
La bipolaridad política de los gobernantes argentinos afecta directamente los intereses de la nación. Lo que se hace un día, se deshace interminablemente tiempo después. No hay seguridad jurídica ni empresarial; no existe previsibilidad ni estabilidad y precisamente por este motivo, los inversores no toman en serio a la Argentina. Solo se cierran contratos desventajosos como el de Repsol, que luego, los mismos que lo firmaron, nos terminan contando que ya no va más, pero jamás reconocerán su equivocación o se labran acuerdos con las mineras, multinacionales que vacían la riqueza del subsuelo a precio vil y que seguramente en un tiempo más (cuando mengue el negocio de los grupos políticos locales) “descubrirán” que son ladronas, contaminantes y corporativas.
No es un problema económico, político y ni siquiera cultural; es moral.
Rubén Lasagno
OPI Santa Cruz