La presidenta Cristina Fernández en su discurso de ayer tocó el botón de “reset” en su memoria y arrancó a hablar de Santa Cruz sin la menor autocrítica y poniendo, como hace habitualmente, las culpas en otros, aún cuando no pueda mirar la historia, sin que la tapen las contradicciones.
Si de algo sirvieron los dichos de la presidenta, con respecto a Santa Cruz, fue para confirmar lo que tantas veces y por tanto tiempo hemos venido señalando y que sistemáticamente fue negado (o silenciado) desde el poder.
Sin nombrar al gobernador Peralta dijo que en los últimos años los fondos de Santa Cruz se “evaporaron” y señaló que al finalizar la gestión de su marido había 650 millones de dólares, la gente cobraba todos los meses y había obra pública: “Los posteriores gobiernos, no voy a decir nombres, todos saben quiénes fueron gobernadores, pero los fondos se evaporaron con aumentos”, dijo Cristina.
El problema no es lo que la presidenta dijo, sino lo que no dijo. Por ejemplo, la presidenta no dice que inicialmente no fueron 650 millones de dólares sino más de 1.000, lo que ingresaron en fondos y bonos a Santa Cruz. No dijo que jamás el kirchnerismo transparentó la ruta del dinero, ni a nombre de quién estaban esos fondos, cuánta fue la renta que dejó, dónde se invirtieron los intereses y en qué se invirtió la diferencia entre los 650 que declara y lo que realmente se recibió.
Tampoco dijo la presidenta que nunca, ningún gobierno provincial y por orden expresa de Néstor Kirchner, abrió las cuentas a la opinión pública y ni siquiera han sido remitidos a la Cámara de Diputados, lo informes, liquidaciones y resúmenes de cuentas sobre los hipotéticos fondos de los que Cristina habla pero nadie, excepto ellos, claro, vio.
Cuando la presidenta argumenta que “se cobraba todos los meses”, le asigna al salario una condición de excepcionalidad, cuando cobrar todos los meses es un derecho y pagar los sueldos es una obligación del gobierno. La diferencia que establece la mandataria entre “ellos” y los sucesivos gobernadores, es de una caradurez rayana en lo ridículo, cuando sabemos que todos y cada uno de los gobernadores que sucedieron a Néstor Kirchner, fueron elegidos, digitados, apoyados, ordenados y conducidos por su marido, además de ser manejados y depuestos por el propio ex presidente y ella misma, cuando las circunstancias así lo requirieron.
Si bien no vamos a ser ahora defensores de un Carlos Sancho o un Sergio Acevedo, vamos a marcar siempre el desacuerdo que tenemos en cuanto al espíritu destituyente que tiene el kirchnerismo, un verdadero ánimo golpista que practicó a destajo en Santa Cruz y de cuyas intenciones hay dudas sobre la administración del actual gobernador.
Ninguno de los gobernadores fueron claros administradores de la cosa pública y a nuestro criterio nunca representaron, sino, los intereses del propio Néstor Kirchner; sin embargo, la institucionalidad fue arrastrada en el piso por el propio matrimonio que no dudó en poner y sacar una y otra vez a su antojo, a quienes no consideraban aptos para resguardar “el modelo”, del cual hoy vemos su consecuencia.
La presidenta se espanta porque (aparentemente) el dinero se esfumó en sueldos y aumento de sueldos en todos estos años. En primer lugar a nadie le consta que el dinero estuvo o está en algún lado; en segundo término si se “esfumó” en salarios, ha sido mucho más que ese dinero el que se ha ido, porque la provincia paga mensualmente alrededor de 60 mil recibos de haberes (entre activos y pasivos) y finalmente, la presidenta debe entender que éste es el resultado del “modelo” que implementó el kirchnerismo usando a Santa Cruz como tubo de ensayo y exportó a la nación.
La “matriz productiva” del modelo K en Santa Cruz giró, especialmente, alrededor del empleo público. En esta provincia no hay industrias y no han sido “los gobernadores que todos sabemos los nombres” los únicos responsables de la estatización del trabajo; el principal responsable fue su marido y ella, antes y después, que no articularon políticas de sustitución ni realizaron inversiones con proyectos productivos que produjera un achique paulatino de la administración pública. Por el contrario, la administración central y las municipalidades están superpobladas desde las épocas de Kirchner, en donde el empleo en el Estado fue el mayor recurso que tuvo Santa Cruz. Era obvio que en algún momento, esto iba a tocar fondo.
La obra pública, de la que se ufana la presidenta, es una máscara que encubre corrupción, sobreprecios, empleo en negro, subsidios y cartelización de las empresas que pertenecen a las mismas manos que tributan a la caja política. Hoy, cuando las vacas adelgazaron, no solo a nivel provincial, sino a nivel nacional, la obra pública en Santa Cruz deja los despojos del auge del enriquecimiento ilícito de un puñado de empresarios espontáneos que se transformaron en compradores compulsivos, lavadores de dinero malhabido y profanadores de la confianza pública, burlándose —mediante la complicidad judicial— del tipo que la rema todos los días para llegar a fin de mes y ve correr, a su lado, ríos de plata sucia que se enjuaga desde la política, en nombre de la democracia.
“Uno tiene que perder tiempo viendo dónde lo están jorobando, yo quiero cambiar eso, quiero proponerles a los empresarios que cambiemos ese tiempo valioso que perdemos para ver cómo logramos más empleo, más sustitución de importaciones, porque el mundo cambió y cambió para siempre” dijo Cristina y olvidó que hace más de 20 años están en el poder en Santa Cruz y 9 en la Nación. ¿No es un poco tarde para reaccionar en este sentido y “empezar a darse cuenta”?
También la Presidenta atacó a los gremios por el pedido de aumento de sueldos y habría que preguntarle, a quien jamás enfrenta los micrófonos de la prensa ¿Por qué un trabajador no debe pedir que aumenten su salario, cuando mes a mes ve que su poder adquisitivo se derrumba y no puede comer bien ni educar a sus hijos?. El problema de la Presidenta es que en sus discursos evita la memoria y la realidad; parece nacida de una crisálida que desfloró en Balcarce 50. Santa Cruz parece haber sido un sueño reencarnatorio. Por eso su mensaje (al menos para los santaruceños) no es creíble y tiene más tufillo político que a sinceramiento personal.
Rubén Lasagno
OPI Santa Cruz