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La montaña mágica de Carlos Grosso

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INSOLITAMENTE PRESCRIBIO LA CAUSA POR LA ESCUELA SHOPPING
INSOLITAMENTE PRESCRIBIO LA CAUSA POR LA ESCUELA SHOPPING

    “El Comandante en Jefe llegó a la cita secreta puntualmente. El otro lo esperaba ansioso.

 

    - Lo necesito para una tarea heroica- le reclamó el Comandante.

    - ¿De qué se trata?- preguntó el otro.

    - Una revolución- aclaró el Comandante.

    - ¿Una revolución?- se asombró el otro, que no se creía un revolucionario.

   - Sí, la Revolución Productiva- pontificó el Comandante. El otro suspiró aliviado, y después habló desde su conciencia.

    - Pero mire que estoy procesado, Jefe.

    - Justamente por eso; no tiene nada que perder- calculó el Comandante.

    El otro, el procesado, se detuvo a meditar unos instantes, y después los ojos se le encendieron cuando preguntó:

    - ¿Y hay algo para ganar, Jefe?”

                           (La Carpa de Alí Babá, por El Grupo de los 8, Legasa, 1990) 

    Siempre tuvo pinta de dandy, aunque nunca lo fue. Lo que sí tuvo, y sigue teniendo, cintura política y muñeca para los negocios, indispensables para casi siempre caer parado, y si no, zafar como el mejor. Como lo hizo hace unos días, sintiendo que la sonrisa le volvía al rostro:“La investigación por la bautizada 'escuela shopping', construida en el barrio porteño de Once durante la gestión de intendente de Carlos Grosso, quedó hoy (martes 5 de abril) en la nada tras 13 años de pesquisa, al ser declarada prescripta por el juez federal Jorge Ballestero. En una decisión que ya fue apelada por la Procuración porteña, el juez dejó así desvinculado del polémico caso al ex intendente Carlos Grosso, principal imputado en la causa junto a ex concejales y empresarios que se hicieron con ese predio,  informaron fuentes judiciales. El escándalo por lo ocurrido con la escuela municipal 'Presidente Mitre', en avenida Pueyrredón y Sarmiento, estalló en  1992 por denuncia del entonces concejal y hoy jefe de Gobierno de la ciudad, Aníbal Ibarra.

     En realidad la maniobra se había concretado en la madrugada del 30 de diciembre de 1990, cuando los entonces ediles del ya disuelto Concejo Deliberante aprobaron por amplia mayoría entregar  parte del predio de la escuela para ser explotado comercialmente.

     Se trataba del centro de abastecimiento municipal 74, donde estaba emplazado el colegio, a dos cuadras de la estación de  trenes de Once. En marzo del año siguiente, al comienzo de las clases, los alumnos encontraron que su escuela se había trasladado al primer piso del predio, con aulas casi sin ventanas, falta de patios y  otras irregularidades que fueron denunciadas por los  padres.

     La planta baja se había usado para levantar locales comerciales, dados en concesión al empresario Salomón Salem, uno de los imputados en la causa ahora cerrada.

     Según la pesquisa, el empresario Salem recibió el predio como compensación por un crédito que tenía contra la Comuna y encargó la construcción de los locales, en desmedro de la escuela que quedó desplazada al piso superior. Desde 1992, la pesquisa pasó por más de seis jueces, se mudó de la justicia en lo criminal común a la federal y demoró seis años en la Corte Suprema de Justicia por estos conflictos de competencia.

    Entre las últimas medidas conocidas en la pesquisa, el 27 de julio de 2001 el fiscal federal Luis Comparatore reclamó el  procesamiento del ex intendente Carlos Grosso y del empresario Salomón Salem por el delito de defraudación a la administración pública,reprimido con penas que van de dos a seis años de  prisión.

    El 28 de diciembre de ese año, la Cámara Federal rechazó pedidos de procesamiento con prisión preventiva contra Grosso, quien por entonces fue fugaz jefe de asesores de la Jefatura de Gabinete durante la semana de la presidencia de Adolfo Rodríguez Saa.

    Por ese entonces la investigación estaba a cargo del magistrado federal y ahora camarista Gabriel Cavallo, después pasó  por el juzgado de Rodolfo Canicoba Corral y finalmente fue cerrada  por Ballestero.

    Grosso se encuentra aún involucrado en un expediente que permanece en la Cámara del Crimen, en el que se investiga la concesión del predio municipal del velódromo a la firma 'Asesores  Empresarios'. Esa causa también fue iniciada por Ibarra, quien aseguró que se trató de una adjudicación 'digitada', ya que la ganadora no había acreditado ningún antecedente y su directorio estaba integrado, entre otros, por Osvaldo Diéguez -quien se desempeñaba  en la FEPAC, fundación que lideró el ex secretario de la  Presidencia, Alberto Kohan-, y Héctor Antonio, hijo del empresario  menemista Jorge Antonio”, según destaca la agencia TELAM el día mencionado. 

 

El prestidigitador de La Reina se viene con todo

 

    El licenciado en Letras Carlos Grosso fue el primer intendente de la Capital Federal durante el decenio menemista. Pero en octubre de 1992, se tuvo que ir luego de una interpelación en el Concejo Deliberante, dejando tras de sí un inefable tufillo a corrupción:“Apenas una semana después de haber sorteado sin aparentes dificultades una larguísima y tediosa interpelación en el Concejo Deliberante porteño, Carlos Grosso festejó el supuesto triunfo sobre el político presentando su renuncia indeclinable al cargo. El desenlace llegó porque entre bambalinas siguió acosado por sus enemigos políticos y por la realidad de una administración desastrosa con crecientes sospechas de corrupción generalizada. Los mismos fantasmas, no disipados con la designación de Saúl Bouer al frente de la comuna, continúan atenazando al Palacio Municipal.

    En el recinto del Concejo Deliberante, un Grosso todavía intendente reconoció un déficit municipal de 186 millones de dólares. La cifra minimizó los 260 que la Intendencia había admitido oficialmente tiempo antes de la sesión. Tras la caída de Grosso, la Municipalidad manejó cifras que elevaron mágicamente el déficit a 360 millones de dólares. La gente que rodea al ministro de Economía Domingo Cavallo, subió el monto hasta los '500 o 600 millones de dólares', muy cerca de los 700 que denunció la oposición radical en el Concejo Deliberante. Cuando esa cifra se tiró en el recinto, Grosso se limitó a responder con su otrora peculiar sonrisa socarrona”, puntualizaba Carlos Rodríguez en su artículo La corrupción barrió a Grosso, de la edición de El Porteño de noviembre de 1992.

    El licenciado de la sonrisita irónica, se sentó en el edificio que mira a la Plaza de Mayo con ínfulas de cambiarle la cara a la ciudad, pero luego se vería su otra faz: “La llegada de Grosso a la intendencia de la ciudad de Buenos Aires venía precedida de una presunta cosmovisión de eficientismo y calidad empresarial. Su trayectoria alimentaba esta expectativa de su futura gestión, ya que durante los oscuros años del Proceso había sido gerente de SOCMA, del grupo Macri, y esta concepción generacional la trasladó a la política considerando que ésta era un mercado de ofertas y demandas donde la iniciativa personal y la competencia se daban en marcos inmutables que no incorporaban el cambio, pero cuando ya figuraba como posible intendente en la campaña de Menem presidente que hizo el PJ metropolitano, parecía que el cambio iba a signar su paso por dicha función.

    Después del 14 de mayo, ya electo presidente Menem y asegurada la intendencia Grosso, se lo vio exultante a éste último en el programa de Sofovich. En su andanada de promesas incluía, entre otras cosas, techar la calle Florida, construir un túnel que uniera al Botánico con el Zoológico y la Rural, conteniendo un acuario en su interior, un curioso sistema para aventar toda duda referida a la recaudación impositiva municipal, vinculada concretamente al Impuesto sobre los Ingresos Brutos, que incorporaba la novedad de que cada contribuyente podía elegir una obra determinada (construcción de una escuela, refacción de un hospital, etc.) y hacer derivar hacia allí el importe que debía depositar en concepto de sus impuestos . Se esperaba entonces, de tan verborrágico futuro intendente, una gestión avasallante.

    La realidad fue indicando que el manager Grosso fue deteriorando brutalmente aquella imagen televisiva de trasnochado dominguero, trastocándola por otra más doméstica de jefe del clientelismo municipal. Pero el sol que vanamente prometió sólo alcanzó para echar sombras sobre algunos casos como Manliba, la licitación del Zoológico, el caso de los plantines”, señala el libro citado más arriba.

 

“Me convocaron no por mi prontuario, sino por mi currículum”

 

    El licenciado en letras que, aparentemente, tenía respuestas para todo, también presumía de poseer ropaje intelectual. Así, como se puntualiza en el cable de noticias, fue nombrado por el efímero presidente Rodríguez Saá como Jefe de Asesores. Un rimbombante cargo que, como era de esperar, detonó un cacerolazo que hirió de muerte no sólo a él, sino también al sonriente puntano. Justo fue en la noche del Día de los Inocentes, y el ex mandamás de la Capital Federal se tuvo que ir por la puerta chiquita.

     Como su fama siempre lo precedió, es dable establecer algunos criterios de análisis para dilucidar el fracaso de una gestión. Es que el ex gerente de SOCMA, de acuerdo con los tiempos posmodernistas, pretendió –como bien asevera el libro- ganar un mercado electoral con la continuación de la política faraónica para la Capital Federal del tristemente célebre brigadier Cacciatore. Si bien éste se destacó por las conocidas autopistas, Grosso compró plantines para las plazas por una suma de 200.000 dólares, gastó 40 millones de verdes en la famosa Expo 92, mientras que los hospitales municipales carecían de comida y de medicamentos indispensables. Para no hablar de los baches inmensos donde entraba un camión, de los taxis con patentes truchas y de otras perlitas que eran la delicia de los porteños.

     En definitiva, el licenciado en Letras devenido intendente porteño fue fagocitado por un sistema caníbal, que él mismo contribuyó con creces a fomentar. Pero no lo barrió ninguna tragedia de la talla de Cromañón, sino que se auto eyectó del cargo víctima de sus propias contradicciones. Por lo menos, tuvo el tino de renunciar y no como su émulo Aníbal Ibarra (su otrora principal acusador) que a pesar de tener casi 200 muertos en su conciencia, sigue atornillado en su sillón como si nada hubiera sucedido. Qué atropello a la razón.

 

Fernando Paolella

 

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