El viernes pasado visitó el programa que conduzco en FM Identidad, Ahora es Nuestra la Ciudad, Miriam Quiroga, la mujer que fue directora de documentación de Casa Rosada durante ocho años. La entrevista y las respuestas de gran parte del público, demuestran el momento en el que estamos inmersos como sociedad producto de la intolerancia gubernamental que, muchas veces, con o sin intención, reproducimos en nuestras acciones u opiniones.
Es evidente que una mujer que le concede una entrevista al periodista más odiado por el gobierno, como Jorge Lanata, en la que habla de bolsos con dinero, doble moral, distancia entre el discurso y la realidad y enriquecimiento desmedido de funcionarios y secretarios, se la iba a tratar de desacreditar desde los medios oficialistas o paraestatales. Con ese fin, importantes comunicadores reciben jugosos sueldos y obedecen, gustosos, las directivas de tal o cual ministro que les baja línea sobre qué decir a cambio de alguna primicia, un mejor espacio en algún canal de televisión, una pauta o algo más. Es pero no debería ser. Se entiende en un país dividido como el actual en el que parte del periodismo ha decidido ser vocero de los gobernantes para darles una cuota de dudosa credibilidad y locuacidad a varios impresentables.
Pero es extraño que el público crítico de los actos de corrupción, sacrifique a una mujer que, hasta ahora nadie demostró, que le haya robado o faltado a la verdad. Como afirmó en la entrevista realizada el viernes pasado, Quiroga le dijo a la justicia lo mismo que le contó a Jorge Lanata. Si el oyente o el lector cree que la mujer calla ya que sabe mucho más, es su problema. Pedirle a la denunciante que la justicia actúe, luego de escucharla durante más de nueve horas, en dos oportunidades, es pedirle peras al olmo. En ningún momento, Quiroga dijo que vio el contenido de los famosos bolsos que llevaba Fabián Muñoz, el “secretario de los secretarios”, según ella, de Néstor Kirchner. Se limitó a relatar la extraña conversación que había tenido con él, sus sospechas, anécdotas, impresiones y los motivos por los que cree que fue despedida. Las respuestas no las debería dar la mujer sino alguna fuente del gobierno que, hasta ahora, no han salido a contestar como si esta mujer se tratara de un fantasma. ¿Qué temen? ¿Algún periodista militante se animará a preguntarle a Carlos Zannini, Oscar Parrilli, Aníbal Fernández, Julio De Vido, Sergio Berni o a la mismísima Presidenta qué opina de Miriam Quiroga, si la conocieron y por qué la echaron?
Otra de las críticas que ha recibido Quiroga es que lo que la habría motivado a romper el silencio era vender su libro. El argumento busca desacreditar su testimonio pero ¿cuál sería el problema? ¿Acaso el verdulero no dice que sus frutas y verduras son las mejores del barrio para venderlas? ¿Alguien cree que las denuncias de Jorge Lanata, por citar al periodista más prestigioso del país, las hace para cambiar al mundo? ¿Ustedes creen que no le interesa el rating de su programa? ¿Es un pecado que Quiroga quiera vender su libro si lo que cuenta es real? En todo caso, si está mintiendo, que la procesen por falso testimonio. ¿Alguien pidió su falso testimonio? ¿No se debería atacar a los otros testigos que sí se desdijeron? ¿Por qué atacar a una mujer que no tiene trabajo estable, que arriesgó su vida y de sus hijos, en parte enojada por el maltrato y, por otra parte, asqueada por lo que se convirtió el país, según ella, gobernado por una Cristina que decía que iba por todo? ¿Cuánto ganó y cuánto perdió Quiroga al hablar?
Como decía la garganta profunda en el resonado Watergate: “Sigan la pista del dinero”. La justicia argentina no sabe ni quiere investigar hechos de corrupción. Existe un pacto no escrito por el cual nadie va preso en este país. No importa lo que declare Quiroga a pesar de que en el juzgado buscaron amedrentarla luego de una sesión extenuante de preguntas, algunas ridículas. ¿Por qué no citan a las personas que ella mencionó? En lo personal estoy convencido que los jueces federales, muchas veces, hacen como que hacen. Me tocó declarar como testigo en la causa de Sueños Compartidos. Nada pasó. Las pruebas las tenía Norberto Oyarbide, ¿y? Es como enojarse con Elisa Carrió porque sus denuncias no llegan a buen puerto. ¿Quién es el culpable? Las pruebas son, como en el Watergate, evidentes. ¿Cómo fulanito y menganito aumentaron su patrimonio en un porcentaje desmedido? ¿Por qué los organismos de control han sido desarticulados? ¿Cuál es el argumento por el que no se realizan licitaciones públicas o están digitadas de ante mano? ¿Cómo se financia la política en un país en el que vivimos en campaña permanente? ¿Quién paga los afiches en vía pública, los innumerables actos y lanzamientos, la compra de medios y el gasto en pauta oficial? ¿Cómo se adquieren empresas y con qué fin se crearon una incontable red de sociedades anónimas, muchas de ellas fuera del país? Sigan la pista del dinero.
Poco importa si Quiroga vio o no vio un bolso repleto de billetes. Mario Pontaquarto declaró que él mismo había sido partícipe necesario de la compra de voluntades en el Senado de la Nación y nada pasó. La única vida que cambió con su declaración fue la propia. La corporación política y comunicacional de este país lo usó y luego se deshizo de él como si fuese un preservativo usado. La culpa no es del chancho, sino del que le da de comer. No se enojen con Miriam Quiroga por no poder cambiar un sistema corrupto del que formó parte como miles de otros argentinos que prefieren pasar todos los días de sus vidas en la comodidad del “no te metás”. Quiroga se metió. Como otras tantas mujeres argentinas que un día dijeron basta y el poder intentó hacerlas pasar por locas.
Luis Gasulla
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