Según mi visión del mundo, de acuerdo con la cual todo lo que tenía que decir está escrito, no he destilado más que un empedernido pesimismo que se puede recapitular brevemente así:
No existe ninguna clase de dios creador, conservador, gobernador y protector del universo.
Somos un proceso instantáneo del accionar de un Anticosmos ciego, sordo, inconsciente.
No existe especie alguna de espíritu y, por ende tampoco un alma inmortal.
Con nuestra muerte todo se acaba y la bienaventuranza es una utopía.
La religión, es sólo un mito cual cuento de hadas.
Lo sobrenatural no existe y nada vela por nosotros.
Estamos “yectos”, “tirados ahí” en la existencia, solos en un Anticosmos, desamparados, a merced de toda catástrofe a nivel biológico (enfermedades), antrópico (guerra de exterminio total), rotura brusca del equilibrio ecológico y a nivel telúrico (conturbación planetaria), solar (conturbación del Sol), extra solar (peligros anticósmicos), etc.
Nos hallamos en un mundo social de descontentos, que marcha a la deriva y a los tumbos, plagado de injusticias que jamás de los jamases debieran haber existido.
Luego ante todo este panorama tan pesimista, tan desolador, ¿qué podemos esperar entonces?
Veamos y armémonos de optimismo.
A pesar de constituir nuestro proceso viviente consciente desde el inicio hasta un próximo final posible, tan sólo un chispazo frente al “tiempo” anticósmico (de cosmos igual a orden, que dicho sea de paso deja mucho que desear como orden, pregúnteselo a los cosmólogos) debemos tener la esperanza de que ningún acontecimiento catastrófico de gran magnitud nos acaecerá por mucho tiempo, porque de acuerdo con los pronósticos científicos, aún nos resta un largo camino por recorrer como viajeros del espacio galáctico sobre este vehículo esférico que es el planeta Tierra.
Lo demás depende de que prive la sensatez, la cordura, la prudencia y el concienciar por parte de toda la humanidad en el sentido de que es únicamente el conocimiento científico y su pacífica y sana aplicación, lo que nos puede garantizar una existencia feliz, sin dolor moral, ni físico que no tienen razón de ser en el mundo, están de más y es necesario erradicarlos.
Cada uno de nosotros somos por única vez. Cada uno somos todo un mundo pleno de necesidades, deseos, ilusiones, proyectos, afanes, esperanzas… y se nos debe una real atención no por privilegio personal alguno, ni por mérito o demérito en la vida, que al fin y al cabo son puros accidentes originados según nuestra dote genética que no elegimos, el lugar de nuestro nacimiento, educación, circunstancias de la vida y finalmente suerte.
¿Qué es esto de una atención que se nos debe por el sólo hecho de aparecer en la existencia? ¿Atención por parte de quién?
Tengo conciencia de la aleatoria situación en-el-mundo de cada individuo, y de determinadas circunstancias existenciales que pueden hacer de él un “santo” o un criminal; un mal hablado, grosero, fanfarrón, pendenciero, burlón… o una persona educada; un ser sano o enfermo de por vida; con una mente equilibrada y feliz o un sicótico atormentado; un rico rodeado de la opulencia o un miserable mendigo, etc.
Sabemos que un ser humano puede tener tendencias negativas innatas que lo pueden llevar a delinquir, a la cárcel, a guerrear, etc.
Ahora bien. Pensemos nuevamente en la inocente criatura que está por venir al mundo. Se halla en gestación en el vientre materno; los bioelementos del entorno afluyen a través del organismo de la gestante y la van formando, pronto hará su aleatoria aparición en escena, en un punto cualquiera del planeta. Hagamos una abstracción. No importa de qué raza sea, de qué capa social, intelectual, analfabeta, pobre, rica… No interesa por ahora el país donde estará destinado a nacer y vivir, ni la economía de esa nación, ni si está en guerra o en paz, ni el lenguaje, ni las costumbres, ni la religión; en una palabra, nada. ¡Lo que importa es que un ser va a aparecer en-el-mundo!
Este ser, no importa su origen, por lógica, por justicia, porque se lo merece por su inocencia, por tratarse de un ser humano como usted lector, como yo, como todos cuando nacemos, por llevar precisamente carga de inocencia, ¡es acreedor de lo mejor de lo mejor en la vida que le espera!
¿Quién debe brindarle lo mejor de lo mejor en el mundo tal como indudablemente lo desea toda madre que lleva en su vientre a un niño?
¡La mismísima sociedad humana!
¿De qué país? ¿De cada país? ¿De los países más desarrollados? No, de todos los países del globo que se deben solidarizar para acoger en su seno a un nuevo ser merecedor de todo lo mejor posible de este mundo. Esto significa lisa y llanamente que los hoy por hoy miles de millones de habitantes del globo, deben abrir una brecha en la sociedad mundial para recibir digna, gloriosa, apoteótica y honrosamente al nuevo ser.
¿Es esto posible hoy por hoy?
¡Qué va! Como está el mundo, da lo mismo que nazca tanto una criatura humana, como una mosca o un ternero, o que caiga una bolilla del bolillero de la lotería, y aún peor que esto, dada la enorme cifra de las “bolillas humanas” por nacer cada día y noche.
¡Entonces, a reformar el mundo señores! ¡Basta de dormir y de pereza!
¿Puede reformarse este mundo? ¿Es posible tamaña empresa que consiste en vérselas con nada menos que un coloso de 40.000 kilómetros de circunferencia,12.742 kilómetros de diámetro ecuatorial, una superficie de unos 510 millones de kilómetros cuadrados de los cuales menos de un tercio corresponde a continentes e islas, y más de 5.000 millones de terráqueos pululando por ahí?
Mayores empresas le aguardan al hombre en el espacio interplanetario. Es cuestión de buena voluntad, ciencia, tecnología y tiempo…
Lo muy importante, ¡importantísimo! Es la voluntad, la sana ciencia y tecnología, borrar de un “plumazo” todas las pseudociencias habidas y por haber; temer buenas intenciones, paz entre todas las naciones del orbe que, deben unirse en un cosmopolitismo total, con un solo idioma, una sola raza del cruce de todas las etnias, un solo “país”: Los Estados Unidos del Planeta Tierra entero.
Ladislao Vadas