“Cuántos compradores. Maldita economía en recuperación”, masculla Homero Simpson al ser pisoteado por ávidos consumidores caído al pie de una escalera mecánica, en un shopping atiborrado de negocios.
Precisamente, el presidente boliviano Carlos Mesa acaba de ser también vapuleado por la realidad y acabó arrojando a los pies del sinsentido su renuncia indeclinable. Mientras que en estas playas, por segundo fin de semana consecutivo, el partido gobernante sufre una dura lección en las urnas. En Catamarca, el Frente Cívico sólo logró el 36,6% mientras que la abstención rondó por un escalofriante 44,4%. Es decir, casi la mitad de los catamarqueños le hicieron pito catalán al acto eleccionario, repudiando con su ausencia un sistema representativo cada vez más rengo.
Es que luego de las democracias blindadas latinoamericanas de hace 30 años, mutiladas por dictaduras militares, durante la década del 80 las mismas fueron sucedidas por administraciones débiles condicionadas por el problema militar, la impagable deuda externa y una cada vez más abrupta división de clases. Pero en los 90 este problema se hizo endémico, y las administraciones surgidas al calor de la caída del Muro de Berlín.
Absolutamente desideologizadas, pasteurizadas a más no poder, reemplazaron la ética heroica de la militancia setentista por la estética de los negocios y a finales de esa década, la explosión social hizo su aparición con toda su contundencia.
Dieciséis años de malaria
Según un análisis del Centro de Estudios Nueva Mayoría, publicado hoy por Urgente 24, “a más de veinte años del restablecimiento de la democracia en los países de Sudamérica –proceso que se extiende por todo el continente, y que se inscribe en lo que Huntington denominó la “Tercera Ola democrática” global-, si bien la democracia como sistema de gobierno se ha mantenido sólida en la política y en la opinión pública –que, pese a su insatisfacción con los bajos niveles de desarrollo de sus países, no deja de apoyarla-, los casos de mandatos interrumpidos ya suman nueve en los últimos catorce años.
Así, y tomando sólo los casos de presidentes democráticamente electos –excluyendo a los gobernantes de transición, vicepresidentes en ejercicio y fallecimientos-, surge que de los 10 estados independientes de Sudamérica, 7 atravesaron crisis políticas que desembocaron en la interrupción de mandatos”.
Estos son Raúl Alfonsín, quien se tuvo que mandar a mudar a finales de mayo de 1989, Collor de Melo de Brasil, raleado del poder por corrupto en septiembre de 1992, el venezolano Carlos Andrés Pérez por el mismo motivo al año siguiente, el ecuatoriano Abdalá Bucaram durante febrero de 1997, el paraguayo Raúl Cubas Grau en marzo de 1999, el peruano Fujimori en octubre de 2000, y el argentino De la Rúa que se subió al helicóptero el 20 de diciembre de 2001.
Estos mandatos que no llegaron a buen término, no son el reflejo del fracaso del sistema democrático sino constituyen un índice de una problemática más compleja. Sacando a Alfonsín, que fue víctima de un golpe de Estado económico, y a su correligionario De la Rúa, quien hizo la gran Richard Nixon motivado un poco por su propia incompetencia y a la gran ayudita de los amigos, el resto se tuvo que rajar antes de tiempo por acusaciones de flagrante corrupción.
Es que superada aquella etapa heroica mencionada más arriba, y la transición ochentista, parece que los mandatarios de los 90 se dejaron encandilar por las luces multicolores, que luego resultaron ser fuegos de artificio, del éxito económico logrado a velocidad supersónica. Y como grandemente el mismo no coincidía con el del resto de sus representados, cundía el descontento y la renuncia antes de tiempo era el remedio contra el escarnio público.
Pero el presidente de una Nación no es un hongo que brota en el campo por ósmosis, sino muchas veces es el emergente de un sistema político con postulados caducos o vacíos de contenido. Pues muchas veces los partidos que lo llevaron a la primera magistratura del Estado, sólo son cascarones vacíos de contenido que vendieron sus primigenios ideales por algo más sustancioso que un plato de lentejas. De más está decir que casi la totalidad de las democracias latinoamericanas están en crisis, embretadas por políticas económicas recesivas y jaqueadas por interminables conflictos sociales.
Y este problema está muy lejos de ver su solución, puesto que para encontrarla es necesaria una profunda autocrítica que lleve adelante luego una profunda reestructuración de los partidos políticos, para que se achique la brecha entre la sociedad civil y sus mandantes. De lo contrario, el engorroso panorama de mandatarios huyendo antes de tiempo, será parte del paisaje del subdesarrollo mental.
Fernando Paolella