Gracias a los grandes hitos revolucionarios en materia científica que dieron vuelta a los prejuicios dogmáticos, hoy el hombre sensato piensa muy distinto de antaño, y se tiene el camino preparado para la gran revolución a nivel planetario, alejada años luz de toda pseudociencia.
Los grandes hitos demoledores de viejos mitos infantiles, han sido la revolución copernicana, el evolucionismo darviniano, el relativismo einsteniano, el avance último de la astronomía y el conocimiento cada vez más profundo de la intimidad de la materia-energía.
Copérnico, Galileo y otros lúcidos, han asestado primero un severo golpe al mito persistente de la Tierra fija, como centro del universo.
El genial Darwin, por su parte, asestó un golpe mortal al fijismo creacionista y al mito judaico de la primera pareja de seres perfectos que, según el mismo dio origen a la novedosa humanidad.
Einstein, con su relativismo, destruyó prácticamente ese mundo del espacio y tiempo absolutos de Newton y otros.
La moderna astronomía, decisivamente, podríamos decir, que “pateó” al globo terráqueo de su privilegiada posición junto con el Sol, para proyectarlo hacia un lugar cualquiera a un costado de la galaxia Vía Láctea, al mismo tiempo que lo transformó en un insignificante puntito en el concierto universal donde se cuentan hoy las galaxias por millones.
Por su parte, la física cuántica nos aleja toda imagen de exactitud matemática cuando observamos el comportamiento de las partículas elementales, y nos sume en el desconcierto de un novedoso minimundo, donde las cosas se miden en nanómetros porque los micrones ya pueden ser comparados proporcionalmente con kilómetros, dada la pequeñez de los quarks.
Las ideas de la física clásica de Galileo y Newton pierden aquí toda vigencia.
La sustancia universal se nos revela caprichosa en sus manifestaciones y el cono cosmológico que nos ha “creado” por “depuración” y selección como procesos fugaces, viables por un “momento” cósmico, nos permite (reiterando el tema antiteológico) prescindir de toda suerte de dios creador y gobernador del mundo, siendo entonces la teología, tan sólo una mera pseudociencia más “del montón”.
Ladislao Vadas