En la madrugada del martes 6 de agosto de 2002, el empresario Jorge Fernández Prieto volvía a su departamento sito en San Martín 919, Avellaneda. Jamás lo logró, pues no bien maniobró su BMW azul para ingresar al garaje, advirtió que lo estaban esperando. Con estupor, observó que un comando compuesto una moto y un Volkswagen Gol rojo, lo acechaba. Intentó efectuar un movimiento de huida, pero no le dieron tiempo. Rápidamente, lo cocieron a balazos a corta distancia para completar la labor homicida. Posteriormente, se contabilizaron más de trece tiros y uno de los cuales, efectuado a quemarropa, le entró por la axila e ingresó en el corazón.

Demasiados disparos para un mero intento de robo o de secuestro extorsivo.

“Fernández Prieto —44 años, casado, tres hijos— era una de las personas más ricas y conocidas de Avellaneda. Era propietario de una compañía constructora y vicepresidente de la Unión Industrial de la Provincia de Buenos Aires (UIPBA)”, según la edición de Clarín del miércoles 7 de agosto de 2002. El malogrado empresario también fue uno de los pioneros de la Unión Industrial de Avellaneda.

La compañía constructora mencionada es Edintar, sita en Puerto Madero. Allí, compartía cartel con su hermano Alberto, un poderoso constructor beneficiado por la década menemista. Su hermano Jorge era muy amigo de Julio Grondona, el ferretero de Sarandí mandamás sempiterno de la AFA. Curiosamente, en el mismo edificio donde está enclavada la misma, Eduardo Duhalde tiene una suerte de oficina.

A pesar de las especulaciones, siempre dentro del consabido guión mediático, la muerte de Fernández Prieto obedece a una trama mucho más oscura. Según su hermano Alberto, quien impidió cualquier investigación del caso, le tiraron el muerto luego de negarse a participar en un negocio redondo. Este fue propuesto, a principios de ese año, por Jorge Corcho Rodríguez, quien le ofrece integrar una sociedad para construir unos condominios en Miami. Cuando Jorge se entera, saca un seguro de vida en Miami, y ordena blindar el auto y ponerle vidrios polarizados. No le comenta nada a su círculo íntimo, pero muestra su preocupación al inferir que sería conveniente irse de Avellaneda.

En la tarde antes de su asesinato aún impune, mantuvo una reunión de la UIA, en la que asistió Julio Grondona. Este fue el último que lo vio con vida. Porque, luego de la misma, se dirige a su domicilio particular donde es emboscado.

Luego del suceso, Alberto ordena no investigar nada, cayendo en la cuenta que la muerte de su hermano era un mensaje para él. No perdiendo ni un minuto, en los días siguientes mandó a su familia a vivir a Miami, pues entendió a la perfección la naturaleza del sangriento mensaje.

La fiscalía interviniente de los Tribunales de Lomas de Zamora se pregunta una y mil veces, a qué se debe la indiferencia familiar ante este crimen; ya que Cecilia —su mujer— recién declaró a mediados del año 2003. Ella siempre declaró ser adscripta a la hipótesis que la inseguridad en Avellaneda, fue la que acabó con su marido. Allí la mitad de la gente lo amaba, y la otra lo odiaba a causa que hizo “demasiada guita jodiendo a muchos”, según declaró a Tribuna de Periodistas la ayudante del fiscal. Esta oficina sostiene que el móvil del crimen no debió a un intento de robo, siendo una boleta por encargo la pista más firme.

También se deslizó que compartía en un momento una oficina con Emir Yoma, haciendo punta en Quilmes con un estudio jurídico donde trabajaban el segundo de Grondona Meizner y el contador y abogado Aníbal Fernández. Demasiados nombres pesados para un simple intento de robo al voleo. Tal como sugirió la Bonaerense, sospechada de proveer una zona liberada, y deslizó como es habitual la corporación mediática nacional cuando se esfumó el humo de los disparos.

Según la investigación llevada adelante por este medio, los pormenores de este crimen por encargo se debe que la mencionada empresa de los Fernández Prieto no sólo se dedicaba a construir suntuosos departamentos en Avellaneda o en Puerto Madero; sino que a través del negocio inmobiliario lavaban dinero a granel. Sobre todo en la década menemista, donde Alberto era considerado un verdadero "as". Pero como sucede en estos casos, tanta aproximación al sol suele acarrear la incineración de las alas y sobreviene la caída a tierra. Existen indicios que Jorge Fernández Prieto desaprobaba el rumbo que estaba tomando su empresa, insertada en un complejo entramado de poder donde no se surge indemne. Levantar ladrillos blancos puede ser muy excitante, como las burbujas del champagne, pero a la larga producen letales efectos colaterales.

Un par de días antes del final de Prieto, en el "servicial" site SEPRIN se deslizó una advertencia acerca de un muy posible crimen de un empresario. Luego de la muerte de éste, en el foro de dicho sitio alguien constató sobre una extraña reunión del ex intendente de Avellaneda Cacho Álvarez con algunos operativos inorgánicos de inteligencia. ¿Los mismos que ocupaban el Gol, reconocidos por Fernández Prieto antes de que lo ultimaran? Demasiados interrogantes para un caso que aún permanece en la más nebulosa impunidad.

Hechos como el narrado, no fueron los únicos en su especie puesto que constituyeron una macabra seguidilla.

La mencionada impunidad, una niebla constante que obtura las cuestiones legales, es el caldo de cultivo necesario para que bandas estatales y paraestatales diriman sus diferencias tirándose con cadáveres.