El poder y la fama son el supositorio del siglo XXI. No sé si lo leí en un
baño de Boulder, o es un invento mío. Para la literatura no tiene
importancia y la historia, menos. La muerte sigue plagiando a la vida. Los
restos de un cenicero me hablan del futuro. Y no es nuevo lo que se registrará
mañana. Repasar lo que viene es una tarea inútil, decepcionante,
absolutamente descriptiva. Lo que pasa bajo la puerta, es el hilillo dorado
del miedo. Son las viejas manguillas negras de los contadores públicos que
desautorizan la vida real junto a la miseria de solapa angosta y gris que
ejercita una risa publicitaria, en el sillón reclinable de la burla y
de la supuesta fama. ¿Todo pasa, cambia o nada queda porque todo es? La
ciudad se entrega a la nieve como un ciego al sol del mediodía y brilla detrás
del sueño su alba espuma. Las calles perecieran roseadas de vaselina y a
ambos costados se acumula una nieve cada día más sucia. Se hace costra y
marca el camino sobre el negro asfalto, que lo es todo para el automóvil y el
conductor anónimo que cumple con su ruta diaria. En la calefaccionada cabina
del Mack, una canción en su hilo recuerda que Un sueño verdadero jamás
se deshace o lo borra la nieve/ Y puedes hacer
mil veces el mismo camino/ pero ella volverá a remarcarlo en invierno/
No olvides el sueño escrito en tu ruta sobre el horizonte/ Más visible es
en el corazón/ que en las huellas de las negras ruedas/ que viajan junto a un
bosque de pinos blancos/ una mañana donde
el sol rompe debajo de la montaña/ Volverá el día como tu amada,
azul bajo la nieve/ Sólo deja que tú y ella/ compartan la huella del
sueño y el camino. /La canción
irá hablando por todos los silencios/ Un sueño verdadero nunca se
acaba./Deja correr el hilo/ construye tu
destino/ La nieve no lo borrará./Aunque
el sol la derrita en tus manos. /Quedará la tibieza de tu amor /las horas del
futuro /sus noches blancas y azules/ tu destino.
El Gran Sueño Americano, revolotea en la matriz de su
pesadilla violeta, la edad de oro de su pasado, se descompone en
millones de fragmentadas pesadillas habidas de acción, aterciopeladas,
que sonríen en una gran vitrina de Manhattan, mientras cae la nieve distraída,
persistente y absoluta, con la belleza de su oficio. Los íconos de la Gran
Dame de N Y, sobre una bandeja de plata,
suben en los invisibles
pasos de camareros asustados frente al cristal de sus torres adivinadas en el
sueño, peldaños de agua por el Hudson arriba, mucho aceite de motor negro,
las cabezas de unas rosas gastadas por los días,
y atraviesan manglares con
lagartos bilingües que conocen las leyes migratorias al revés y derecho,
casas rodantes rosadas blancas, que dejan correr
canciones de Bob Dylan en el desierto y el amor rabioso que se siente
al pasar frente a sus ventanas.
Flores desnudas, nevadas, yertas sobre un colchón suavemente viajado. Todo
huele al aroma de los cuerpos. Las
ilusiones ya van montadas en el espinazo dormido de la frontera, y sobre el
lomo silencioso, arrugado, de un elefante blanco, ojeroso,
abandonado por un circo infantil de Las Vegas, ella va en la grupa con
su antorcha iluminada, en el pálido candor de su ansiada libertad, mezcla
irlandesa, italiana, latina, con su porte francés, aire de muñeca
inglesa, en el frío resplandor del atardecer, camino al cementerio con
el deber cumplido. ¿Se puede seguir cumpliendo más allá de la muerte? El
boleto comprado en la vieja estación, pareciera ser útil para todos los
andenes. Al fondo, se escucha música de circo, los payasos lloran, ríen, los
enanos cantan canciones medievales, una fría ilusión reservada a los magos
recorre el último tren solitario. La fiesta de la derrota es un buen comienzo
y tan meritoria como
si fuera un triunfo.
§
Año suicida, sólo
la muerte bajo tierra
Año suicida, el 2004, su recuento es un cuento de nunca acabar. Gira parapléjico en una silla de ruedas. Un discurso rayado se pega al viejo long play de su historia circular. Año verdugo. Año sangrantemente bisiesto. Año de locos molinos sin Quijote (Año crudo. Año desierto. Año perdido. Año del medioevo. Año palestino. Año judío. Año horrible. Año muerto. Hora de balances, pero dejemos a los grandes editorialistas y medios- que llevan el registro del reloj de esta historia-, en la tradición de ese ejercicio, en la suma feroz de la sumatoria del horror, porque es muy poco lo que podría motivar al sueño y la esperanza desde la otra orilla de la realidad. La casa, oficina, la calle, las empresas, los parques, sitios públicos, las fronteras, los países, el mundo, están bajo sospecha. ¿Ya nadie será inocente aunque demuestre lo contrario? Son los nuevos cimientos que se construyen globalmente: un mundo bajo arresto domiciliario en arreo de combate y en estampida de sí mismo, como si el escenario se le dinamitara bajos sus pies. En la confianza está el peligro, es la frase acuñada por el 2004, heredada del Conserje de Las Torres Gemelas. Ya se sabe que se entra a un pantano como se baja un barranco o se cae del cielo sin escaleras o paracaídas que jamás abrirán. Ningún edificio es tan alto como su propio desplome. El polvo asemeja lo que ya no se tendrá. El fue, pasó, pasó, como si nada importara más que la muerte heroica, la vida para que supuestamente otros vivan. El horror y el terror, no tienen límites y el 2004 sólo sede su ultima hoja del calendario en el relevo del tiempo. To be continued, la serie tiene todos los escenarios posibles, extras que vuelan por los aires, porque todo es real en este mundo ficcional. Más blindaje para los extras, suena una voz detrás de un megáfono, pero sabemos que será inútil: son protagonistas de la propia muerte, primera actriz que escoge los repartos casi al azar, sin más mérito que estar en el lugar equivocado, donde un suicida asciende al cielo escoltado por sus víctimas. La calavera del mortal, irascible, díscolo, agresivo bípedo carnívoro, debiera ser The Person of de Year, en las portadas famosas de las revistas mundiales. En la fosa común todos somos iguales, el glamour entre esqueletos es un tema secundario, los huesos apuestan a la eternidad. Allí nadie tiene más dientes, sólo un poco más de carne para las primeras semanas de los gusanos. Es el festín de uno mismo y no se puede llegar tarde. Es de una exquisita informalidad. El último banquete bajo tierra, en la clandestinidad del ser, sin traje de gala, porque la noche será larga como vieja sombra imperial. Hasta que la muerte nos una, hueso por hueso y vuelva al origen en el polvo, el discreto oleaje de la nada, donde nadie nos separará. Y el mortal no se llevará ni sus palos de Golf, y encontrará para su felicidad, exitosamente, sin esfuerzo, su último hueco.
§
La estupidez ya
es una tradición universal
Antes de dejar en estas fechas a mi Editor, detrás de un
magnífico silencio, -él es quien hará el balance oficial de los hechos del
2004-, plagados de realidades que se repiten a lo largo del calendario del
terror, especie de anuario elaborado por un paranoico/esquizofrénico/iluminado
por el sol de una divinidad ciega. Dioses que juegan el mundo a los dados con
otros dioses e ignoran que el Dios verdadero no cree en sus religiones y que sólo
les permite un poco de azar entre millones de desaciertos. Pequeños dioses
que tropiezan con la misma piedra que sus divinos padres no
supieron esquivar. Nueva York, que es tan creativa, posmoderna,
vanguardia de las vanguardias, debiera crear el Museo de la Piedra en el
Camino. Se aceptaría un representante por cada ciudad y pueblo, con su
piedra, y la historia detrás de ella. El hombre o la mujer, se sentarían a
relatar, cómo tropezó con ella por primera vez, cuál fue su reacción, si
comprendió el mensaje del camino
y cuántas veces a lo largo de la vida tropezó con ella. El premio y
reconocimiento a La Piedra de Oro, se le otorgará a quien
elabore el más completo árbol genealógico familiar del tropiezo
sobre una misma piedra. Será recibido con honores en la Casa Blanca y el Salón
Oval, tendrá una pequeña salita aledaña,
a partir de la fecha, donde se exhibirá el cuadro del árbol genealógico, la
inmortal piedra, la grabación de la historia con todos los detalles de
ubicación donde fue tropezada por primera vez, cuántas veces
más (las estadísticas son vitales), porque además lleva un premio
implícito, una réplica de la piedra bajo el lema: La estupidez es una
tradición universal y a toda prueba. (El Number One inaugurará la
muestra y tendrá bajo su pie, una inmensa roca roja de Colorado). Véala
bien, para que vuelva a tropezar sobre la misma, no vaya a ser que se
equivoque, son tantas las piedras en el camino. Piedra que rueda puede
detenerse, pero piedra estacionada, no rodará, a no ser que usted la mueva al
tropezar. La piedra, aunque Heráclito no lo crea, seguirá siendo la misma, y
podrá tropezar un mismo pie, cuántas veces usted lo desee y considere
necesario. La piedra no cambiará. Tropezar es casi un arte, y es una
estupidez convencional: repetir el acto, aparentemente adquirido de
nacimiento. En pedir no hay engaño, dice el sabio refrán. La piedra nos baja
del pedestal. Nos humaniza con su voz silenciosa. ¿Pisas lo que amas o el
error? La piedra es el mismo lugar en el camino. No se oculta, el pie la
busca, el error la complace. Ni siquiera es una tentación, o el vicio verdugo
de todo humano, sino la más corriente mirada del paisaje sobre la superficie
de la tierra. Un rostro reconocido, sin pretensiones, exento de todo
maquillaje y ambición alguna. La piedra nos enseña a esperar. La piedra
impresiona por simple, humilde, inocente. La piedra de toque. ¿Quién lanzó
la primera piedra? La piedra en el camino, como si ella tuviera culpa de estar
ahí. Es hora de rescatar la inocencia, silencio, su humildad a toda prueba y
desamparo, de la falta de escrúpulos humanos de pisarla, tropezar en ella y
culparla, de lanzarla al vacío, como si su lugar no fuera la tierra llana, la
soledad de los caminos y la altura indefinida del silencio. ¿Para qué seguir
escondiendo una piedra en la mano? ¿O creer que una piedra en el zapato es
culpa de la piedra?
§
La palabra no es
guardián, sino supositorio del poder fáctico
Nunca había visto tan sombrío el rostro del Editor. No por el trabajo que se
le avecinaba. Ya había salido de una mesa de ideas. ¿Qué pasó en el 2004,
fue una de las preguntas centrales? Yo comencé diciendo, cómo saberlo, detrás
de tantas mentiras, y contesté en el fondo con una interrogante. Es lo que
sigue sucediendo: un mar de incertidumbre recorre el mundo,
cuyo oleaje son las preguntas sin respuestas y las mentiras
despiadadas. ¿Qué hacer con este arsenal que detona cada día en nuestras
narices, nos convierte en más inseguros, vulnerables e incapacita para tomar
decisiones correctas, oportunas y tan audaces como los tiempos reclaman?. No
debemos sumarnos al aplauso, ponernos un chaleco contra balas y seguir
blindando nuestro futuro como ratas en un inmenso trigal. La guerra pantanosa
de Irak y la victoria del Number One en las urnas, marcaron la jornada
necrofílica de ideas. Alguien se acordó por ahí de Afganistán, de los
senderos de Osama, más polvo en el camino que realidad. Una palabra que
adquiere el peso de todas las distancias, un lugar singular, pero equivocado.
La palabra Medio Oriente se acumuló una y otra vez sobre la mesa, como una
larga muralla, que millones de
personas lamentan su construcción. Detrás de una pared sólo crece el miedo.
Nadie intentó sacar conclusiones, afortunadamente, pero la publicitada frase
de “un mundo más seguro”, adquiría la dimensión de un abismo, porque el
terror está en esa pobreza de espíritu que recorre un mundo lleno de dioses
subalternos, con sus recetas manchadas
de golosinas verbales, verborrea biliosa, arengas febriles en el desierto,
palabra paja vacía, verbo biliar, verborrear, verbo satán. La palabra ya no
es guardián, sino el supositorio escrito en los inodoros de Boulder con la
gracia de la lucidez del anónimo, la ventaja del compromiso con la verdad, la
certeza inequívoca del refrán popular. Lo que arranca de un firme deseo de
cambio, es un hecho cumplido, aunque a veces sólo sea una simple atmósfera
que recorre los inodoros. Puede que toda la fragancia de una parte del mundo
esté aún allí, ratificada en el mensaje y su
intimidad fosforescente, movilizadora. La mesa Editorial fijó un poco
en el cristal difuso de la tarde, ideas más
gruesas, troncales, que intentan registrar el grueso calendario del año
cumplido 2004 y proyectarse en ese escenario aún nonato, del 2005, aunque
viene más que contaminado, corrompido por un fin de calendario que le señala
al mundo el tamaño de lo que el iceberg esconde verdaderamente bajo sus
profundas aguas. Todo “más” pareciera ser para enfrentar el “mal”, un
signo aparentemente positivo del “bien”, que refleja
finalmente el tamaño real del fracaso y sus asociados.
§
Más blindaje en
los números, 666
Más blindaje, más tropas, más millones de dólares, más dinero de
impuestos para la guerra, más apoyo de los socios, más presos torturados, más
muertos, más ataúdes, más ciudades destruidas, más promesas sobre más
mentiras, un paso más al
infierno, bajo el lema de un mundo más seguro. Más, para ir al más allá,
ofrecen algunos como agencias turísticas, y el signo menos, responde con la
gracia de los hechos cumplidos en un
signo contrario, pero real. Irak es un pantano y el Islam, no es un cocodrilo
de papel. ¿Cómo hacer un alto e impedir que la hoguera arrase hasta la parte
más tibia del infierno? ¿Año bisiesto o el del 666? Son más las dudas
que certezas, las que crecen como hongos en una Mesa de Redacción que
no se siente espejo de nada, porque es vital para un Editor, que busca la
verdad, no tocar su propia trompeta y guiar los ratones con una melodía, no sólo
poco original, sino que falsa y que carezca de la carga de sentimientos que
requiere la música encantada. Ratones hay muchos, sobran como alcantarillas,
pero el Flautista es único, como los cantos de las sirenas de Ulises.
El
mundo sintió en el 2004, El Grito de Edvar Munich, un expresionista
que retrató el horror que encontró su espejo en este siglo, y cuya emblemática
obra fue robada este año en el museo Munch de Oslo, Noruega. Hablar
de la Tercera y Cuarta Guerra Mundial, dos en una, con tantos conflictos
abiertos, encubiertos, larvarios, de cuerpo entero, es un tema expuesto al
mundo desde que se inició el conflicto con Afganistán, - es casi un lugar
común- aunque ya el planeta contaba con la gran sucursal de la guerra
infinita en el Medio Oriente, el secular enfrentamiento palestino-israelí. Se
innova en las tácticas, estrategias,
armamentos y se reafirman conceptos
de los Estados parias, practica
la guerra preventiva, acuñan eslóganes perversos: un mundo mejor, y el 2004
es una síntesis de este cocktail que tiene como resultado un coágulo
sanguinolento esparcido por el mundo, más que el de
una bebida para calmar los ánimos,
sentarse a reflexionar y buscar una
salida. Es la hora del cocktail mortal, explosivo, entre el Bien y el Mal.
Conceptos inefables, para un mundo, que tomarlo con pinzas, ya es una hazaña.
La entelequia global se apoya en su magnífica y pesada sombra atacada por una
osteoporosis fulminante. El Bien se viste de Mal y viceversa. El mundo
tambaleante y a pedazos, sabe que sufre alzheimer y que un mal de parkinson
aun es incurable. El travestismo ejerce un poder seductor sobre los líderes.
El cuerpo monstruoso del planeta global, es más parecido al de Frankestein
que el de la mujer de goma del circo. La aparente inocencia de una cancha de
Golf, es lo que empuja al ocio inútil, al disfraz de la felicidad, su monotonía
terrible, el hueco más pusilánime de la vida. Es una mascarada el juego
desde un principio. La búsqueda del vacío. El vuelo tenaz de la estupidez no
caza su presa, sino la esquiva, ignora, archiva, la inmoviliza en el olvido,
cree que es mejor disecarla en el pensamiento.
§
Pinochet, un
modelo para desarmar y no volver a armar
2004 fue el año de la tortura de “la nación más civilizada de la
tierra”. El año de la reelección de George W. Bush. El año de la apuesta
por seguir la guerra contra Irak, Al Qaeda, Afganistán, el terrorismo. El año
Michael Moore: Fahrenheit 9/11. El año de la improvisación de la post
guerra, de una guerra ya improvisada. El año en que Estados Unidos se endeudó
más económicamente que en toda su historia, y sus fuerzas
tradicionales-religiosas, se impusieron en unos comicios, que dicen no estar
aclarados aún en el estado de Ohio. El año en que se ha denunciado un fraude
electrónico de vastas proporciones y convocado a manifestaciones públicas en
Ohio y Washington, el 3 y 6 de enero del 2005, respectivamente. La democracia,
la libertad en sí y de expresión, retrocedieron en el país que ha
desarrollado el sistema más abierto, antiguo y sólido aparentemente del
planeta. Esos valores están siendo discutidos hoy en el mundo y en muchos círculos
de la Nación americana. El mundo se quedó sin ONU, devastado en algunos países
africanos, con Haití flotando en
el resto de sus últimas so(m)bras, arrimado al hilo de la muerte, una isla
que sólo no se aísla de la muerte. Año
del sistemático
“descuadernamiento” socio-criminal de
Colombia. Los huracanes azotaron Estados Unidos como pocas veces en su
historia. España fue víctima un 11 de marzo, del terrorismo en la Estación
de Atocha, pero nada es comparable con el desangramiento de Irak,
aniquilamiento de su cultura milenaria, destrucción de ciudades y templos,
-la muerte perra, sin bozal,
adherida a la carne y el espíritu, - sigue asomando su cabeza desde una
ventana en la noche árabe. El año Pinochet, en su sexto año de “hacerse
el loco” para no enfrentar la justicia humana, por genocidio y también
fraude fiscal, recibo de coimas y operaciones fraudulentas. El general Augusto
Pinochet es un símbolo tenebroso de esta época de
transición mundial: instituyó
la tortura del Estado, despareció a miles de opositores, exilió a cientos de
miles, ejerció el poder absoluto
en total impunidad y se ha burlado de la justicia durante décadas. Ha batido
todos los récords para un dictador “a típico”, desde que fue declarado Inmortal
por el diario El Mercurio de Chile a la recién brindada extremaunción
que le otorgara un sacerdote católico, para que siguiera viviendo otros cien
años más y pueda pagar su rosario de cuentas pendientes. Cuando regresó de
Londres, luego de su detención de 503 días, bajó en silla de ruedas y de
inmediato al tocar suelo chileno, se levantó como Lázaro, caminó y agitaba
su bastón, en medio de sus seguidores, demostrando su estado físico y
que no tenía nada de loco. Su caso es el más patético en al historia
universa, como un pueblo en estado de derecho debe callar ante un criminal
reconocido, que viola una y otra vez la justicia. Es un símbolo de Satanás
en al tierra, han dicho algunas de sus
miles de víctimas, y no se alejan un centímetro del representante de Lucifer
en al fragmentada geografía chilena. Pinochet es un modelo para desarmar y no
volver armar.
§
La muerte
bosteza en las calles de Faluya
Tigris y Eufrates, ríos de una misma sangre. Oriente y
una parte de Occidente, nunca estuvieron más interesados en la muerte
y en Dios al mismo tiempo, no sólo como intermediarios del cielo, sino que le
han reemplazado en la tierra. Venden cruces como si fueran el Diablo con sus
respectivos ataúdes, fosas privadas o comunes. El menú de aquel día
infausto para las tropas norteamericanas en Mosul, podría haber dicho: Muerte
súbita por los aires y a la carta. Y no se estaría hablando de una
fantasía, sino realidad: no hay lugar seguro en Irak para las tropas
invasoras. Irak no sólo huele a Viet nam, sino se parece, menos silencioso,
pero lo que en el país asiático era selva y arrozal, en
Bagdad, Mosul, Faluya y otras ciudades, son sus calles y el desierto,
la tradición del Islam. En Faluya, hasta la muerte bosteza en sus calles
ruinosas y hace rechinar sus dientes y huesos de una ciudad mutilada,
sin cabeza, arrojada a sus escombros, sacrificada a su olvido, y cuyo destino
fue su aniquilamiento en su propio altar. La muerte recorrió todos los closet
y cuartos de Faluya y sacó a bailar a la misma muerte que improvisaba su
traje como un cadáver recién planchado, en una su mortal voltereta de
espanto y terror. El fin de año es para hacer balances y arrancarle la última
hoja al calendario, y aunque
diciembre no es otoño, cae. Pero este año es un rombo y
no cuadra, le siguen saliendo pelos de las orejas, como cuando cuelgan
los helechos en las ventanas tropicales. El poeta me hablaba de esos paisajes
en los balcones frente al mar. Un verde intenso, brillante, de ramas
encrespadas, tupidas, en los colgantes maceteros de totora y alambre. Un
universo natural, frágil, iluminado. Este ventanal ahora sólo deja ver la
nieve. La oscuridad de los
recuerdos del verano. Es la historia blanca del invierno, que un día me relató,
la que llega ahora.
§
Charlie
y las mágicas llaves de la Nieve (Un cuento de invierno/Is a winter´s
tale)
“Había una vez un sueño de nieve, que sólo los ojos de un niño podían
ver. Ese niño se llamaba Charlie y tenía los poderes que la Nieve entrega
una vez cada 100 años. Había ganado su confianza, porque siempre sonreía
ante la adversidad, el mal tiempo o humor agrio de las personas. En invierno,
la Nieve era su ángel protector. Venía
de lejos, de lo alto, y no tenía tiempo en el tiempo. Sólo se presentaba en
la fecha acompañada del frío.- No temas Charlie, que tú sonrisa me entibia
los huesos, solía decirle en el sueño. Cuando voy rodando en las montañas
en mis locas avalanchas, sólo sonríeme y podrás detenerme, le comentaba.
Era una especie de instructivo que
le pasaba por las noches, cuando afuera caía blanca, blanca, para que todos
la vieran en medio de la oscuridad y al día siguiente la encontraran a los
pies de sus casas, caminos, techos, en los lugares más insólitos. La gente
no sabía que su objetivo era que la amaran y compartieran su belleza. La
Nieve era hija de un sueño largo, que duró todo un Invierno, hasta que un día
despertó y empezaron a caer de
los ojos de su abuela esas lágrimas como copitos, porque se estaba muriendo.
Así fundó a la Nieve, en una
montaña muy alta, que siempre está blanca, como si esa fuera la casa de la
Nieve, donde descansa hasta que llega el nuevo Invierno. Ahí, se sienta
frente al porche, con su cara blanca, y se balancea, esperando su tiempo. El
otoño va dejando caer sus últimas hojas como si ya fueran recuerdos de otro
tiempo. Tiene una gran ventana donde va mirando pasar las estaciones. El
verano, es rojo, la primavera verde, el otoño amarillo y el invierno, gris.
La sonrisa de Charlie le trae el Invierno cada año, porque no podría seguir
viviendo sin él. Cuando siente la brisa de un beso en la punta de la nariz,
sabe que llegó y que todo está a punto de empezar. Listo. Se frota las
manos, respira hondo, y dice: va a nevar. Sus ojos comienzan a ponerse
blancos, sus largos dedos a enfriarse lentamente.
La risa de Charlie se siente en la montaña y estremece su cuerpo. Comienza
suavecita en su casa y el viento la
va susurrando de puerta en puerta, como silbando sobre la última madera
tibia, y así se aleja por el camino, avanza por un largo sendero de pinos,
las primeras rocas vibran cuando
la risa las toca, y
asciende, risa a risa, hasta llegar a la cima de la montaña, donde
todo es silencio. Los árboles mueven
lentamente sus cuerpos y la gente en la ciudad sabe que algo va a suceder. Es
la última gran risa, previo al Invierno. (El niño que reparte los periódicos
siente un viento distinto que roza su rostro e ignora que los titulares que
dejará mañana en las puertas de
la casa, anunciarán la primera caída de nieve en la ciudad.
Después de la gran carcajada serán
sólo sonrisas, algo que le gustaba mucho a la mamá de Charlie, una profesora
que adoraba a los niños y les enseñaba a amar la vida. Cuando tomaba la tiza
en sus manos los últimos días de otoño, los niños veían
la nieve dibujarse en sus cuadernos, y sabían la hora y el día en que
llegaría a la ciudad en ese Invierno, como una fiesta silenciosa. A la
Profesora, le gustaba retratarse en pantalones, con su bufanda escocesa, un
sombrero de alas negras, y detrás, la nieve, mientras sonreía. Charlie había
heredado ese gesto y don, y por eso fue escogido. El Invierno casi no dejaba
sonreír a las personas en la pequeña ciudad entre montañas y frío, donde
vivía Charlie, que debía cruzar cada día calles y caminos llenos de nieve,
en medio de la montaña que siempre rodeaba a sus ojos, para llegar al College.
Tocaba piano y la Nieve se sentaba en todas partes a escucharlo, y a veces,
cuando la música le llegaba al alma, la ponía algo melancólica, como si
estuviera enamorada, dejaba caer sus copos blancos inconfundibles sobre todas
las ventanas, sólo para que la vieran caer con su largo e interminable traje
blanco de novia eterna. Charlie cerraba los ojos y
veía los copos de varios colores. Era parte del secreto de haber
recibido las llaves de la Nieve. Las llaves tenían el poder de la magia
de conocer el estado del corazón de la Nieve y solían cambiar de
colores como los días: blancas, azules, grises, rojas, amarillas. Las llaves
de la Nieve, abrían todas las
puertas de las estaciones, no podían
caerse al suelo, porque se produciría una peligrosa avalancha y se borraría
la ciudad. De ninguna manera quedar olvidadas en alguna parte, porque traería
fuertes dolores de cabeza a la Nieve y comenzaría a temblar en la montaña.
Las llaves sólo debían estar en sus manos. Siempre se las llevaba a su
College y las guardaba en una bolsita roja de terciopelo, donde se entibiaban,
porque la magia nunca es fría, ni siquiera en invierno. Cuando se ponían
rojas, las llaves anunciaban cosas fantásticas, y el día parecía quedar a
cargo de duendes, que lanzaban polvos de colores
de felicidad sin fin, que se mezclaban entre ellos,
por toda la ciudad y eran los días en que Charlie
sonreía más y tocaba
piano, como si los dedos no le pertenecieran. Sobre su cuello, colgaba la
bolsita roja, que se convertía en
una rosa pequeña, porque nunca tocaba sin sus llaves en invierno”.
P.
D. Epilogar del año 2004
Silvia Banfield