Mientras el Régimen K se disuelve en el caldo de su propia corrupción, la novela en capítulos que tiene como hilo conductor el ensañamiento presidencial contra una estatua, nos pone a la altura de una república bananera.
Pasados más de 500 años de la gesta que instaló a Cristóbal Colón en la Historia, el delirante, desproporcionado y sobreactuado ataque a su figura, pretende transformarlo en un personaje más de la política argentina.Un personaje fácil de atacar, porque las estatuas no contestan. He aquí, entonces, el alegato en defensa de un hombre que hoy es un monumento arrumbado.
Ante todo, Colón fue un inmigrante. Un inmigrante que, como tantos otros, se abrió camino en un ambiente que le era hostil. Un inmigrante que, como tantos otros, benefició con su esfuerzo a una Patria que no era la que lo vio nacer, pero que sí sería la de sus hijos. La historia de Colón, como inmigrante genovés en España, no es muy distinta a la de muchos inmigrantes italianos y de otras nacionalidades que arribaron y aún arriban a la Argentina. De ahí que, cuando la colectividad italiana donó la estatua que hoy es objeto del odio presidencial, no sólo estaba homenajeando a un destacado integrante de la nación italiana, sino también, a un exponente de la inmigración.En definitiva, el odio presidencial traspasa la estatua misma y afecta a hijos, nietos y bisnietos de quienes con gran esfuerzo hicieron posible que se erigiera un monumento representativo de Colón, de su historia, de su trabajo y, también, del trabajo de muchos inmigrantes que hicieron posible un gran país, muchos años antes de Néstor.
En cuanto a lo ideológico, no caben dudas de que Colón fue un progresista en su época, y que desafió con éxito a la ciencia y a la religión dominante. Difícil que la Señora Presidente pueda siquiera igualarlo en progresismo. Se supone que su ciencia es el Derecho, aunque todavía no ha logrado encontrar su título habilitante. Y si nos atenemos al subdesarrollo institucional de nuestro país, bien podemos decir que como abogada es una gran arquitecta egipcia. Algo similar ocurre en relación al aspecto religioso. Mientras Colón desafiaba a la religión, hace más de quinientos años, con sus teorías sobre la redondez de la Tierra, la Presidente corre al Vaticano a sacarse fotos con un pontífice al que denostó por no sometérsele cuando era cardenal. Es decir, sus supuestos principios mueren tan rápido que ni siquiera nos atrevemos a afirmar que alguna vez estuvieron vivos.
No debemos olvidar que son los autodenominados progresistas, cuyos gobiernos feudales de provincia asesinan a seres humanos que pertenecen a pueblos originarios, quienes ven en Colón al poder imperial explotador y genocida de la Corona Española.
Los mismos que permitieron la privatización de YPF cuando eran menemistas y se la sirvieron en bandeja a Repsol.
Los mismos que permitieron el vaciamiento de YPF por parte de la petrolera española, y luego la confiscaron de manera abrupta y negligente, para garantizar al imperio vaciador su consiguiente resarcimiento.
Los mismos que permitieron, cuando eran menemistas y luego, en su versión K, el vaciamiento de Aerolíneas Argentinas, entonces, en manos de empresas ibéricas.
Dime de qué alardeas y te diré de qué careces. Sólo desde la óptica de este viejo refrán, puede explicarse la sobreactuación del cristinismo en su cruzada contra el Gran Almirante Genovés. Es así como podemos afirmar que, en el marco de la batalla presidencial contra la estatua, Colón descubrió a Cristina.
José Lucas Magioncalda
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