Todo comenzó a partir del año 1947, cuando un piloto civil norteamericano avistó en el aire desde su avioneta particular, nueve objetos brillantes de forma discoidal (Según Antonio Ribera en su libro titulado: El gran enigma de los platillos volantes, Barcelona, Editorial Plaza y Janés, 1975, p. 64 y ss.).
Otros sucesos acaecidos posteriormente, encendieron la imaginación de muchos, que comenzaron a especular sobre la posibilidad de la existencia de naves extra terrestres volando en nuestra atmósfera.
Estos episodios, naturalmente han estado ligados a las especulaciones sobre observaciones imperfectas efectuadas con mucha antelación, como las que se realizaron sobre el planeta Marte, donde se creyeron ver obras de ingeniería realizadas por ciertas civilizaciones para obtener riegos mediante los famosos “canales marcianos” que detectó un tal Schiaparelli.
Eran tiempos en que la idea de civilizaciones extraterrestres existía en ciertas novelas de ciencia ficción y en las mentes de algunos astrónomos proclives a no sentirse solos en el vasto Cosmos. Bastó luego la conexión; es decir relacionar los avistamientos de objetos voladores no identificados de esa índole, con naves extraterrestres (incluso barriletes tomados por “platos voladores”), para obtener el resultado de una creencia nueva: la de que nuestro planeta Tierra estaba siendo visitado por civilizaciones de otros mundos.
El fenómeno OVNI, también se puede considerar como resultado de una casualidad. Alguien habló cierta vez de ciertos platillos volantes, y la mente humana en su faz fantasiosa, pensó de inmediato en naves extraterrestres, y esta neocreencia fue tomando cuerpo a medida que trascurrieron los años, hasta afirmarse sólidamente después.
Sea lo que fuere, lo que se vio y se ve surcando el espacio exterior, la idea de “nave” se hallaba siempre presente en todo avistamiento de objeto extraño: aves, aviones, planetas, globos sonda, aerolitos, luego chatarra espacial: (restos de cohetes de lanzamientos de cápsulas espaciales que otrora no llamaban la atención o no se les daba importancia), adquirieron a partir de ciertas noticias, el significado de naves extraterrestres.
Igual que la “luces malas” del campo, producidas por sustancias orgánicas en descomposición, son asimiladas por el hombre de campo rioplatense a la creencia en la persecución por parte de los fuegos fatuos, así también el avistamiento de objetos desconocidos en el espacio exterior, son convertidos en visiones de naves de otros mundos.
Es cierto que hubo un remanente de observaciones de objetos no identificados que no ha podido ser explicado; pero esos casos han sido los menos. El mayor porcentaje corresponde a fenómenos u objetos perfectamente conocidos por los astrónomos, cuando es posible detectar sus apariciones con medios adecuados como prismáticos, telescopios o son avistados por personas con conocimientos, como físicos y astrónomos, pues, por ejemplo, estos últimos no pueden confundir con un OVNI la puesta sobre el horizonte de un planeta, cuyo brillo parece desplazarse o evolucionar por efecto de la refracción atmosférica.
Ese remanente, ese pequeño porcentaje de “hechos inexplicables para la ciencia” (según se ha creído), dada la fugacidad de su producción, que toma desprevenidos a los observadores, se constituye en el último reducto y en el argumento de los neocreyentes de que “algo hay”, de que algo se ve y no se puede explicar.
Por su parte, para el no creyente, simplemente hay algo: una luz, un globo gaseoso luminoso que se desplaza, un objeto que puede alterar el instrumental magnético que se puede mover a gran velocidad cambiando bruscamente de dirección, esfumarse de improviso, etc., y nada más.
Tenemos que, si en un preciso instante de una aparición sospechosa, se poseyera un instrumento adecuado para investigar este tipo de fenómenos, ¿qué se comprobaría? Quizás algún fenómeno eléctrico, lumínico, o un tipo particular de meteorito que nos es desconocido, como lo eran las auroras boreales, los mismos bólidos que surcaban el espacio de noche o los cometas tan temidos por los augures y sus discípulos creyentes.
¿Por qué iban a ser precisamente naves, artefactos construidos por seres inteligentes de otros mundos?
Si se acepta esta última explicación, es porque la mente que se adhiere a ella o que la da, padece de otro problema: el de la angustia existencial, y busca inconscientemente en el Cosmos, lo que no puede hallar en su querida Tierra; esto es: seguridad. Quizás niegue su problema y se ría de mis palabras, pero la psicología acude en mi ayuda explicando que existen motivaciones que suelen permanecer ocultas en el mundo del subconsciente; pero que afloran, se tornan evidentes mediante señales que no escapan de una perspicaz percepción del observador idóneo; como por ejemplo, la necesidad de creer en algo nuevo frente a la vaguedad que significa el no poder aceptar las creencias inculcadas cuando niño, frente a realidades científicas que las cuestionan radicalmente.
Acerca de esos casos que quedan como remanente, sin explicación satisfactoria, es necesario concluir en que es menester investigar, tratar de comprobar fehacientemente de qué se trata, para por fin ofrecer un dictamen acertado sobre la cuestión; mientras tanto, estamos en presencia de una neocreencia.
Aquellos que poseyeron y aún poseen noticias de los OVNI, se dividen en dos bandos a saber: los que creen y los que no creen.
El resto de lo narrado, a través de tres décadas concerniente a ciertos avistamientos de “auténticas” naves que navegan en el espacio, aterrizan o amarizan; el contacto de terráqueos con “humanoides”; el secuestro de personas, todo esto pertenece a la más pura fantasía creadora de patrañas, pero que no obstante constituye material creíble para las mentalidades simples.
Luego, la creencia se reparte entre estudiosos y mentes simples. Los primeros, cuando no resisten ya la crítica a sus argumentos, se refugian en los pocos hechos inexplicables, mientras que los segundos se adhieren a los relatos fantasiosos para fantasear a su vez, logrando de esa manera una evasión de la realidad. De esta manera, la existencia se hace más llevadera para las mentes que necesitan imperiosamente de una seguridad en el mundo y se deleitan aquellas otras mentes que requieren de emociones para darse motivos existenciales, y éstos, aunque piensen que esos supuestos seres estarían planificando la destrucción del planeta o el sojuzgamiento del género humano, poseen en sus manos elementos emotivos que necesitan, cual niños que sueñan con la guerra como un juego.
No obstante, estos últimos admiten esa posibilidad como un hecho muy remoto y son los menos; la mayoría de los sustentadores de esta neocreencia se inclina por creer en seres superiores en inteligencia que nos quieren bien y que tratan de ayudarnos, dado el gran atraso en el cual aún estamos sumidos a pesar de los temibles armamentos de que disponemos a nivel mundial.
Esto significa que, en general, prevalece una necesidad de seguridad, de estar en manos de seres superiores que velaron, velan y velarán por nuestras existencias sobre este nuestro muchas veces nefasto planeta, librados por lo demás a nosotros mismos.
El vacío aún existente en materia de creencias, fue entonces llenado por los inventores de OVNIS, transformados estos en naves de seres superinteligentes, supercivilizados que nos vigilan desde el espacio.
Ladislao Vadas