La dimensión que adquirieron los cacerolazos en la Capital y en distintas ciudades del interior del país reflejó con nitidez la división social que provoca el proceso liderado por el kirchnerismo, que se agudizó en los últimos meses con fuertes medidas oficiales de carácter político y económico.
La manifestación resultó masiva por distintos motivos: primero, porque tuvo una organización superior a las anteriores; en segundo lugar, por el fastidio que provoca en un sector de la población la reiterada aparición de la Presidenta en cadena nacional; tercero: frente al Gobierno hay sectores poderosos.
Además, fue generada a casi diez años del inicio de este proceso político y justo en momentos en que algunos sectores del kirchnerismo alientan una reforma constitucional para permitir que la Presidenta busque un tercer mandato en 2015. Con ese caldo de cultivo, la convocatoria traspasó ampliamente las expectativas de quienes la iniciaron a través de las redes sociales —como Twitter y Facebook— tres semanas atrás. Y pese a que resultó una concentración inorgánica, recibió el aporte de fuerzas políticas opositoras que se subieron a la manifestación.
En el caso de la ciudad de Buenos Aires, en esta oportunidad la protesta salió de los límites de los barrios más acomodados del norte porteño, algo que también empieza a reflejar el descontento de la clase media. Una apreciación similar puede hacerse para las grandes urbes del interior del país. El Gobierno siguió muy atentamente la evolución de la protesta, a tal punto que la presidenta Cristina Kirchner advirtió desde San Juan: "Nerviosa no me voy a poner ni me van a poner". Mientras tanto, algunos grupos oficialistas se preparaban para la eventualidad de marchar a la Plaza de Mayo.
Pero allí en la noche de este jueves la parada fue copada por los "caceroleros", que se hicieron escuchar como desde hace tiempo no lo hacían y fueron acompañados por automovilistas, taxistas y colectiveros que tocaron sus bocinas y dieron cuenta de la diversa procedencia social de los manifestantes. Esa heterogeneidad de intereses —más allá de la coincidencia en el cuestionamiento al Gobierno— hace difícil para cualquier dirigente de la oposición encarnar los reclamos expresados de forma inorgánica en las calles, aunque ciertamente genera un estado de ánimo que va desde lo particular hacia lo colectivo.
Mariano Spezzapria
NA