¿Quién es este personaje que encandiló a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y en pocos años saltó de una gestión controvertida en la Anses al Ministerio de Economía, y desde allí a la vicepresidencia de la Nación? ¿Cómo es posible que un hombre proveniente del liberalismo neoconservador haya pasado a ser uno de los íconos del kirchnerismo, modelo que se pronuncia con virulencia en contra del neoliberalismo, desplazando a dirigentes con mayor trayectoria en el peronismo y más afines al proyecto K?
De manera imprevista, su éxito se derrumbó: el escándalo de Ciccone Calcográfica abrió una caja de Pandora que no solo lo sacudió en la cresta de la ola, sino que también amenaza con terminar con su meteórica carrera política. Sin embargo, Boudou resiste, y a pesar del exceso de desprolijidades en su administración por las que está sospechado, alguien le tiende la mano y no lo deja caer. ¿Por qué? ¿Son sus talentos personales los que lo protegen o los secretos que arrastrarían a la presidenta en una caída? ¿Amado Boudou es un símbolo de este tiempo? ¿Representa la nueva política desideologizada, en extremo pragmática?
Así reza la contratapa del novísimo libro "Amado. La verdadera historia de Boudou" escrito por el colega Federico Mayol. Allí se responde a estos interrogantes con contundencia y muestra en su intimidad a un personaje complejo y atractivo: un ex DJ marplatense con una efímera militancia liberal, que llegó a la ciudad de Buenos Aires con los bolsillos gastados y un polémico paso por la actividad privada, en poco tiempo se convirtió en uno de los dirigentes más emblemáticos de una época.
A continuación, un breve fragmento publicado por revista Noticias*:
Las escasas veces que recordó aquella aventura, Boudou les juró a sus íntimos que no sabía nada. Y no tenía por qué saberlo en aquel momento porque, en realidad, los pocos amigos y jóvenes marplatenses que bailaron en esa “lúgubre” y “sombría” discoteca tampoco recordaban que justo en ese lugar estaban sepultadas las huellas de los años más oscuros de la historia argentina.
“¿Cómo iba a saber ‘Aimé’ que en ese lugar donde montó un boliche allá a finales de los ochenta había funcionado en la dictadura un centro de detención clandestino?”, se pregunta un entrañable amigo de Boudou que asistió a la inauguración de la discoteca, a fines de 1989.
Enviciado con la música, Boudou reacondicionó una vieja casona aristocrática de estilo colonial, que no había logrado funcionar en ningún rubro, y montó una discoteca e dos pisos a la que llamó Pop Art, que años más tarde sería rebautizada como Villa Joyosa. Estaba ubicada al costado de la ruta 11, en los suburbios de Mar del Plata, en la zona de Parque Camet, donde el aire del mar se sufre mucho más que en el centro marplatense.
La pista de baile, en el salón principal, tenía en el medio una pileta adornada con palmeras, en la que alguna vez algún joven cayó por exceso de alcohol. Entre los pasillos se filtraba un olor nauseabundo, proveniente de la planta de desagües cloacales, ubicada a metros del lugar.
Boudou era una suerte de dueño, relacionista público y DJ: recibía a los invitados y pasaba música. Era la cara visible del boliche que llegó a sobrevivir nada más que cuatro meses. No solo porque estaba alejado de la tradicional zona de boliches, en la avenida Constitución, sino porque sus intrincados interiores y “algo” que sobrevolaba el ambiente –“algo” que llegaron a descubrir con el correr de los años– no invitaba a los jóvenes a darse una vuelta por el lugar.
Amores de verano. Por esos años, había iniciado un romance juvenil con Cecilia Venturino, una de las cuatro hijas de “Chiquito” Venturino, el amo del negocio de la basura en Mar del Plata. A todas les juraba fidelidad, aunque en los hechos no era una de sus mayores virtudes. Sus romances fugaces de verano eran el deleite entre sus amistades, que alternaban la adolescencia entre el rugby y las noches en la discoteca María López.
Un par de años después, y durante un largo tiempo, la aventura amorosa más recordada con sorna por sus amigos fue la relación que durante un verano “Aimé” compartió con Bárbara Bengolea, nieta de la empresaria Amalia Lacroze de Fortabat e hija de Inés Lafuente. Se conocieron de casualidad un enero a mediados de los ochenta. Bengolea era una joven algo excedida de peso, pero Boudou no le daba importancia. Todo lo contrario: se reía entre sus amigos. Lo que a “Aimé” le atraía en realidad era que Bengolea manejaba un Volkswagen Gol amarillo de reciente aparición en el mercado automotriz y que se movían por Mar del Plata acompañados por la custodia de la joven. “Lo atraía el poder de ella”, rememora un amigo. En su grupo, Amado se jactaba de su relación y alardeaba con el automóvil. El romance duró solo un verano: la familia de Bengolea le aconsejó alejarse de ese joven porque no era buena influencia.
Boudou alardeó tanto con ese amor de verano como con el que entabló con Reina Reech durante las noches de fiesta en el boliche Sobremonte. Ella recién empezaba su carrera artística con algunas actuaciones destacadas en los teatros marplatenses, a comienzos de los ochenta, y no tenía la vidriera mediática que conseguiría cuando se consolidó su carrera.
Redacción de Tribuna de Periodistas
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*Fotos que ilustran la nota: Juan Pablo De Santis y Darío Gallo