Anoche me fui a dormir contento, luego de ver cómo el 7D no se transformaba en una nueva victoria judicial del kirchnerismo.
Tuve un sueño extraño, ya que me encontraba dialogando con un psicólogo que me explicaba por qué esta gente que nos gobierna hace lo que hace.
"Elemental, mi amigo. Cristina ha renunciado al 'Súper Yo' (la parte de nuestra psiquis que representa los pensamientos morales y éticos recibidos de la cultura que aprendimos). Para la presidente hoy en día todo es el 'Ello' (su parte más primitiva, desorganizada e innata de la personalidad, cuyo único propósito es reducir la tensión creada por pulsiones como el hambre, lo sexual, la agresión y los impulsos irracionales) y el 'Yo' (que tiene como fin cumplir de manera realista y apropiada con el mundo exterior los deseos y demandas del Ello)", me aseguraba.
"Cristina cosifica a las personas y sólo las ve como peldaños sobre los cuáles apoyarse en pos de llegar a sus objetivos. Carlos Menem, en los noventa, Eduardo Duhalde, al principio de la década pasada o ministros como Gustavo Béliz, Rafael Bielsa o Roberto Lavagna no fueron más que meros objetos que le sirvieron en algún momento de su carrera. Lo mismo ocurrió con los ministros de la nueva Corte Suprema de Justicia, tras la debacle de la mayoría automática creada por el riojano", me agregaba, dando cátedra.
Alcance a preguntar si ella no sentía alguna empatía por los demás, si no los veía, al fin y al cabo, como sujetos. Refunfuñando, mi interlocutor me regañaba.
"¿No le digo que no está dispuesta a reconocer al 'Súper Yo'? La Justicia y los otros poderes que la pueden limitar, como el Legislativo o el llamado Cuarto Poder, son los frenos que ella jamás va a tolerar", disparó.
Allí, traté de meter algún bocado de política, ya que conozco poco sobre las teorías de diván.
"Las sociedades occidentales abandonaron el 'ojo por ojo' hace mucho y sentaron bases en un contrato social desde la época de Tomas Hobbes, John Locke o Jacques Rousseau. No se puede volver tres o cuatro siglos atrás", me esforcé.
"Ese tercero en discordia que usted nombra es, en la práctica, el "Súper Yo". Es el que le niega sus caprichos y le reprime sus deseos de 'ir por todo', desdeñando los sueños de los demás. No insista, ella no va a escuchar a esa suerte de policía institucional".
Traté de derivar la charla hacia la cuestión comunicacional y la frustrada ley de medios, para sentirme en terreno un tanto más cómodo.
"Los K sólo quieren escuchar a Víctor Hugo y mirar 6,7,8, Duro de Domar o TVR. No soportan la diversidad", argumenté. Una vez más, fui corregido.
"Lo que en realidad no soportan de los cacerolazos, de los reclamos por la inseguridad, de la suba de la inflación o de la corrupción generalizada es que le muestran algo que ellos tienen borrado de sus conciencias. Ese ruido es perturbador. El poder ha hecho desaparecer sus remordimientos y esta chusma periodística se los revive una y otra vez", graficó.
Para el final, mi interlocutor onírico recurrió a la filosofía para tratar de meterme en la cabeza la raíz de un problema que era técnicamente muy complicado.
"Cristina dice ser hegeliana pero no recurre a la tesis, antítesis y síntesis que pregonaba el filósofo alemán. Monta apenas un 'par dialéctico', estático, donde no se sacan conclusiones. Sólo están los buenos (nosotros) y los malos (los otros). No surge una tercera categoría como consecuencia de la lucha entre ambos extremos. Es un dilema sin solución. Se gana, se pierde, pero no hay una opción superadora. Cristina es una enferma que no quiere cambiar. Se queda en su obsesión. No genera nunca un salto cualitativo. Se cae y no aprende. Vuelve a golpearse y le echa la culpa al enemigo. No aprovecha sus errores. No se replantea las cosas", me ametralló. Antes de despertarme, alcancé a formularle la última pregunta.
"¿Qué se puede esperar de ella, entonces, en el futuro cercano?".
Me contestó con apenas tres palabras algo que le parecía muy obvio.
"Absolutamente nada nuevo".
Evidentemente, tengo que cambiar la medicación nocturna.
Marcelo López Masia