Las imágenes impactan. Desde la llamada "crisis del campo", el proceso político que nació el 25 de mayo del 2003, sintió el escarmiento de miles de ciudadanos en las calles. Sin partidos políticos presentes ni apoyo mediático, las "odiadas" redes sociales y algunos portales independientes fueron los que reprodujeron el deseo latente de hacerse oír.
Miles de argentinos sintieron que la noche del 13 de septiembre podía ser histórica. Hubo todo tipo de consignas, pero el común denominador fue la advertencia al poder de turno que un importante sector de la población no está dispuesta a perder sus libertades individuales. A pesar del miedo generalizado, los controles de la AFIP, las advertencias de la Presidenta de la Nación y el caos de tránsito ocasionado por la Policía Federal, la mitad de la Plaza de Mayo estalló de familias enteras y ciudadanos de a pie al igual que cientos de plazas y esquinas en todo el país.
Máscaras y servicios
Muchos manifestantes utilizaron las máscaras como forma de proteger su identidad y demostrar la ironía y el humor que tanto irradia al gobierno nacional. Desde un gorila gigante, pasando por el protagonista de V de Vendetta. Hubo de todo. La política más denostada fue la Presidenta, pero Amado Boudou, diputados del Gobierno y muchos opositores que, por complicidad o cobardía, han demostrado no estar a la altura de las circunstancias, recibieron duros insultos y consignas. El himno no dejó de cantarse. Mujeres de todas las edades levantaron al cielo la Constitución Nacional.
No solo había cacerolas, sino que el panorama se asemejaba más a una manifestación popular que a un reclamo “por las restricciones al dólar”, como indicó rápidamente el zócalo de C5N.
El periodista Guillermo Lobo y otros colegas fueron recibidos como héroes y la bandera "devuelvan el país" escaló hasta la punta de la Pirámide de Mayo. La plaza era, al menos por una noche, de ese bastardeado y humillado 46% que parecía, de repente, mucho más.
Desde el edificio de la AFIP, hombres de traje y celular en mano monitoreaban los movimientos de los ciudadanos más exaltados. La policía se intercomunicaba nerviosa y estaba alerta, con garrotes en mano, para atacar cualquier intento de desestabilizar las vallas lindantes a una cuadra de la Casa Rosada. Un helicóptero sobrevolaba la Plaza, una y otra vez.
El 80% de medios hablaba y mostraba a una Presidenta que visitaba San Juan para la alegría de la joven Micaela Lisola y los jóvenes camporistas. En la Plaza de Mayo y en las calles otros jóvenes, también con ideales y con deseos de cambiar la realidad, gritaban por la democracia. Vaya contradicción: los fanáticos seguidores del Gobierno hablaban de la convocatoria de Cecilia Pando y de los golpistas gorilas, pero en la Plaza del Pueblo se pedía por libertad y democracia.
¿Y ahora?
En el acalorado diciembre del 2001, las calles estaban ocupadas hasta altas horas de la noche. La gente no se quería ir ni desocupar el espacio público, pues sabía que podía voltear a un ministro y cambiar el destino del país. Esta noche, los manifestantes se retiraron pacíficamente con un vacío interior. ¿Y ahora qué? Mientras tanto, las calles quedaban sucias y vacías, solo ocupadas por enormes carros de cartoneros y chicos pidiendo monedas. A pocas cuadras, en Puerto Madero, tres autos no dejaban de hacer sonar sus bocinas. Les pregunté si se estaban manifestando todavía, pero los jóvenes protagonizaban una alocada despedida de solteros.
Un país que continuó creciendo a dos velocidades, a pesar de la supuesta bonanza económica y redistribución de la riqueza de 10 años de modelo nacional y popular. Dos países. Ambos indiferentes a los indignados. ¿Podrán ellos seducir a amplios espectros de la sociedad que, unos por desesperanza y otros por la verborragia de la eterna riqueza, miran para otro lado?
Como si fuera el final de Truman Show, muchos manifestantes terminaron el día mirándose las caras y se preguntaron, ¿cómo sigue esta historia?
Luis Gasulla
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