-“Hay temas que son de permanente actualidad, como la seguridad y la educación”.
-“La inseguridad me causa un profundo dolor”.
-“Hay que solucionar el problema de la justicia”.
-“No sirven de nada ni 700 leyes si esto no ocurre”.
-“Tenemos la necesidad de reconstruir la institucionalidad en la Argentina.”
-“La justicia retarda decisiones y se escuda en un falso garantismo que termina redundando en que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra. Quiero que los verdaderos delincuentes vayan a la cárcel”
-“(Los legisladores) se arrodillan y le tienen temor a los medios económicos concentrados", "dictan leyes sin sentido"
Estas consideraciones, con las que cualquiera de nosotros rápidamente coincidiría, no fueron formuladas por ningún dirigente opositor.
Datan de septiembre de 2010 y son palabras de Néstor Kirchner
Hacía 7 años que gobernaba el país y vertía un discurso de corte netamente crítico hacia……sí mismo. Los aplaudidores aplaudieron.
Cristina Fernández, hoy, más de 2 años después, se conduce de manera similar para con el resto de los actores que deambulan por el escenario de la función pública.
Agrede constantemente a la Justicia, sin reparar en que esa justicia es la que le convalidó en trámite express su inusitado crecimiento patrimonial. Agrede al movimiento obrero, olvidando que, hasta hace escasamente año y monedas, esos mismos dirigentes sindicales jugaban para ella bloqueando diarios y siendo su virtual fuerza de choque en las calles.
Agrede al partido justicialista, el mismo que los llevó al poder, acusándolos de ser los responsables históricos de los saqueos de 1989, 2001 y 2012.
Cristina Kirchner es, desde Balcarce 50, antes una agitadora de barricada que una presidente de la democracia.
Recoge el reclamo de de seguridad pero se lo endilga a los jueces.
Recoge el guante de los saqueos pero se lo adjudica al PJ.
Y ahí radica otra de las características más palpables de la revolución marxista del montokirchnerismo.
Son, de profesión, opositores.
No saben hacer otra cosa que señalar enemigos y echar culpas. Entendible cuando se está en el llano. Imperdonable cuando se está en el poder.
Porque cuando les toca gobernar, aún por casualidad y habiendo entrado por una de las ventanas de la democracia, no saben cómo hacerlo. Saben mandar a la tropa que obedece, en esa peculiar militarización que tanto les atrae desde antaño, pero la democracia y la república, aún a 10 años de gobierno, les siguen resultando ajenas. Sirven, como siempre, tan solo para romper.
La Soberbia Votada
“La soberbia armada” es una de las mejores descripciones que de las guerrillas de los setenta alguna vez se realizó.
Montoneros y FAR, principalmente, se arrogaban el derecho de ser la representación del pueblo, en esa tradicional construcción del marxismo que sostiene que “el pueblo somos nosotros”. Y, desde esa presunción de semidioses, la máxima peronista que tergiversa palabras de Jesús, emerge de manera inevitable, casi como una consecuencia lógica. “El que no está con nosotros, está en contra nuestra”.
Ya no queda lugar ni siquiera para los tibios que, por ignorancia o por extraños valores, son capaces de dejar a un lado las montañas de mentira y corrupción para tamizar lo bueno de lo malo. Ya no les sirven ni esos, porque, aunque sea en un mínimo porcentaje, dudan y critican.
“Vamos por todo” no es solamente quedarnos con la patria, sino también colonizar las mentes penetrables. O las almas con precio, según el caso. El resto, mal o bien, se irá muriendo, víctima de los años, del atropello y del destrato.
Recta Final
El cristinismo ha volcado el codo de Dorrego, para entrar en el derecho final, buscando el disco de sentencia.
Los que aún podemos observar sin fanatismo, debemos comprender que esta carrera es la elección de 2013.
Ellos cuentan con el favor de las mentes afiebradas, de aquellos resentidos de la vida y de la gente diferente a ellos, a quienes hace 40 años que señalan como sus enemigos.
Y con sus herederos ideológicos, chicos que desde su juventud vacunada de socialismo extremo cantan que son soldados del pingüino, cuando son solo el mejor humus para el comunismo, adecuadamente abonado con odio, como cualquier revolución imperiosamente necesita.
La diferencia entre Argentina y Venezuela, afortunadamente grata para los de acá, es que los caribeños tuvieron su revolución desde el militarismo. Chávez terminó cooptando a todo el aparato militar y lo tiene, estoica e irreversiblemente, de su lado. Lo cual le ha permitido adosarle a su odio, la nunca despreciable presencia intimidatoria de los tanques.
La revolución en Argentina viene de parte de odiadores históricos del militar.
Y han llegado únicamente a disminuir su fuerza, pero no a colonizar sus armas.
Por eso no pueden arrasar con la misma fuerza que el hoy agonizante líder Hugo Chávez. Porque los milicos les obedecen, pero no los aman.
La de allá es una revolución armada; la de acá, al menos por ahora, está obligada a sostener una primera línea de combate, con talibanes y abogados.
Pero le volveré a insistir con la emergencia. Con la advertencia.
La justicia podrá ponerles el pecho hasta un cierto punto. Son ellos los que, hoy, sostienen, a duras penas, lo que nos queda de República.
Son ocho meses de resistencia republicana hasta las primarias.
Y no serán sencillos de afrontar.
Los argentinos necesitamos, de una vez, dejar de ser opositores por espanto.
Porque, al final, nos terminamos convirtiendo en kirchneristas.
Y es muy poca cosa para un pueblo que se merece otro destino, más digno.
Ante el rumbo de los acontecimientos, se impone, creo, una nueva expresión popular de magnitud, acaso en Marzo, y que sea la última antes del sufragio.
Para que la ciudadanía le haga la segunda a la justicia, deje sentado que el 13S y el 8N no fueron picnics populares, y que el hartazgo sigue incólume y es divorcio. Definitivo. Irrevocable.
Ya no para que escuchen, ya no para que cambien. Sino para que tomen definitivamente nota que les espera, en el mejor de los casos, Comodoro Py.
Y que la Argentina será democrática, republicana y federal. O no será.
Fabián Ferrante
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